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COMENZAR

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El frío de la mañana invernal se colaba por entre los ladrillos de mi celda y traspasaba los finos hilos de mi delgada ropa que recibí aquel sombrío día de otoño de hace dos temporadas. Aquel día en el que tontamente cometí el error que acabó con mi libertad. Aquel día en el que comenzó mi cautiverio.

Nuevamente el familiar sonido de las botas del oficial y el tintineo de su manojo de llaves se preparaban para otra larga jornada de trabajo forzoso en este maldito lugar. Esta hedionda cárcel, este horrible “hogar” para aquellos que la sociedad ni siquiera considera dignos de la muerte, aquellos criminales cuyos casos no salen en las noticias, sino que son ocultados, al igual que ellos mismos, enviados a vivir por su eternidad en este sitio remoto rodeado por nada más que vacío y silencio. Sin embargo, y para mi sorpresa, ese día mi celda no estaba abierta. Tampoco decidí quejarme, al fin y al cabo eran horas de descanso gratis. Es curioso como el tiempo comienza a perder su sentido después de tanto tiempo sin conocerlo. Muchos dirán que se acorta, otros que se detiene. Pero para mí el tiempo no es más que eso, tiempo. ¿Para que lo tendrías en cuenta cuando no esperas nada?... Cuando sabes que morirás allí…. Al menos eso creía yo hasta que entraron cinco guardias fornidos y colocándome una bolsa en la cabeza me arrastraron hacia quién-sabe-dónde hasta que sin saberlo me desmayé.

Prisión Tenebris:

Una cama blanca, sábanas blancas, almohada blanca, un escritorio blanco, silla blanca, velador blanco, paredes y piso blanco. todo blanco, excepto por aquel sobre rojo, en el escritorio. No, no era rojo, era más bien bermellón

Al encenderlo pude ver donde me encontraba, una pequeña e inmaculada habitación

Encender el velador

Me desperté en la oscuridad con un punzante dolor de cabeza. Me moví a tientas en las penumbras hasta encontrar un pequeño velador.

(Hace click en cada nota o foto para investigarla)

Totalmente desconcertada, y aunque no me guste admitirlo, también asustada lo tomé entre mis manos y lo abrí. Dentro había fotos, recortes de diarios y demás información. Luego de analizarlas por un segundo comprendí que todas aquellas pruebas no eran más que mis trabajos anteriores, mis crímenes, mis asesinatos. En un pasado remoto quizás me hubiese atemorizado la posibilidad de ser descubierta, pero eso ya había sucedido, por lo tanto el único sentimiento que reverberaba por mi cuerpo era curiosidad por saber quien se había tomado el tiempo de investigarme.

IR AL CASTILLO

A pesar de haber estado encerrada por lo que parecieron ser incontables días, mis habilidades se mantenían intactas. Fue así como mi sentido de la ubicación y mi amplio conocimiento de las retorcidas calles de la ciudad en la que me había criado me permitieron dar cuenta de donde estaba. Un oscuro callejón en los suburbios de la ciudad. Infinitamente agradecida con mi captor, ¿O debería llamarlo liberador?¿Quizás mi salvador?¿contratador?, en fin, aquel misterioso ser que me sacó de la prisión y me encomendó tal tarea. Aquel, quien gracias a Dios me había dejado a lo que no serían más de dos horas del castillo real.

No me costó demasiado encontrar un armario lleno de ropa de combate y armas de todo tipo. Me vestí deprisa y salí del edificio como alma que lleva al diablo. Tardé más de lo que esperaba en bajar ya que al parecer esa misteriosa habitación se encontraba en un piso veinte, pero no me cansé, ya que mi estado físico seguía ileso.

ENTRAR AL CASTILLO

A un trote uniforme llegue rápidamente. De todas formas frene unas cudras antes de la muralla del castillo ya que noté que vestida tal como estaba no llegaría más lejos que el primer puesto de guardia. Levntaria demasiadas sospechas. Fue en ese momento cuando recordé mi antiguo método para entrar y salir del castillo sin ser atrapada, las alcantarillas, aquel sucio y viejo entramado de túneles que conectan el exterior con el interior de la residencia del rey sin ningún tipo de seguridad. El complejo sistema no me produjo ningún tipo de problema, los concisa como la palma de mi mano, tantas veces hacía ya que los había recorrido. A muchos les sorprendería el alto precio que tienen las cabezas de muchos nobles que viven aquí. Después de todo alguien tiene que mancharse las manos con la sangre de quienes están en lo alto.

Toca la puerta para entrar en la habitación

Me escurrí por el pequeño agujero de salida que me llevó al pasillo del ala sur. Era tarde por la noche, por lo tanto mi víctima probablemente se encontraba durmiendo o bebiendo de sus finos licores en su habitación. Habitación tan sofisticada y ostentosa que ocupaba la totalidad de la planta superior de la torre del ala norte. Moviéndome como una sombra fui acercándome a mi objetivo. La sangre sonaba por mis oídos, el puñal tan aferrado a mi mano que causaba dolor, mis pasos inaudibles, mi respiración equilibrada, mi mandíbula más apretada a cada paso.

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Haciendo a un lado esos pensamientos me obligué a mi misma a ejecutar mi plan. El puñal se deslizó fugazmente por su oreja cargado de todos mis resentimientos, atravesando el cráneo y matándolo en un instante. Sin dolor, sin sangre y sin ruido. Mi técnica infalible. Sintiendo mi libertad casi a la vuelta de la esquina me dispuse a volver sobre mis pasos en retirada. Pero mis ilusiones fueron aplastadas tan rápido como fueron creadas.

Todo sucedió en cuestión de segundos, los pasos, los gritos, el forcejeo, mi pánico, los guardias reales, los golpes. Y su cara, ese hermoso pero a la vez horrible rostro con rasgos marcados incluso agresivos, esos ojos en los que se leía una sed de poder y venganza que reflejaba en un alma llena de rencor, dolor y cicatrices. Esa nariz aguileña tan fina como el filo de una daga. Aquel cabello tan negro que asemejaba la oscuridad misma. Aquel príncipe, quien agarrando mi cara ensangrentada entre sus impolutas manos pronunció las palabras que se grabaron en mi mente. “Gracias por el trabajo sucio, Nerocta” - Mi corazón se detuvo, esa carta, ese misterioso contratador no había sido más que el príncipe heredero guiado por su desenfrenada codicia hacia el trono que lo había llevado al de deshacerse de su propio padre. Fue en ese instante en el que el color de la carta apareció en mi memoria, ese bermellón tan característico de la corona, y ese sello dorado, ¿Como pude ser tan tonta?, ¿Como pude haber estado tan cegada por el deseo de libertad?. Mi cerebro seguía procesando lo sucedido con un fuerte golpe en la nuca me quitó la conciencia.

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Debía huir y matar al rey, nuevamente.

Me desperté nuevamente en mi celda, tan sucia como siempre, tan sólo había pasado un día fuera, pero eso fue suficiente para devolverme las ganas de luchar por escapar, por salir de allí y encontrar ese maldito bastardo que me había utilizado y traicionado a su placer para alcanzar su tan adorado poder. Al matar al rey creí que lograría cambiar al reino, liberándose de su hambruna y opresión. Pero el poder ahora estaba en manos de su hijo. Entonces, la muerte del rey, ¿fue realmente una liberación?, ¿o simplemente una condena a un destino aún peor?. Demasiadas preguntas inundaron mi mente, pero solo una certeza se abría paso entre ellas.

FIN

Me sorprendió gratamente ver al rey durmiendo plácidamente a través de la cerradura, la cual abrí con ayuda de una ganzúa. El monarca no movió ni un pelo ante mi ingreso. El disgusto subiendo por mi garganta al asimilar los lujos de la adornada recámara en comparación con la arrasadora hambruna que acechaba a quienes viven fuera de estos muros.

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“Objetivo:”- y allí, una imagen del rey con su nariz aguileña, su oscuro cabello, rasgos angulosos y ese porte imponente. un suspiro abandonó mi cuerpo. Finalmente la nota debajo ponía, al lado de un sello dorado:

Esa frase hizo eco en mi memoria, a cuando mis clientes iban a mi encuentro para eliminar a algún enemigo de manera definitiva. Di vuelta la nota:

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Fue ahí, cuando en el afán de conseguir mas respuestas me topé con una nota que ponía:

Esa pregunta me pareció de lo más estúpida, alguien estaba poniendo en una misma balanza mi libertad y la miserable vida del corrupto rey que había provocado la injusta muerte de tantos inocentes, entre ellos mis padres. Pfff, pero que idioteces. Ni pensarlo dos veces.