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Lucía Delgado & Lourdes Perea

Mi Pedacito de Cielo

Mi Pedacito de Cielo

-"Este es mi último mensaje para ti: en el dolor,busca la felicidad"-.Fyodor Dostoyevsky

Ellos emigraron, y yo solo era una carga innecesaria en este duro viaje. Soy joven todavía. Estoy por cumplir tres años. Me llamo Iker. La gente nos clasifica por razas, pero yo nunca supe a cuál pertenezco. No soy tan alto, pero tampoco tan pequeño. Creo que soy de colores blanco y negro, aunque aunque con tanto polvo y tierra del ambiente ya no se distingue. Es hora de comer, así que voy a intentar conseguir algo para calmar el hambre que me flagela.

Luego de haber perdido toda la esperanza que me quedaba, me acerco con precaución, aterrado de lo que podía venir… Esperen, empecemos desde el principio. Me presento. Vivo en la casa de los Kramarovskis, o así era hace unas semanas. La guerra está azotando a mi nación, a mi ciudad, a mi gente. Fui perdiendo poco a poco todo lo que tenía, llegando al punto de tampoco tener a mi familia.

Me voy acercando al centro de Jarkov. El panorama es cada vez más penoso. Las casas, destruidas, escuelas tiroteadas, hogares abandonados, militares de aquí para allá, y balas por doquier que al presionar el gatillo numerosas vidas terminaron. Muy pocas personas camina en estas calles solitarias, y las que hay van con la cabeza gacha, a paso apresurado, con miradas que reflejan miedo y desorientación. No saben cómo, ni cuándo ni a dónde ir. Lo único de lo que tienen

Cómo puedo describirles las calles en las que vivo… El frío me cala hasta los huesos, las sombras tapan cualquier indicio de luz, el cielo no se modifica, es siempre igual. El sol, la luna, las estrellas… ya nada se ve. Todo está cubierto por una nube de humo, cenizas y muerte que rodea hasta el último rincón de Ucrania. A medida que voy caminando, solo se escuchan las voces más lastimeras. Solo hay llantos, balas, bombas, gritos y destrucción.

Espero encontrarlo hoy, ya que no he tenido mucha suerte.Camino, camino, pero las calles jamás acaban. Voy, vuelvo, pero no hay nada. Me dirijo, como todos los días, al kiosco. Optimista, apresuro el paso. Es justo cuando llego a la esquina, que lo distingo entre el humo y echo a correr. Al alcanzar el lugar donde él está parado, por fin lo veo nítidamente. Su mirada cambia. La esperanza y la alegría que antes irradiaba, quedan sumidas en aquellos ojos castaños

certeza es que sus vidas pueden quedar en el olvido en cualquier momento.Siempre hay un hombre que me llama la atención. Parece mayor; digamos, de entre sesenta y cinco años. Suelo cruzarlo en una calle en las afueras del centro de la ciudad. Cada vez que paso por el kiosquito de la esquina, él está ahí. Cuando lo diviso a algunos metros, apresuradamente corro a su encuentro. Sus facciones reflejan esperanza, ánimo y esa alegría tan ausente en estos días. Siempre es muy generoso conmigo.

Me da un pedacito de pan y se va. Al tiempo, y sigilosamente, lo sigo hasta su hogar, y junto a su puerta espero al amanecer.Fue una mañana cuando él me abrió la puerta, y con sus ojos embriagados de ternura se agacha y abrie sus brazos hacia mí. Luego de haber perdido toda la esperanza que me quedaba, me acerco con precaución, un tanto aterrado de lo que podía suceder. Salto a sus brazos, una decisión de la que nunca me arrepentiré. Y desde ese instante,

como un barco que naufragó hace tiempo. Solo queda el recuerdo.Unos pasos tranquilos me despiertan. Mi oído se agudiza y escucho una conversación de dos mujeres. Un hombre llamado Bodashka ha perdido a su mujer en un tiroteo. En ese momento recuerdo que el empleado del kiosco siempre llamaba así al señor de la esquina.Apenas me doy cuenta de esto, y sin pensarlo dos veces, corro a la entrada del kiosco, y espero a que él llegue. La historia se repite.

todo cambió. Por primera vez desde hacía tanto tiempo, me sentí acogido y contenido. Es como si nada hubiese estado mal. Y con el no podía estarlo. Bodashka, mi verdadero regalo de Dios.

¡GRACIAS!