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ESPARTANOS - SITIO WEB

Carmela Sciarra

Created on September 21, 2025

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Transcript

Códigos espartanos

Pabellón de fotos

Atreviéndome a vivir Payada de Mariano

Testimonio espartano

¿Cómo se desarrolla la espiritualidad en las cárceles argentinas?

Encontrar a Dios entre rejas: la historia de Jorge Suarez

Laura Micheletti: "La fe transforma la convivencia en la cárcel"

Un DIOS CHABÓN

Historias de fe que reescriben segundas oportunidades en la cárcel

Un Dios Chabón: historias de fe que reescriben segundas oportunidades en la cárcel

El rezo del rosario en el pabellón espartano N°10 de la Unidad 48 ofreció a privados de su libertad y voluntarios un momento de fe y comunidad que muchos llamaron “un pedacito de cielo” en el encierro.

En la frescura del afuera, Osky, un espartano, se paró enfrente del semicírculo para dirigir el rezo del rosario de ese viernes por la mañana. Por delante, pusieron una mesa con un mantel claro y distintos símbolos cristianos: cruces, vírgenes, una biblia. Luna, el caniche blanco que vive allí con ellos y que según los presos “se auto percibe pitbull”, revoloteó con ladridos agudos por todo el lugar hasta que “la madri”, Laura, la domó. Entre los silbidos y barullo se hizo silencio para que el espartano lea el primer misterio doloroso del encuentro. A su lado, se pararon los integrantes del primer grupo que divididos por miembros de habitación pasaron enfrente a medida que avanzó la actividad. Mientras tanto, dos de ellos con conjuntos deportivos distintos, repartieron con bandejas el alimento traído por los voluntarios y otros llevaron termos humeantes de agua para preparar los mates que más tarde circularon entre los presentes. A cada lectura y rezo, le correspondió su momento de canciones en el que las voces, guitarras y tambores se unieron para hacer de cada una un recital donde el rock nacional argentino y un gloria a María se entonaban con la misma pasión y fervor en la sangre. Sobre todo cuando Laura avivó al espartano que lideraba la música. “Qué pasó Mafia, estás muy tierno hoy… dale, más ganas”, insistió la coordinadora. El Mafia, corpulento y con su gorra cubriéndolo, se paró y la seriedad de su rostro se transfiguró a una gran sonrisa seguida de aplausos y ánimos para que los demás espartanos lo imitaran. En pocos segundos, se palpitó su versión del tema Mi Enfermedad, de Andrés Calamaro, al grito vivaz y unido de “Soy Espartano porque el mundo me hizo así, no puedo cambiar”. Osky leyó el segundo misterio doloroso y Laura con un guiño inquisitivo le preguntó a qué momento hacía referencia este. El espartano titubeo, el resto rió nerviosamente y “la madri” también los desafío a responder. Alexis, con el brazo izquierdo envuelto en un yeso, sorbió el mate y alzando su otra mano explicó que se trataba de la flagelación de Jesús y la liberación de Barrabás, un criminal, en su lugar. El resto oyó con atención. Hacé cinco años que Alexis está en el pabellón número 10 y forma parte del equipo de rugby. Aunque ahora está lesionado, le gusta participar de las actividades espartanas, entre ellas, estudiar diversas carreras. Ofreció mate a los nuevos y se aseguró de preguntarles sus nombres para explicarles lo que hiciera falta. En particular, varios espartanos se agradecieron entre ellos por siempre y, según les enseñó Alexis a los voluntarios, esta expresión tomada del rugby hacía alusión al “maul” (técnica de apoyo y protección en el juego) y se usa para indicar que los compañeros se sostienen y protegen mutuamente dentro del pabellón. Del mismo modo, a todo gesto de fraternidad allí le siguió un aullido especial: las voces graves y roncas liberaron un “AU” para mostrarle a quien hablaba que celebraban su logro o lo acompañaban en sus dificultades. Alexis y sus compañeros lo sentían como cuerdas que solo tiran para un mismo lado, para adelante. En medio de esa ronda, Emanuel, un espartano de ojos serenos, charló con un voluntario que le preguntó si solía leer la Biblia. Se rascó la nuca, sonrió apenas y respondió con simpleza: "No entiendo del rosario y de esas cosas, pero creo en Dios, y Dios está acá". Muchos confirmaron en silencio. La fe, ahí adentro, parecía tener tantas formas como personas la nombraban. Los voluntarios con intenciones en su corazón deseosas de compartir se sumaron a los pedidos y agradecimientos de los espartanos. Nacho, un joven de San Isidro, se acercó para agradecer por estar con ellos luego de un tiempo sin ir y les comentó su alegría por conseguir trabajo. Todos los que lo conocían se emocionaron al oír que obtuvo aquello por lo que tanto habían rezado juntos anteriormente. Espartanos como Franco, el Chinchu y el Chancho hicieron hincapié en su gratitud hacia “los de la calle”, los de afuera que dedicaban tiempo a charlar con ellos y ser parte de aquel espacio. un espartano en libertad, también describió los encuentros con los voluntarios como "lo más sagrado que puede haber" al expresar que una visita en el pabellón siempre lo hizo sentir diferente, lleno.

Por: Joaquina Torras

Se acercó el mediodía y el sol jugó entre las nubes cuando fue el turno de Fer de pararse en la sombra para encarar el iluminado semicírculo. “Ninguno de acá no hizo algo malo”, reflexionó el joven con campera de Boca. Algunos bajaron la mirada, otros se observaron con complicidad, y un par suspiraron y rieron al mismo tiempo. Los murales hicieron eco del “le pido a Dios por mi pronta libertad”, ese anhelo repetido por cada uno de los que dieron un paso al frente. Entretanto, varios como Jonatán, apodado El Pájaro, proclamaron: “Le doy gracias al chabón por este pedacito de cielo acá”. Dios y el Chabón: uno dueño de la libertad más allá, otro guardián de la paz en su porción de tierra, aquella de tinte plomizo por fuera que por dentro supieron habitar con un festín de tonalidades. Durante su turno, El Pájaro declaró que ese viernes en especial quería pedir por él mismo. Siempre pedía por su familia y seres queridos, pero esta vez quiso ponerse en primer lugar para que “el chabón” estuviera cerca suyo y lo ayudará “a trabajar el corazón”. Luis, alias Tito, un hombre de gran tamaño y de los que más años tenía dentro del pabellón, compartió el sentimiento de Jonatán. Sus ojos nostálgicos y voz quebradiza hicieron que todos, incluso los espartanos que miraban sus celulares, se detuvieran a verlo. Relató la angustia que crecía en su pecho luego de nueve años privado de su libertad, tiempo en el que una vida le había pasado por delante: pérdidas de familiares, momentos importantes en los que no había estado, recaídas que lo volvieron a encerrar. Con la experiencia marcada en su semblante, pareció recordarle a los demás el valor de un lugar en donde compartir ese dolor para no sentirse en soledad ni creer en un "ya está", y le pidió al chabon que lo siguiera acompañando en ese proceso. Gran parte del semi circulo asintió con reserva y quienes estaban cerca suyo lo contuvieron. El último misterio doloroso terminó en un círculo completo, todos fundiéndose en uno, tomados de las manos, cara a cara. “Espartanos, Espartanos, Espartanos”, bramaron mirándose a los ojos. El aullido resonó fuerte y parejo, como si cada voz, de espartanos y voluntarios, tejiera una sola promesa. Bajo el sol del pabellón diez, que ardió sobre ellos, los abrazos cerraron el rezo. Mafia se agachó sin la gorra y el Jesús tatuado en toda su cabeza apuntó hacia arriba, al pedazo de cielo por el que tantos agradecieron y que, de alguna forma u otra, esa mañana los convocaba para creer que junto al chabón todavía había algo por empezar.

De a poco el gris de la entrada al penal de la Unidad 48 de San Martín se tiñó con los rostros coloridos de los voluntarios, que llegaron con las manos cargadas de masitas, facturas, y budines; con instrumentos en sus espaldas y sonrisas anchas a la luz del sol de las 8:20. El calor de la camaradería y familiaridad se desprendía de sus abrazos y preguntas del estilo: “¿Y cómo sigue tu hijo?” “¿Qué se cuenta Hernán?” “¿Hoy a qué pabellón vas?”. A esta última, los voluntarios del pabellón 7 como Alma, una mujer de mediana edad vestida con suéter blanco y pañuelo azulado, respondieron que el suyo sería una fiesta e invitaron a todo aquel que se les cruzaba a pasarse por allá. Ella y otros hombres mayores como René, de chaleco y camisa, parecieron rejuvenecer cada vez que se acercaron a conversar con los demás, sobre todo al preguntarle a las nuevas caras qué los trajo por aquel lugar. En las periferias del acceso de cemento donde se concentraron más de 30 voluntarios, había grupos de jóvenes –algunos parroquiales, otros universitarios– y un padre e hijo adolescente con las manos en los bolsillos y la inocencia esbozada en sus ojos atentos tras pisar por primera vez el terreno. A las 9:30, luego de que todos se anunciaron y entregaron sus documentos de identidad en el cubículo de la Consejería N° 2, salió Ya dentro del gran bloque gris, distintas puertas abiertas conducían a cada pabellón. Laura, con paso de sargento pero una mirada cargada de calidez, entró efusiva al número diez y saludó uno por uno con un beso en la mejilla a quienes la esperaban al clamor de “Bienvenida madri” y manos extendidas. Detrás, cada ingresante repitió el gesto, pasando primero por la cocina para dejar los alimentos. En fila y al intercambio de “buen día” y “bendiciones” los espartanos recibieron a los voluntarios y se formó una media ronda al aire libre donde los rodeo un muro verde manzana y azul claro. En el pasillo previo al patio, colgaban banderas y escudos de todos los equipos de rugby argentinos e internacionales. Un enorme mural a los costados incluso llevaba al CASI y el SIC juntos, como si ahí fueran aliados: todos tenían un lugar para agrandar el angosto pasaje de las celdas. Cada puerta roja leía encima de ella con letras doradas valores que luego parecieron imprimirse en la expresión de los privados de su libertad: Amistad, Justicia, Compañerismo, Generosidad, Verdad, Humildad. Las paredes expusieron el trazo fino de pelotas ovaladas y jugadores de rugby, con la témpera e insignia de clubes en hilera. Arriba de todos ellos una frase resaltó: “En el arte de ascender, lo importante no es caer sino… no permanecer caídos”.

¿POR QUÉ UN PRESO SE ACERCA A DIOS?

El Padre Tommy Dell’Oca, sacerdote voluntario en los pabellones espartanos, intenta responder cómo se desarrolla la espiritualidad en las cárceles a través del reconocimiento y el sentirse amados.

Laura

Micheletti, coordinadora de formación humana y espiritualidad de la Fundación Espartanos. Llevaba su gorra espartana personalizada y una voz firme que dirigía a cada agrupación. Primero, ingresaron todos los hombres. Cinco minutos después, las mujeres cruzaron las mismas rejas de púas al ras del cielo que abrían paso a un largo pasillo destechado. Allí a su costado derecho y sobre piedras, había un santuario a la Virgen de Luján. A lo lejos, se oyeron destellos de cumbia escurridizos de entre ventanas oscuras y ladrillos.

“hacerse techo”

Mariano compartió los versos dedicados a quienes para él le devolvieron la dignidad en una payada titulada "Atreviéndome a vivir", acompañado por la guitarra de un voluntario. VIDEO: @fundacionespartanos

Jorge Suarez,

Laura Micheletti: "La fe transforma la convivencia en la cárcel"

“El rosario les brinda a los presos una oportunidad para encontrarse consigo mismos, empezar a perdonarse y abrirse a vivir de otra manera. Es un momento para sentirse escuchados y reconocidos, incluso en medio del encierro", afirma Micheletti.

Laura Micheletti, coordinadora de espiritualidad y formación humana en la Fundación Espartanos, acompaña hace siete años a las personas privadas de su libertad del Penal 47 de San Martín en su proceso de desarrollo personal y espiritual. En los pabellones Espartanos se realizan actividades que fortalecen la vida comunitaria y facilitan la obtención de herramientas para la reinserción laboral. Con formación en Trabajo Social, Micheletti encontró en Espartanos un espacio para integrar su vocación social con la dimensión espiritual. Reconocida por su compromiso y cercanía, participa activamente en encuentros religiosos, talleres y dinámicas colectivas que favorecen la convivencia en el ámbito penitenciario.Desde su perspectiva crítica sobre el sistema carcelario, sostiene que la fe constituye un recurso fundamental frente a situaciones de encierro y adversidad. 1. ¿Qué te motivó a sumarte a la Fundación Espartanos y asumir la tarea de coordinación espiritual y formación humana? Llegué a la Fundación Espartanos casi por casualidad: un viernes me invitaron a rezar el rosario en la cárcel y esa experiencia me explotó la cabeza. Sentí que recibía mucho más de lo que podía dar y desde entonces quise volver. Siempre me interesó lo social y en Espartanos encontré un espacio para acompañar y crecer personalmente. Empecé como voluntaria en un grupo de tutores, donde conocíamos a los chicos mientras rezabamos el rosario y luego los acompañabamos cuando salían en libertad. Con el tiempo, la fundación se organizó en cuatro pilares: rugby, espiritualidad, formación humana y reinserción laboral. Actualmente, coordino el área de espiritualidad y formación humana dentro del penal. Lo que me motivó fue descubrir que eran ellos quienes producían el verdadero cambio en mí. En el rosario comprendí que no se trata de ponerse en un lugar de superioridad, sino de reconocernos como iguales. 2. ¿Cómo se decide quién puede formar parte de un pabellón de Espartanos? Cuando un interno llega a la cárcel, primero pasa por “buzones”, que es la entrada del penal. Allí lo recibe el jefe, quien le ofrece distintas opciones de pabellón. Si el interno quiere ir al pabellón Espartano, se convoca a los referentes de ese pabellón y se le realiza una breve entrevista. Lo conocen y se aseguran de saber si tuvo conflictos con alguien que ya esté dentro. La decisión es de los propios presos, no de la fundación. Una vez adentro, la convivencia se da bajo las reglas del pabellón: participar del rosario, de los talleres y de las actividades que definen la vida de un Espartano. Cuando un interno no respeta estas normas, los referentes lo invitan a retirarse de forma pacífica, sin violencia ni agresiones. La pertenencia al grupo no implica beneficios judiciales ni reducción de condena, lo que evita tensiones y asegura que la motivación para ingresar sea personal.

6. ¿Cómo percibís la continuidad de la dimensión espiritual una vez que los internos recuperan la libertad? Cuando salen, resulta difícil mantener esta dimensión espiritual, especialmente porque ya no cuentan con actividades colectivas como el Rosario. El día a día se vuelve más individual, porque muchos priorizan cubrir necesidades básicas, adaptarse a nuevas responsabilidades y trabajar. Incluso, muchos lidian con presiones de amistades que pueden involucrarlos nuevamente en delitos. Uno de los chicos que estuvo tres años en libertad ¨volvió a caer¨ y me confesó: “Volví porque no pude sostenerme, pero mi vida fue distinta estos tres años: mi vida fue de la mano de Jesús y todas las noches rezaba con mis hijos, y hoy en día mis hijos van a misa”. “Observar cómo las personas privadas de su libertad se apoyan y se acompañan me muestra que el cambio también nace de ellos, y no únicamente de nuestro trabajo”, afirma Laura Micheletti. Foto: LM

3. ¿De qué manera impacta la práctica del rezo del rosario en los presos del Penal 47 de San Martín? El rosario les brinda a los presos una oportunidad para encontrarse consigo mismos, empezar a perdonarse y abrirse a vivir de otra manera. Se les ofrece un espacio que antes no tenían en el cual pueden llorar, escucharse entre sí y empezar a sanar. Muchos comparten experiencias y emociones que antes no podían expresar, como historias de violencia o abuso, y pueden empezar a perdonar muchas cosas, incluso a sus padres. A través del Rosario, pueden experimentar transformación, reconocerse vulnerables y abrirse sin temor, algo que fuera del penal rara vez ocurre. 4 ¿Creés que la actividad del Rosario ayuda a generar comunidad y vínculos entre los internos? Sí, totalmente. La actividad del Rosario ayuda mucho a crear comunidad dentro del pabellón y a formar vínculos entre los internos. Todo lo que se habla es confidencial, y si alguien no quiere tocar un no se vuelve a tocar. Lo que sucede en el Rosario queda ahí, y si luego alguien se habilita a contar más, se sigue conversando. Esta actividad termina formando un equipo: los presos se acompañan entre ellos, se forman amistades y empiezan a conocerse de verdad. Cuando alguien comparte algo fuerte, los demás lo alientan: “Vamos, vamos, Espartano, vos podés”. Algunos incluso lo acompañan físicamente, como dicen ellos, con el “techo” en el rugby, que es una manera de apoyarse mutuamente. Al principio, no todos se abren y algunos solo rezan por su familia o por un día más de vida. Con el tiempo, se animan a hablar cada vez más y esto se contagia: cuando algunos se abren, otros también se animan. Se acompañan, se conocen de otra manera, te conocés verdaderamente, te conocés de corazón. 5. ¿Qué diferencias observás entre la forma en que se vive la religión en la cárcel y afuera, en la vida cotidiana? Ellos agradecen y valoran un día más de vida. En la cárcel la fe se vive en un contexto extremo, donde cada día tiene un peso especial porque la vida está siempre al límite. La experiencia que han atravesado los enfrenta a situaciones muy difíciles, y esa perspectiva marca su manera de vivir la fe. Aunque a veces resulta complejo comprender sus decisiones, su creencia en Jesús guía sus acciones y les brinda la fortaleza necesaria para afrontar las adversidades más profundas. En muchos aspectos, siento que su fe es incluso más fuerte que la nuestra. Para ellos, la fe se convierte en un recurso indispensable para enfrentar la realidad y sobreponerse a las dificultades, aun cuando desde afuera pueda resultar difícil de comprender

Por: Carmela Sciarra

Encontrar a Dios entre rejas: la historia de Jorge Suárez

De la cárcel a una vida con propósito, Jorge encontró en la fe y en el rugby un camino para cambiar, crecer y empezar de nuevo.

A los 28 años, Jorge mira hacia atrás y reconoce que su vida tuvo un antes y un después. Durante más de siete años estuvo privado de la libertad, recorriendo distintas unidades penitenciarias: Magdalena, Varela, Campana, La Plata, Sierra, Ituzaingó. Un circuito marcado por el encierro y la rutina de la cárcel, donde la salida y la libertad parecían estar siempre lejos. En ese tiempo, la fe apenas ocupaba un lugar íntimo y personal dentro de Jorge. Creía en Dios, sí, pero a su manera, sin compartirlo con nadie. Su vida estaba atravesada por problemas y por una sensación de encierro que no solo era física, sino también emocional. Todo cambió cuando, tras un traslado, llegó a la Unidad 48 de San Martín. Ahí conoció al Pabellón de Espartanos, un espacio distinto al que estaba acostumbrado. Fue Lucas, un interno que lo invitó a sumarse, quien le abrió la puerta a una comunidad que combinaba rugby, fe y educación. “Al principio dudaba. Yo decía: esto del rosario es una ridiculez. Siempre fui creyente, pero en mis propios términos, pero cuando empecé a participar, vi cómo a través de la oración y de la convivencia se transforman vidas, incluida la mía. Vi cosas que me llenaron de esperanza y me dieron energía para seguir". El rezo diario, las charlas espirituales, el deporte y las actividades solidarias, como armar bolsas de dormir para personas en situación de calle, marcaron un nuevo rumbo en la vida de Jorge. En ese contexto limitante, experimentó algo inesperado: libertad en medio del encierro. “Lo que tiene es que en Espartanos te vas a sentir más libre por más de que estés en contexto de encierro, como les decía, venía hace 5 años y 3 meses sin conocer nada de esto, venía de las viejas vidas, de vivir de acá para allá con problemas, de no tener tanto espacio así como me dieron en Espartanos". La espiritualidad se volvió el pilar de su cambio. “El rosario fue fundamental. Nos juntábamos todos los días a rezar y, aunque estábamos privados de la libertad, nos sentíamos más libres que nunca. Sentíamos que Dios nos daba otra oportunidad". Esa experiencia fue tan fuerte que Jorge todavía la recuerda como un renacer hacia una nueva vida. “Yo siempre me auto-percibí cristiano, evangélico, pero gracias al catolicismo y al rosario volví a encontrarme con Jesús. Siempre voy a estar agradecido, porque entendí que, más allá de las diferencias, todos creemos en el mismo Dios".

Hace más de tres años que Jorge recuperó la libertad. Y lo hizo con un objetivo claro: aprovechar las segundas oportunidades que la vida le ofrecía. Hoy vive en San Fernando junto a su pareja y trabaja en la empresa Comprogetti, en la Ciudad de Buenos Aires. Su empleo le permitió encontrar estabilidad y dejar atrás la incertidumbre que marcó su vida pasada. La diferencia con sus trabajos anteriores, como el frigorífico, es notoria. “En el frigorífico era agotador, físicamente hablando. Hoy trabajo recorriendo la calle, reportando con fotos desde una aplicación. Aprendí que también se puede crecer desde otro lugar". El rugby sigue siendo parte de su vida. Junto a otros ex integrantes de Espartanos, forma parte de un equipo que compite en la URBA. “Entramos a una categoría más competitiva, con jugadores de gran nivel. Aunque a veces perdamos, lo más valioso es el tercer tiempo, compartir con otros y que ellos conozcan nuestra historia. Eso genera vínculos únicos". Para Jorge, el deporte no es solo entrenamiento: es una forma de mantener vivos los valores que aprendió en la cárcel. Respeto, disciplina, compañerismo. Mantener la rutina espiritual fuera del penal no siempre es fácil. El trabajo, las responsabilidades y el ritmo de la vida diaria a veces dejan poco espacio. Sin embargo, Jorge busca sostener su fe en lo cotidiano: en las charlas con amigos, en los consejos a conocidos, en la forma de encarar cada día, para demostrar que Dios existe y siempre está con nosotros dando oportunidades para redimirse. “Mucha gente de mi pasado me dice: ‘Jorgito, estás cambiado’. Y yo siempre respondo lo mismo: gracias a Dios. Trato de mostrar con acciones que sí se puede cambiar. Que una segunda oportunidad existe, pero hay que aprovecharla". Jorge lo tiene claro: quiere ser un ejemplo para quienes atraviesan lo que él pasó. “A los chicos que hoy están presos les diría que piensen en ellos mismos. Que no vivan del ‘qué dirán’. La vida es una sola y cada oportunidad hay que aprovecharla. Con esfuerzo, sacrificio y perseverancia, las puertas se abren.” Él mismo lo comprobó. Con el apoyo de la Fundación Espartanos y con su fe renovada, logró encaminar su vida hacia un futuro distinto.

Hoy, Jorge no solo trabaja y entrena: también se siente responsable de mostrar que el cambio es posible. Haber recuperado la libertad no significa haber dejado atrás su historia, sino darle un nuevo sentido. “Yo salí con el objetivo de aprovechar la segunda oportunidad. Sé que no fue fácil, que no se dio de un día para el otro, pero se puede. Hoy lo vivo agradecido, con fe y con la convicción de seguir adelante".

FOTO: JS

Escuchá su testimonio

Por: Valentino Von Wernich

¿Cómo se desarrolla la espiritualidad en las cárceles argentinas?

En la Unidad 48 de José León Suárez (San Martín), programas de yoga y meditación conviven con capellanías católicas, pabellones evangélicos y devociones populares. Una investigación de Nicolás Viotti, investigador del CONICET, describe cómo estas prácticas “holísticas” reconfiguran la vida cotidiana del encierro.

La Unidad 48 es parte del complejo penitenciario de San Martín. Inaugurada en 2007, es un pabellón exclusivo para varones. Este se volvió un espacio de experimentación con amplia visibilidad pública. En los últimos años los programas de espiritualidad en las cárceles han tenido un gran desarrollo, especialmente en esta unidad. Se pasó de pabellones evangelistas a programas con una mirada holística dentro de la vida de los presos. Se buscó generarles un verdadero crecimiento espiritual.

Además agregó: “La religiosidad espiritual es una conexión que se vive en el silencio, en la oración íntima o en el recogimiento. Son frecuentes las manifestaciones sensibles —el llanto, la emoción intensa— que expresan una espiritualidad más intimista, centrada en la experiencia subjetiva y en el encuentro individual con lo divino". Esta nueva mirada holística de la espiritualidad en las cárceles busca partir desde la religiosidad popular hacia la religiosidad espiritual de los internos. Trabajan con ellos en diferentes talleres de deporte, yoga y el rezo del rosario con el fin de que estén listos para tomar "una segunda oportunidad". Los programas espirituales integrales dan buenos resultados. Hay una diferencia entre el nivel de espiritualidad del interno cuando ingresa al penal y cuando se va. Así se puede ver en el caso de un espartano en libertad. El Padre Tommy, un cura que trabaja como voluntario en Fundación Espartanos, contó: "El desafío que encontré al llevar la fe y la espiritualidad en un contexto de encierro es poder entender a Jesús y encontrarme con Jesús ahí adentro. Dios te lleva a descubrir lo que significa la libertad interior, trabajamos mucho con ese concepto. Ahí te das cuenta que Dios te ama tal y como sos, que tus errores no te definen como persona, se te da siempre la oportunidad de volver a comenzar en esa experiencia del amor, poder dar pasos que transforman la vida. Esto ellos lo entienden, a veces me pregunto si las personas en la calle lo entienden también".

¿Practicar la fe al estar privado de libertad es una estrategia de supervivencia en el encierro o realmente es un cambio en la vida del interno? Según Viotti no hay una respuesta definida, puede tratarse de ambos casos. La religión y el desarrollo de la espiritualidad no es solo un bálsamo para el sufrimiento. Los presos hacen esas prácticas porque es lo que tienen a mano y antes no tuvieron la oportunidad de involucrarse. Hay reclusos que se adhieren y esto termina creando transformaciones reales. En la unidad N48 del penal de San Martín a partir del trabajo de espartanos se logró reducir el índice de reincidencia de un 65% a un 5%.

Leé la investigación completa de Nicolás Viotti acá

La espiritualidad en las cárceles argentinas fue algo que siempre estuvo presente. Al hablar de religiosidad popular, en la cultura nacional predominan figuras como San La Muerte o El Gauchito Gil. En los últimos años, con la ayuda de ONGs y voluntarios se abrió una nueva rama de espiritualidad dentro de los penales, que combina la religión con actividades como yoga y el deporte, que abarcan diversas áreas del despliegue cualitativo de la vida de la persona privada de su libertad. Fundación Espartanos fue pionera en esta nueva mirada sobre la espiritualidad tras las rejas en la unidad N48. Existen diferencias entre los conceptos religiosidad popular y religiosidad espiritual. “El Catolicismo espiritualizado se trata de una forma de vivir la fe que pone el acento en lo emocional, en el cuerpo y en la experiencia íntima con lo sagrado. Por otra parte, el catolicismo popular, como la devoción a la Virgen de Luján o al Gauchito Gil, suele organizarse en torno a intercambios (“yo te ofrezco y vos me das”). El catolicismo espiritualizado se caracteriza por una relación más personal y menos mediada con Dios, la Virgen o el Espíritu Santo”, explicó Nicolas Viotti.

Jorge Suarez,

Rezo del rosario, actividad dictada todos los viernes a las 12:00 FOTO: FE

Por: Alvaro Miyares

PABELLÓN DE FOTOS

TESTIMONIO ESPARTANO

Atreviéndome a vivir - Payada de Mariano