Trabajo lengua

Irene Baena Villanueva

Un viaje digital por las letras

Una soleada mañana en el bosque, la liebre corría de un lado a otro, presumiendo de su velocidad frente a los demás animales. —¡Soy la más rápida del bosque! Nadie puede ganarme —dijo la liebre, dando saltos. La tortuga, que observaba desde cerca, levantó la cabeza con calma y respondió: —Tal vez seas rápida, pero el que llega primero no siempre es el más veloz.

Al sonar la señal de inicio, la liebre salió disparada como un rayo. En cuestión de segundos, ya había dejado a la tortuga muy atrás.—Esto será pan comido —pensó la liebre mientras corría sin esfuerzo. Mientras tanto, la tortuga avanzaba lenta pero segura, con pasos firmes y constantes. —No importa cuánto tarde. Cada paso me acerca más a la meta —se decía la tortuga. Pronto, la liebre, confiada en su ventaja, decidió parar junto a un árbol. —La tortuga está tan atrás que tengo tiempo de sobra para descansar un poco —se dijo, acomodándose entre la hierba y quedándose dormida.

La tortuga continuó su camino, sin mirar atrás ni detenerse. Poco a poco, pasó por donde la liebre dormía profundamente. Los demás animales, emocionados, comenzaron a animarla: —¡Sigue adelante, ya estás cerca! Cuando la liebre despertó, vio a la tortuga acercándose a la meta. Alarmada, saltó rápidamente y corrió a toda velocidad. Pero era demasiado tarde. La tortuga ya había cruzado la línea de meta. Los animales aplaudieron a la tortuga, y la liebre, avergonzada, se acercó. —Nunca pensé que podrías ganar —admitió la liebre. —La velocidad no es todo, amiga liebre —dijo la tortuga—. A veces, la paciencia y la perseverancia son lo que realmente cuenta.

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