Análisis de la personalidad
Analizando la personalidad de Alejandra Pizarnik
Empezar
Alejandra pizarnik
Hija de Elías Pozharnik y Rejzla Bromiker, inmigrantes ucraniano-judíos, Flora Alejandra Pizarnik nació en Buenos Aires el 29 de abril de 1936. Poco antes de que ella llegara a la familia, Elías y Rejzla (quienes cambiaron su apellido original al llegar a Argentina) habían tenido a Myriam, la hermana mayor.
Durante la infancia, Alejandra Pizarnik empezó a sentirse fuera de lugar. Sufría por las constantes comparaciones con su hermana mayor y su condición de extranjera en Argentina. Lejos de Europa, la pequeña familia de cuatro estaba a salvo de la Segunda Guerra Mundial, pero la sombra del conflicto no dejó de acecharles prácticamente todos sus parientes fueron perseguidos en Rivne, Ucrania, y perecieron en el Holocausto.
Conmovida por la presencia de la muerte e incómoda al reconocerse como un “ser distinto”, la Pizarnik adolescente desarrolló un carácter caótico, subversivo e inestable. Se volcó en su pasión por la literatura, recorriendo las mejores obras de filosofía, existencialismo y poesía. Leyó a Proust, Joyce, Artaud, Rimbaud, Baudelaire, Rilke y los surrealistas.
Sufrió problemas de autopercepción física, se obsesionó con su peso corporal y empezó a desarrollar una adicción por los fármacos. Al mismo tiempo, desató su escritura, impulsada por el deseo de sobresalir, triunfar y ser reconocida.
Al terminar la secundaria, Alejandra Pizarnik se matriculó en Filosofía en la Universidad de Buenos Aires y en la Escuela de Periodismo. En aquella época, acudió como reportera al Festival de Cine de Mar del Plata en 1955, pero pronto dejó a un lado el periodismo para priorizar sus intereses artísticos. Debido a su autoexigencia, Pizarnik era incapaz de permanecer en un sitio, así que abandonó la educación universitaria para entregarse únicamente a su escritura. Una figura importante en su etapa como estudiante fue el Catedrático de Literatura moderna Juan Jacobo Bajarlía, quien corrigió sus primeros textos, le presentó a su primer editor, Arturo Cuadrado, y a los surrealistas, entre ellos, el pintor Juan Batlle Planas.
Interesada por la figuración metafórica y las siluetas espectrales de la pintura de Batlle, Pizarnik comenzó su formación artística con él. A partir de entonces, los tintes surrealistas quedaron impregnados para siempre en su estilo poético. Pese a estar en una etapa de expansión creativa, el asma y la tartamudez de la joven la condujeron a un aprisionamiento somático. Su padre, que siempre la había cuidado y protegido, le cubrió económicamente las sesiones de terapia con el psicoanalista León Ostrov y costeó los gastos de su primer libro, La última inocencia, publicado en 1956. El psicoanálisis no solo ayudó a Pizarnik a gestionar su ansiedad y restituir su autoestima, sino que también le abrió las puertas al inconsciente, un nuevo mundo en el que indagar. Fusionando literatura con su creciente interés por la subjetividad, la escritora empezó a desarrollar una voz poética que se sumergía en lo onírico y la búsqueda de la identidad, recorriendo temas como la nostalgia por la infancia perdida, la muerte, la extranjería o la relación entre la vida y la poesía, a través de un profundo intimismo y sensualidad.
Dada su inagotable sed intelectual, Pizarnik estudió Literatura Francesa e Historia de la Religión enla Sorbona. Fue entonces cuando conoció a varios escritores con los que forjó una amistad que duró toda la vida, entre ellos Julio Cortázar (Pizarnik decía que ella era la Maga de Rayuela), Rosa Chacel y Octavio Paz (quien redactó el prólogo para su reconocida obra Árbol de Diana en 1962).
Cuatro años más tarde, Alejandra Pizarnik regresó a Buenos Aires habiendo madurado como poeta. Justo en ese momento solo necesitaba tiempo para volcar su torrente literario en las páginas y expandir su obra. “Nada pretendo en este poema si no es desanudar mi garganta”, escribió.
La intrínseca unión entre su apasionada poesía y su vida quebrada por la pérdida llevó a Alejandra Pizarnik a sufrir diversas crisis depresivas y problemas de ansiedad. En 1968, se mudó junto a su pareja, la fotógrafa Marta Moia, pero eso no evitó que la tristeza perdurara y su adicción por las pastillas aumentó.
Momento de quiebre
Su poesía oscilaba entre el automatismo surrealista y la voluntad de exactitud racional. Eran piezas sin énfasis, a veces incluso sin forma, como anotaciones y alusiones de un diario personal. Ventanas metafóricas, espacios para la reflexión.
En 1967, su querido padre murió de un infarto en Buenos Aires. A partir de entonces, tanto los versos como las entradas diarísticas de Pizarnik se tornaron más oscuras.
Suicidio
A finales de los sesenta e inicios de los setenta, Alejandra Pizarnik recibió la beca Guggenheim y la beca Fullbright en reconocimiento por la calidad de su obra. Pero la depresión persistió, conduciéndola a una clausura progresiva y a un primer intento de suicidio en 1970, afligida por el dolor y la necesidad de atención y amor.
Tras ese primer intento de suicidio, Pizarnik ingresó en el hospital psiquiátrico de Buenos Aires. Pero ni la ayuda médica, ni las becas, ni las cartas lograron evitar que la madrugada del 25 de septiembre de 1972 se quitara la vida. Algunos biógrafos dicen que la muerte quizás no fue intencionada, señalando la posibilidad de que Pizarnik ingiriera por error una excesiva dosis de pastillas.
Tras ella quedaron siete poemarios, un diario de casi 1.000 páginas, relatos cortos, una obra teatral, una novela breve y una extensa correspondencia, muestras de su simbolismo desmesurado y extraordinaria capacidad de expresión emocional.
TEoría de cloninger
Las teorías integradoras de la personalidad son enfoques que no se centran solo en un aspecto aislado del ser humano, sino que buscan una comprensión completa de la personalidad, integrando los diferentes factores que la componen.
Teoría de Cloninger:
Propone que la personalidad está estructurada a partir de cuatro dimensiones: la búsqueda de la novedad, la evitación del daño, la dependencia de la recompensa y la persistencia. Pizarnik mostró una profunda necesidad de explorar lo desconocido, lo que se refleja en su escritura, que a toca temas sombríos, el sufrimiento y todo aquello que no se ha dicho. En su vida personal constantemente buscada la novedad, especialmente en su relación con la poesía, al buscar expandir sus conocimientos.
La personalidad de Pizarnik también refleja un alto nivel de evitación del daño. Su sufrimiento emocional y psicológico, marcado por la depresión y la angustia existencial, puede haber estado relacionado con esta tendencia.
Pizarnik mostró una dependencia emocional en sus relaciones especialmente con sus padres y sus figuras más cercanas, lo que se refleja en su constante necesidad de aprobación, aunque esta dependencia no siempre fue satisfactoria y eso la llevo a que su depresión y sentimiento de soledad creciera.
Aunque su vida estuvo marcada por una lucha interna constante, mostró persistencia en su trabajo literario, aunque se puede ver también como una manera de resistencia al vacío existencial que sentía y su sufrimiento. Eso la llevó a estar en constante conflicto con sus sentimientos negativos.
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Analizando la personalidad de Alejandra Pizarnik
Empezar
Alejandra pizarnik
Hija de Elías Pozharnik y Rejzla Bromiker, inmigrantes ucraniano-judíos, Flora Alejandra Pizarnik nació en Buenos Aires el 29 de abril de 1936. Poco antes de que ella llegara a la familia, Elías y Rejzla (quienes cambiaron su apellido original al llegar a Argentina) habían tenido a Myriam, la hermana mayor. Durante la infancia, Alejandra Pizarnik empezó a sentirse fuera de lugar. Sufría por las constantes comparaciones con su hermana mayor y su condición de extranjera en Argentina. Lejos de Europa, la pequeña familia de cuatro estaba a salvo de la Segunda Guerra Mundial, pero la sombra del conflicto no dejó de acecharles prácticamente todos sus parientes fueron perseguidos en Rivne, Ucrania, y perecieron en el Holocausto.
Conmovida por la presencia de la muerte e incómoda al reconocerse como un “ser distinto”, la Pizarnik adolescente desarrolló un carácter caótico, subversivo e inestable. Se volcó en su pasión por la literatura, recorriendo las mejores obras de filosofía, existencialismo y poesía. Leyó a Proust, Joyce, Artaud, Rimbaud, Baudelaire, Rilke y los surrealistas. Sufrió problemas de autopercepción física, se obsesionó con su peso corporal y empezó a desarrollar una adicción por los fármacos. Al mismo tiempo, desató su escritura, impulsada por el deseo de sobresalir, triunfar y ser reconocida.
Al terminar la secundaria, Alejandra Pizarnik se matriculó en Filosofía en la Universidad de Buenos Aires y en la Escuela de Periodismo. En aquella época, acudió como reportera al Festival de Cine de Mar del Plata en 1955, pero pronto dejó a un lado el periodismo para priorizar sus intereses artísticos. Debido a su autoexigencia, Pizarnik era incapaz de permanecer en un sitio, así que abandonó la educación universitaria para entregarse únicamente a su escritura. Una figura importante en su etapa como estudiante fue el Catedrático de Literatura moderna Juan Jacobo Bajarlía, quien corrigió sus primeros textos, le presentó a su primer editor, Arturo Cuadrado, y a los surrealistas, entre ellos, el pintor Juan Batlle Planas.
Interesada por la figuración metafórica y las siluetas espectrales de la pintura de Batlle, Pizarnik comenzó su formación artística con él. A partir de entonces, los tintes surrealistas quedaron impregnados para siempre en su estilo poético. Pese a estar en una etapa de expansión creativa, el asma y la tartamudez de la joven la condujeron a un aprisionamiento somático. Su padre, que siempre la había cuidado y protegido, le cubrió económicamente las sesiones de terapia con el psicoanalista León Ostrov y costeó los gastos de su primer libro, La última inocencia, publicado en 1956. El psicoanálisis no solo ayudó a Pizarnik a gestionar su ansiedad y restituir su autoestima, sino que también le abrió las puertas al inconsciente, un nuevo mundo en el que indagar. Fusionando literatura con su creciente interés por la subjetividad, la escritora empezó a desarrollar una voz poética que se sumergía en lo onírico y la búsqueda de la identidad, recorriendo temas como la nostalgia por la infancia perdida, la muerte, la extranjería o la relación entre la vida y la poesía, a través de un profundo intimismo y sensualidad.
Dada su inagotable sed intelectual, Pizarnik estudió Literatura Francesa e Historia de la Religión enla Sorbona. Fue entonces cuando conoció a varios escritores con los que forjó una amistad que duró toda la vida, entre ellos Julio Cortázar (Pizarnik decía que ella era la Maga de Rayuela), Rosa Chacel y Octavio Paz (quien redactó el prólogo para su reconocida obra Árbol de Diana en 1962). Cuatro años más tarde, Alejandra Pizarnik regresó a Buenos Aires habiendo madurado como poeta. Justo en ese momento solo necesitaba tiempo para volcar su torrente literario en las páginas y expandir su obra. “Nada pretendo en este poema si no es desanudar mi garganta”, escribió.
La intrínseca unión entre su apasionada poesía y su vida quebrada por la pérdida llevó a Alejandra Pizarnik a sufrir diversas crisis depresivas y problemas de ansiedad. En 1968, se mudó junto a su pareja, la fotógrafa Marta Moia, pero eso no evitó que la tristeza perdurara y su adicción por las pastillas aumentó.
Momento de quiebre
Su poesía oscilaba entre el automatismo surrealista y la voluntad de exactitud racional. Eran piezas sin énfasis, a veces incluso sin forma, como anotaciones y alusiones de un diario personal. Ventanas metafóricas, espacios para la reflexión. En 1967, su querido padre murió de un infarto en Buenos Aires. A partir de entonces, tanto los versos como las entradas diarísticas de Pizarnik se tornaron más oscuras.
Suicidio
A finales de los sesenta e inicios de los setenta, Alejandra Pizarnik recibió la beca Guggenheim y la beca Fullbright en reconocimiento por la calidad de su obra. Pero la depresión persistió, conduciéndola a una clausura progresiva y a un primer intento de suicidio en 1970, afligida por el dolor y la necesidad de atención y amor. Tras ese primer intento de suicidio, Pizarnik ingresó en el hospital psiquiátrico de Buenos Aires. Pero ni la ayuda médica, ni las becas, ni las cartas lograron evitar que la madrugada del 25 de septiembre de 1972 se quitara la vida. Algunos biógrafos dicen que la muerte quizás no fue intencionada, señalando la posibilidad de que Pizarnik ingiriera por error una excesiva dosis de pastillas. Tras ella quedaron siete poemarios, un diario de casi 1.000 páginas, relatos cortos, una obra teatral, una novela breve y una extensa correspondencia, muestras de su simbolismo desmesurado y extraordinaria capacidad de expresión emocional.
TEoría de cloninger
Las teorías integradoras de la personalidad son enfoques que no se centran solo en un aspecto aislado del ser humano, sino que buscan una comprensión completa de la personalidad, integrando los diferentes factores que la componen. Teoría de Cloninger: Propone que la personalidad está estructurada a partir de cuatro dimensiones: la búsqueda de la novedad, la evitación del daño, la dependencia de la recompensa y la persistencia. Pizarnik mostró una profunda necesidad de explorar lo desconocido, lo que se refleja en su escritura, que a toca temas sombríos, el sufrimiento y todo aquello que no se ha dicho. En su vida personal constantemente buscada la novedad, especialmente en su relación con la poesía, al buscar expandir sus conocimientos.
La personalidad de Pizarnik también refleja un alto nivel de evitación del daño. Su sufrimiento emocional y psicológico, marcado por la depresión y la angustia existencial, puede haber estado relacionado con esta tendencia. Pizarnik mostró una dependencia emocional en sus relaciones especialmente con sus padres y sus figuras más cercanas, lo que se refleja en su constante necesidad de aprobación, aunque esta dependencia no siempre fue satisfactoria y eso la llevo a que su depresión y sentimiento de soledad creciera. Aunque su vida estuvo marcada por una lucha interna constante, mostró persistencia en su trabajo literario, aunque se puede ver también como una manera de resistencia al vacío existencial que sentía y su sufrimiento. Eso la llevó a estar en constante conflicto con sus sentimientos negativos.