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Transcript

Cada mañana, mientras se peinaba y se lavaba la cara ante el espejo, Miguel se tenía que repetir las mismas frases en voz alta, porque le costaba creerlo: su amiga Bruna, su compañera de clase era una bruja.Bruna no tenía una verruga en la punta de la nariz ni llevaba un sombrero con forma de cucurucho, pero era una bruja de pies a cabeza, y podía hacer magia. Te podía convertir, si quería, en un ratón. Bueno, podía intentarlo, porque a veces los hechizos le salían como un churro y podía pasar cualquier cosa. Una vez hizo un sortilegio para convertirse en invisible, pero solo con-siguió hacer desaparecer su brazo derecho. Tenía un aspecto tan extraño que se lo tuvo que vendar hasta que pasó el efecto. Y en otra ocasión había dicho unas

Bruna es amiga mía.¡Bruna hace cosas raras!¡¡¡Bruna es una bruja!!!

UNA VISITA DE FALSO

y ya está.

palma de las manos.–¿Cómo quieres que lo haga? Es muy fácil: respiro

–preguntaba él.Y ella hacía una mueca graciosa y le enseñaba la

una rosa.–¿Cómo te las arreglas para respirar bajo el agua?

habitaba un hada.Y la leyenda era cierta. Bruna se bañaba a menudo en el estanque y podía estar sumergida mucho tiempo hablando con el espíritu de agua. Miguel sufría mu-cho cuando la veía zambullirse y pasaban los minutos, pero Bruna siempre volvía a la supercie fresca como

de miedo y de frío.Bruna vivía con su madre en una casa en las afueras del pueblo. Desde muy pequeña su campo de juegos había sido el bosque y se lo conocía palmo a palmo. Incluso era amiga de un duende que se llamaba Falso, una criatura revoltosa y muy bromista. Pero lo que más le gustaba a Bruna era ir a la fuente de Encantada, un manantial de agua donde la leyenda decía que

palabras mágicas y había hecho volar a Miguel hasta la cima de un platanero, pero después no supo cómo bajarlo de allí, y el pobre chaval se pasó la noche en lo alto del árbol, cantando como un búho y temblando

sistía él.Miguel se imaginaba que hablar con un espíritu de agua sería como hacer gárgaras, pero en realidad Bruna no hablaba con el hada, sino que se dejaba me-cer por el agua, y entonces, como un burbujeo, oía su voz, que le decía conjuros al oído. El hada le enseña-ba a hacer hechizos, pero también le advertía de que debía tener cuidado, porque la magia podía servir para hacer co-sas buenas, pero también podía causar muchos problemas.Y hablando de problemas: un día esta-ban Bruna y Miguel haciendo las tareas de clase, sentados en una mesa. Tenían que resolver problemas de matemá-ticas, pero, por más que Bruna pro-nunciara sortilegios, las sumas, las restas y las multiplicaciones no se hacían solas.

Como si fuera tan sencillo. Miguel lo había intentado, pero, cuando respiraba dentro del manan tial, se le lle-naba la boca de agua y poco faltaba para que se ahogara.–Pero ¿cómo puedes hablar con Encantada? – in-

a frotarse los dientes.

tan contento.–¡Qué susto! ¡Casi me da un patatús! ¿Por qué no entras por la puerta como las personas?El duende lo miró risueño, pero no le hizo caso. Para él las puertas no eran ningún obstáculo, y le daba igual pasar por la puerta que atravesar una pared. Tomó la regla que Miguel tenía en la mano y empezó

champiñón.–Hola –dijo el hombrecillo mientras, con un salto de lo más ágil, se subía a la mesa.–Hola, Falso –dijo Bruna tratando de reprimir la risa.Se alegraba de ver al duende, que aparecía y des-aparecía cuando menos te lo esperabas, pero siempre les daba alguna sorpresa. En cambio, Miguel no estaba

–¡Qué lata! ¡Qué aburrida estoy de trabajar! Es que aquí no pasa nunca nada –se quejó Bruna.–¿Y qué quieres que pase? –sonrió Miguel.A él le encantaba ir al colegio y hacer deberes. Abrió la mochila para sacar una regla y notó que algo le rozaba las piernas. Entonces se agachó bajo la mesa para ver qué era aquello y se encontró con una cara que lo mira-ba jamente. A Miguel se le pusieron los pelos de punta.Aquello era Falso. El duende no medía ni dos pal-mos de estatura y vestía su casaca habitual de color

gamusinos.–¿Qué son los gamusi-nos? –preguntó Bruna.–Oh, los gamusinos

–¿Pero qué hacéis ence-rrados en casa? – pregun tó–. ¿Por qué no venís conmigo al bosque? Podríamos ir a por

Miguel.

aquella boca apestosa.–Pero qué palillo más raro –se quejó el duende.Miguel le quitó el objeto de las manos.–No es un palillo. ¡Y no toques mis cosas!Entonces se jó en que había algo enganchado en la punta de la regla. ¡Qué asco! No quería ni imaginar lo que era. Lo primero que haría al llegar a casa sería desinfectarla con kilos de jabón.Mientras tanto, el duende se ha-bía acomodado sobre la mochila de

–Pero ¿qué haces? –preguntó el niño.–Hoy he comido un pez que estaba podrido y se me ha quedado una espina atravesada.Miguel puso cara de asco. Su regla recién estrena-da, su regla de color amarillo fosforescente que usaba para dibujar cuadrados y triángulos, estaba dentro de

escritos.

de buen humor.Falso agarró la libreta de Miguel y la examinó por el derecho y por el revés. Se jó en los trazos que había

China.–Oh, ya estás diciendo mentiras otra vez –protestó Miguel–. Eres tan falso como tu nombre.El duende cerró los ojos; parecía avergonzado.–Sí, es una de mis bolas preferidas, no puedo evi-tarlo. La verdad es que los gamusinos no viven en los árboles, sino en agujeros putrefactos. ¿Habéis oído hablar de los pedos de los gamusinos? Son capaces de partir una montaña por la mitad.Bruna se echó a reír; el duende siempre la ponía

son... Son criaturas... –El duende resopló–. La verdad es que no sé muy bien cómo son los gamusinos. Na-die ha podido cazar nunca uno, resulta que son muy escurridizos, pero se dice que poseen un tesoro de mo-nedas de oro; sacos y más sacos de monedas de oro.Al oír la palabra tesoro, Miguel y Bruna endereza-ron las orejas, y el duende se vio animado a seguir.–Unos dicen que son criaturas voladoras y que viven en los árboles. Otros, que sus gritos son tan ensordecedores que te irritan las orejas. Una vez un gamusino berreó tan fuerte que el sonido se oyó en

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Miguel.Bruna hizo un gesto con el dedo y, por arte de ma-gia, la libreta se giró en manos del duende. A Miguel siempre le sorprendía el poder mágico de su amiga.

entiende nada!–Claro, estás leyendo las letras al revés –dijo

–¿Qué es esto? Parecen cagarrutas de zorro.–Son mis problemas de matemáticas. Déjalos en paz, que me los estás ensuciando de barro.–¿Es que no sabes leer, Falso? –se extrañó Bruna.–¿Leer? Claro que sé leer. –Y el duende miró la li-breta y empezó a parlotear en voz alta–: Truski retruski fracamalatusta, petrosaorrimanofesta... Uy, la escritura matemática es muy interesante. ¡Pero creo que no se

–Es un problema –dijo Miguel.–¡Cómo que un problema! –exclamó el duende–. ¡Es genial! Creo que vuestra gallina es la campeona

–Ah, claro. Ahora se entiende mucho mejor, ya lo creo –dijo Falso, y volvió a leer en voz alta–: Truski re-truski fracamalatusta, petrosaorrimanofesta... ¡Uf! Creo que sigo sin entender ni una pizca.Bruna le quitó la libreta y leyó por él en voz alta:–Si una gallina pone diez huevos al día, ¿cuántos huevos pondrá en una semana?

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–Digo que es un problema de matemáticas. Nues-tra profe nos pone problemas y nosotros los tenemos que resolver. Es así como aprendemos.El duende abrió los ojos como platos.–¿Aprendéis a poner diez huevos al día?–No, aprendemos a calcular –dijo Bruna–, y así un día podremos ir a la Luna si nos da la gana. Parece que no puedes ser astronauta si no sabes calcular cuántos huevos pone una gallina en una semana.

una.

de las gallinas ponedoras. No me importaría tener

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cuentacuentos y nos con-tará una historia.–Oh, me encantan las historias –dijo el duende–. Creo que un día os haré una visita.Entonces se abrió la puerta. Era la madre de Bruna, que les llevaba leche y galletas. En voz baja, Bruna pronunció un conjuro y el duende se quedó rígido como si fuera un muñeco.–Aquí tenéis la merienda. Ne-cesitáis un poco de energía para hacer los deberes –dijo la mujer.

diez huevos al día.–Creo que no te gustaría nuestro colegio, Falso –dijo Bruna–. Te aburrirías como una ostra.–El colegio no es aburrido –protestó Miguel–. Siempre nos enseñan algo nuevo, y hacemos cosas divertidas. Mañana vendrá un

–Oh, me encantaría conocer a vuestra profe, pero sobre todo me gustaría que me presentara a su gallina. No había oído hablar nunca de una gallina que pusiera

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en la lavadora?

a disgusto.La madre de Bruna arrugó la nariz.–No sé cómo puedes aguantarlo. Tu criatura adora-ble huele espantosamente mal. ¿Quieres que lo meta

con él.Miguel se puso rojo como un tomate y, para disi-mular, empezó a mecer al duende.–Oh... Eh... Sí, es mi peluche. Me lo regalaron cuan-do tenía dos años. Es... Es...–Es una criatura adorable –lo ayudó Bruna.–Eso es, una criatura adorable –conrmó Miguel

–¿Qué es esto?–Oh, es... Es... –Bruna se lo quitó de las manos y se lo dio a Miguel–. Es su mascota. No puede vivir sin ella y se la lleva a todas partes. Siempre está dándole besitos y haciéndole arrumacos, y siempre duerme

dió Bruna.Miguel se sobresaltó.–Es una broma, bobo.Bruna sabía que no podía usar la calculadora ni la magia para resolver los problemas de matemáticas, ¡pero es que deseaba tanto ir a jugar al bosque! Su ma-dre se dio cuenta de la presencia de Falso y lo agarró.

–Lo que necesitamos es una calculadora –respon-

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A Miguel los ojos le hicieron chiribitas. Sí, pensó, estaría bien que Falso se lavara de pies a cabeza, ropa incluida. Le habría gustado ver cómo quedaban sus pelos erizados, su nariz de chirivía y sus orejas de soplillo mientras daba vueltas en el tambor de la la-vadora. A ver si aquel hombrecillo dejaba de hacerse el gracioso. Pero Bruna se le adelantó.

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dedo y Falso revivió.

antes de que se enfríe.Cuando se marchó, Bruna hizo un gesto con el

–Oh, está hecho de un material muy delicado. Se tiene que lavar a mano con un jabón especial.La madre de Bruna hizo una mueca. Sospechaba que estaban intentando marearla, pero tenía trabajo en la otra punta de la casa y no quiso perder tiempo.–De acuerdo, comeos las galletas y bebeos la leche