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Selección PAU Murcia

8. Eneas huye de Troya

Serie Roma

Año 1598 Autor Federico Barocci Técnica Óleo sobre lienzo Estilo BarrocoTamaño 179 x 243 cm LocalizaciónGalería Borghese (Roma)

Eneas huye de Troya

Penates de Troya

Eneas

Armas abandonadas

Troya ardiendo

Escenas de la batalla y el incendio

Anquises

Creúsa

Ascanio

Ficha técnica de la Galería Borghese

La huída de Eneas de Troya. Federico Barocci

El cuadro representa una escena de la mitología antigua en la que Eneas, junto con su esposa Creusa y su hijo Ascanio, abandonan Troya en llamas. El héroe intenta esconderse del fuego que ha engullido el edificio del templo representado en el fondo. Eneas lleva a hombros a su padre Anquises, que sostiene en sus manos una pequeña estatua de dos Penates, que en la antigua cultura romana se consideraban los dioses guardianes y protectores del hogar. El anciano evoca una profunda simpatía en el espectador.

Virgilio. Eneida II, 705 y ss.

SELECCIÓN DE TEXTOS LATINOS

Virgilio. Eneida II, 60 y ss.

ANTECEDENTES DEL RELATO

Virgilio. Eneida II, 60 y ss.

Cuando había arribado ya al umbral de la casa paterna,​ de la vieja morada de mi padre, que él era a quien quería​ antes que nada llevármelo a lo alto de los montes, al que primero yo buscaba,​ mi padre se me niega, asolada ya Troya, a prolongar sus días​ y a sufrir el destierro. «Vosotros cuya sangre no han frenado los años todavía​ —prorrumpe—, cuyas fuerzas se mantienen pujantes en su vigor primero, vosotros emprended la huida. En cuanto a mí,​ si hubieran querido los celestes moradores que siguiera viviendo,​ me habrían conservado esta morada.​ Me basta a mí y me sobra con haber ya una vez contemplado​ arrumbada la ciudad y haber sobrevivido a su captura.​ A mi cuerpo, tendido como está, precisamente así, dadle el adiós​ y partid. Yo con mi propia mano encontraré la muerte. ​El enemigo tendrá piedad de mí​ y buscará mis restos. Quedar sin sepultura es llevadero.​ Hace tiempo que odiado de los dioses retardé sin objeto​ el plazo de mis años, desde el día en que el padre de los dioses​ y rey de los humanos exhaló sobre mí​ el viento de su rayo y me alcanzó su fuego[».​

ANTECEDENTES DEL RELATO

Virgilio. Eneida II, 60 y ss.

Persistía volviendo a estos recuerdos y seguía firme en su decisión.​Nosotros oponiéndonos, dando suelta a las lágrimas, mi esposa Creúsa, Ascanio​ y toda la familia suplicábamos no lo arruinara todo nuestro padre en su ruina​ y no echara más peso a nuestro hado agobiante.​ Él se niega y se aferra a su propósito y a su misma morada.¿Qué plan, qué otra salida se me ofrecía ya?​ «¿Has llegado a pensar, padre, que yo podría marcharme abandonándote?​ ¿Ha podido salir de tus labios de padre idea tan monstruosa?​ Si les place a los dioses que nada quede de tan gran ciudad,​ si es firme tu propósito y es tu gusto añadir tu ruina​ y la desgracia de los tuyos a la ruina de Troya,​ franca tienes la puerta a esa muerte que anhelas.​ Pronto llegará Pirro empapado en la sangre de Príamo, el que degüella al hijo​ ante los ojos de su padre y al padre ante el altar.​ ¿Para esto, madre mía valedora, me arrancas de entre dardos, de entre llamas,​ para que llegue a ver al enemigo en medio de mi casa,​ y a Ascanio y a mi padre y a Creúsa junto a ellos, degollados,​ bañados los unos en la sangre de los otros?

ANTECEDENTES DEL RELATO

Virgilio. Eneida II, 60 y ss.

¡Las armas, escudero, traedme acá las armas! El día final llama a los vencidos.​ Dejad que vuelva en busca de los dánaos! ¡Dejadme que reanude la lucha!​ No vamos a morir hoy todos sin venganza, lo aseguro.​ Al instante me ciño la espada una vez más, paso por el broquel​ del escudo mi izquierda y me lo ajusto así. Y me lanzaba ya fuera de casa​ cuando en esto mi esposa abrazada a mis pies se clava en el umbral​ tendiendo hacia su padre a su pequeño Julo. «Si vas en busca de la muerte​ llévanos contigo a que afrontemos cualquier riesgo.​ Pero si tu experiencia te da alguna esperanza en las armas que has ceñido,​ defiende antes que nada tu casa. ¿A quién le dejas tu pequeño Julo?​ ¿A quién tu padre y esta que en otro tiempo llamabas tu mujer?»​ Gritando así llenaba con sus gemidos la morada entera.​ De improviso sobreviene un prodigio —maravilla decirlo—.Entre las mismas manos y el rostro de sus padres afligidos​ una tenue lengüeta de fuego parecía​ despedir resplandores por sobre la cabeza de Julo y sin causarle daño​ iba lamiendo el suave cabello con su llama y tomaba pábulo​ en torno de sus sienes. Nosotros asustados temblábamos de miedo​ y sacudíamos sus cabellos en llamas y con agua apagábamos el fuego milagroso.

ANTECEDENTES DEL RELATO

Virgilio. Eneida II, 60 y ss.

Pero mi padre Anquises alzó alegre a la altura la mirada​y tendiendo a los cielos las manos y la voz: «Omnipotente Júpiter,​ si te dejas mover de ruego alguno, míranos, esto sólo te pedimos​ y si nuestra bondad se lo merece, danos luego una prueba de tu agrado,​ y confírmanos, padre, este presagio».Apenas el anciano dijo esto, de repente sonó el fragor de un trueno​ por la izquierda e irrumpió desde el cielo una estrella​ y deslizándose a través de las sombras pasó veloz tendiendo​ una antorcha de fuego, dejando en pos un reguero de luz.​ La vimos deslizarse encima del tejado de la casa​ y ocultarse en el bosque del monte Ida señalando con su lumbre el camino.​ El prolongado surco queda vertiendo luz​ y en un ancho contorno despide una humareda de azufre.​ Entonces sí se da mi padre por vencido. Se yergue vuelto al cielo​ y saluda a los dioses y se pone a adorar la estrella santa.​ «Ya sí que no hay espera. Os sigo. A donde me guiéis, allí estoy presto.​ ¡Dioses de nuestros padres, salvad mi casa y mirad por mi nieto!​ Ese presagio es vuestro. Troya está a vuestro amparo.​ Sí, me pongo en camino, hijo; no me resisto a acompañarte».
Deja de hablar. Ya se percibe más intenso el crepitar del fuego​ por la ciudad y las llamas van rodando más cerca su ardiente borbollón.​ «Ea, padre querido, monta sobre mi cuello. Te sostendré en mis hombros.​ No va a agobiarme el peso de esta carga. Y pase lo que pase,​ uno ha de ser el riesgo, una la salvación para los dos.​ Que a mi lado venga el pequeño Julo​ y que mi esposa vaya siguiendo aparte nuestros pasos.​ Vosotros, mis criados, advertid lo que os digo:​ Hay al salir de la ciudad un cerro y un antiguo santuario de Ceres​ abandonado ya y hay cerca de él un vetusto ciprés​ que por veneración de nuestros padres se conserva de largo tiempo atrás.​ Todos nos juntaremos allí mismo, cada cual por su lado.​Toma en tus manos, padre, los objetos sagrados y los Penates patrios.​ A mí, recién salido de tan horrenda lucha y mortandad,​ no me está permitido poner mi mano en ellos​ hasta que no me lave en agua viva».

Virgilio. Eneida II, 705 y ss.

Virgilio. Eneida II, 705 y ss.

Diciendo así, sobre mis anchos hombros y mi cuello que humillo​ extiendo la piel fulva de un león y me inclino a recibir el peso.​ Mete el pequeño Julo en mi diestra los dedos de su mano,​ y va siguiendo a su padre con pasos que no igualan a los suyos.​ Detrás viene mi esposa. Caminamos atravesando sombras,​ y a quien poco antes no imponían ningún tiro de dardo​ ni hueste griega alguna aglomerada contra mí, me espanta ahoracualquier vuelo del aura, me sobresaltan ya todos los ruidos,​ suspenso y receloso a un mismo tiempo por el que llevo al lado y por mi carga.​ Ya estaba aproximándome a las puertas, ya me creía yo haber dejado atrás​ todo el camino. De pronto resonando en mis oídos nos pareció acercarse​ un son de apresurados pasos. Y mi padre adentrando en las sombras su mirada​ me da voces: «¡Hijo mío, hijo mío, huye, se acercan!​ Distingo los escudos llameantes y relumbres de bronce».