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El México Independiente.pptx

Tania Menchaca

Created on October 22, 2024

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El México Independiente

Denunciar a las autoridades peninsulares por sus corruptelas, malquerencias, falta de voluntad, desprecio hacia lo novohispano y deseos de perpetuar la ignorancia de la población fueron apenas algunos de los cargos lanzados a los realistas durante la guerra de independencia, que posteriormente se convirtieron en justificación para renunciar a los lazos de fidelidad a la madre patria y explicar la dificultad de remediar abusos y olvidos.

Y comienza el conflicto entre tradicionalistas y liberales surgía a la hora de retirar la enseñanza religiosa del plan de estudios.

La obra final de la época virreinal, en asuntos educativos, fue el Reglamento General de Instrucción Pública de 1821, promulgado por las Cortes españolas en una época liberal. Pese a no haber tenido vigencia en México, debido a la declaración de independencia (unilateral, pues España no la reconocería sino 15 años después), tuvo influencia definitiva durante las siguientes décadas. El reglamento encierra varios conceptos que guiaron la política educativa hasta la guerra de Reforma, como el de que "Toda enseñanza costeada por el Estado, o dada por cualquiera corporación con autorización del gobierno, será pública y uniforme". Esto significaba que la enseñanza de las primeras letras en escuelas de los ayuntamientos, asociaciones de beneficencia, parroquias o instituciones de la Iglesia sería impartida sin exigir requisitos de ningún tipo a los alumnos, más allá de la decencia impuesta por los usos y costumbres y una contribución de los padres de familia para aquello que no alcanzaban a pagar los fondos. Es preciso decir que las clases de instrucción primaria ofrecidas por la Iglesia se consideraban tan públicas como las costeadas por el erario.

El reglamento de 1821 mandaba abrir una escuela en cada pueblo que tuviera por lo menos 100 habitantes (que serían unas 20 familias) y encontrar el modo de llevar las letras a "las poblaciones de menor vecindad" y a las mujeres. La Constitución de Cádiz no impedía el ejercicio de los derechos de ciudadanía a los varones ya mayores ni a los analfabetos, pero no lo permitía a los jóvenes nacidos a partir de 1812 que al cumplir sus 18 años no hubieran aprendido a leer y escribir.

En las Cortes se promovió una ampliación notable de la educación secundaria y superior en México, lo que echa por tierra la idea de cortapisas a los avances culturales. El reglamento de 1821 autorizó 16 nuevas universidades, además de las dos ya existentes. En cada una de éstas habría una "biblioteca pública, una escuela de dibujo, un laboratorio químico y un gabinete de física, otro de historia natural y productos industriales, otro de modelos de máquinas, un jardín botánico y un terreno destinado para la agricultura práctica"

El año de 1821 no fue un parteaguas en la educación. Desde la colonia temprana, las pocas escuelas de primeras letras estuvieron bajo la administración de los ayuntamientos, directamente o mediante el gremio de maestros. Para finales del siglo xvm, los ayuntamientos desempeñaron un papel activo en la creación de escuelas municipales; les tocaba rentar los locales, financiar y vigilar su funcionamiento, examinar, contratar y despedir a los maestros e invitar al párroco a acreditar la capacidad del maestro para impartir la doctrina cristiana. Nada de esto se modificó a la hora de sustituir una monarquía lejana por una suprema junta gubernativa, triunvirato, regencia, emperador, presidente o dictador militar, entre las muchas autoridades que rigieron al país durante las primeras décadas de frágil vida independiente. El Estado nacional no tenía injerencia en la educación primaria más allá de fomentarla, salvo en el Distrito Federal y en los territorios, de manera que no la apoyó sino con la promulgación de leyes como la de testamentos, que obligaban a donar una pequeña suma de dinero (la manda forzosa) si no había herederos.

A partir de 1822 se estableció en la ciudad de México la Compañía Lancasteriana, una sociedad de beneficencia que logró reunir, a pesar de sus diferencias, a buen número de políticos, escritores y clérigos ansiosos de reducir los índices de analfabetismo. Tres temas les inquietaban: transferir el sentimiento de lealtad de la figura paterna del rey al concepto abstracto de Estado moderno; convertir a la siguiente generación de jóvenes en buenos ciudadanos, conscientes de sus obligaciones hacia el Estado, y formar obreros calificados y responsables. La enseñanza mutua (con inspectores y monitores, niños más avanzados que instruían a los demás), mediante la cual se llevaba lectura y escritura en clases subsecuentes en cada jornada escolar (al contrario del sistema antiguo, de aprender primero a leer y después a escribir), conocida como el sistema lancasteriano, atendía a los niños pobres, el sector que más interesaba al gobierno adoctrinar en la nueva realidad política y laboral. El sistema lancasteriano tuvo éxito, pues logró aumentar el número de inscritos en zonas urbanas, estableció normales (donde los jóvenes aprendían a impartir los mismos conocimientos que acababan de adquirir), promovió clases de dibujo dominicales, nocturnas y de adultos, difundió la cartilla lancasteriana y, en 1842, el gobierno central le confió la Dirección General de Instrucción Primaria para todo el país.

Esto fue el principio de una auténtica centralización educativa, de un manual para maestros único y obligatorio y de una docencia rigurosamente uniforme, por lo menos en teoría. La Dirección duró poco más de tres años, tiempo durante el cual rigieron las Bases Orgánicas que permitieron ordenar desde el centro la vida política, económica y educativa de los departamentos (que sustituyeron a los estados). Las primeras escuelas normales se establecieron bajo el sistema lancasteriano en Zacatecas y Oaxaca, que compitieron por ser los pioneros en este tipo de enseñanza (donde se "norma" la enseñanza en un curso que duraba de cuatro a seis meses). Estas normales no lo eran en el sentido moderno de la palabra, pues no se daba un solo curso de pedagogía. El niño es el gran ausente en la historia de esta época: se habla de planes y proyectos, de directores y escritores, de maestros, pero casi nunca de niños, Pues eran actores pasivos: se les obligaba o se les prohibía asistir a la escuela, según el criterio de los padres

La escuela mantenía la disciplina utilizando el miedo a un maestro equipado con un látigo, palmeta o varilla de uso frecuente, lo que hacía de aquélla un lugar de fastidio, aburrimiento y humillación, de lágrimas y de dolor para los niños que no tenían buena memoria.

Al restablecerse el federalismo en 1846, las juntas subalternas lancasterianas se convirtieron en Juntas de Estudio. Las pocas personas que se interesaban en las cuestiones educativas participaban en los diferentes regímenes de gobierno, fueran federales o centrales. Hasta no empezar a discutir la Constitución de 1857, la educación, sobre todo de primeras letras, no provocó mayores desacuerdos entre los grupos sociales, ya que existía un consenso en cuanto a la enseñanza básica: doctrina cristiana, junto con lectura, escritura y, si se podía, aritmética y dibujo. Este consenso se perdió para siempre después de la derrota sufrida por los sectores más tradicionalistas de la Iglesia en la guerra de Reforma

Las ramas científicas se iban especializando en física y química, en vez de estar agrupadas bajo la etiqueta de filosofía. Había que equipar laboratorios para la experimentación y la observación, con el fin de acostumbrar a los alumnos (y a los maestros) a confiar en su propio juicio y no recurrir a los textos de Aristóteles y otras autoridades para describir los fenómenos de la naturaleza. Se hizo un esfuerzo, generalmente lento, salvo en el Colegio de Minería, por modernizar los cursos de ciencias en las universidades y en los seminarios diocesanos.

LA PRIMERA DECADA Las instituciones educativas sufrieron un deterioro severo durante la guerra de independencia. La Universidad fue ocupada por las tropas realistas y el Jardín Botánico, la Academia de San Carlos y el Colegio de San Nicolás de Michoacán se encontraban entre los establecimientos que cerraron por falta de apoyo financiero.

Seguían existiendo, a pesar de las penurias, dos universidades y nueve seminarios diocesanos (le faltaba el suyo a Sonora debido a su pobreza), colegios (internados) con clases para externos en algunas ciudades grandes y dos instituciones ilustradas en la ciudad de México (el Colegio de Minería y el Colegio de Cirugía, incorporado en 1831 a la Escuela de Medicina). Funcionaban, como antaño, en la ciudad de México el Colegio de las Vizcaínas, para alumnas internas y externas, igual que los colegios de la Antigua y Nueva Enseñanza, más las que tenía esta orden de monjas en Aguascalientes e Irapuato

La década de 1820 atestiguó la aparición de cuatro institutos literarios, sin duda la novedad más perdurable en la educación superior para esa época. Abrieron sus puertas institutos en Oaxaca, Toluca, Guadalajara y Jerez, Zacatecas. Los primeros tres tuvieron planes de estudio muy ambiciosos. Se trataba de formar abogados, matemáticos, médicos e ingenieros, entre otros profesionistas, y también se quiso ofrecer al estudiante un ambiente más secular que el de los seminarios diocesanos, la otra opción educativa en las sedes de los obispados. La siguiente década vería el establecimiento de institutos en otros estados y finalmente, en los años 1840, se llamarían indistintamente colegios nacionales o del estado o institutos y todos, a pesar de la amplitud de materias ofrecidas en el papel, terminarían como escuelas secundarias, que a veces cubrían los primeros años de la carrera de medicina o la carrera completa de derecho. Esta profesión se convirtió en la carrera más popular del siglo XIX, en parte porque había trabajo para los abogados. Los estados necesitaban constituciones, leyes y decretos, códigos comerciales y penales, tribunales de justicia y hombres instruidos en su manejo. Los congresos y la alta burocracia se llenaron de abogados que hicieron la competencia por los favores de las damas a los militares, otra profesión exitosa a raíz de la independencia. Los militares gozaron de gran prestigio, tanto por su constante participación en política como por conformar uno de los sectores más ilustrados de la población.

El Colegio Militar, fundado en 1822, empezó a producir ingenieros que sabían construir puentes, calzadas y edificios públicos (tales como presidencias municipales, cárceles, mercados y hospitales), con las técnicas más avanzadas traídas de Europa. La construcción de edificios escolares no tendría lugar hasta la segunda mitad del siglo. Los herederos del Colegio Militar terminarían siendo, en el siglo XX, el Instituto Politécnico Nacional y la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional Autónoma de México.

El Colegio Militar, fundado en 1822, empezó a producir ingenieros que sabían construir puentes, calzadas y edificios públicos (tales como presidencias municipales, cárceles, mercados y hospitales), con las técnicas más avanzadas traídas de Europa. La construcción de edificios escolares no tendría lugar hasta la segunda mitad del siglo. Los herederos del Colegio Militar terminarían siendo, en el siglo XX, el Instituto Politécnico Nacional y la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional Autónoma de México.

La década de 1830 vio la entrada al poder de otra generación de hombres. A pesar de tantos planes y proyectos, los problemas no se resolvían. Apenas se mejoraba la economía, la sociedad no era más ordenada ni más culta, la conciencia nacional era incipiente y los estados se consideraban soberanos. Durante la primera década de independencia, Iturbide perdió la vida ante un pelotón de fusilamiento y México tuvo que repeler el intento de reconquista por parte de la corona española. A poco de entrar en la siguiente década, le tocó la ejecución a Vicente Guerrero, seguida por las intervenciones de Tejas y Francia y el cambio de república federal a central. El máximo acontecimiento, desde el punto de vista educativo, fue el hartazgo en 1833 de Antonio López de Santa Anna ante las minucias del arte de gobernar y la llegada al poder, en consecuencia, del vicepresidente Valentín Gómez Farías.

Con el poder político en la mano, Gómez Farías no esperó más y de un plumazo cerró la venerable Universidad, que hacía tiempo no daba clases. También se cerró el Colegio Mayor de Sarita María de Todos los Santos. Los demás establecimientos de educación superior fueron reformados, de modo que cada uno ofreciera una sola carrera, eliminando la repetición de cursos. En San Gregorio se impartieron los cursos preparatorios para todas las carreras; las humanidades se dieron en el Hospital de Jesús; San Ildefonso reunió bajo su techo los cursos de jurisprudencia; la carrera de física y matemáticas se impartió en el Colegio de Minería; las ciencias eclesiásticas fueron trasladadas a San Juan de Letrán y los estudios de medicina al antiguo hospital de Betlemitas.

Las reformas de Gómez Farías duraron nueve meses; lo único que quedó en pie fue el Establecimiento de Ciencias Médicas y que el gobierno haya abandonado el papel que desempeñaba al obligar a los creyentes a pagar el diezmo y a las monjas a guardar, de por vida, sus votos de clausura

En 1833 que llegarían a incorporarse, décadas después, a la vida cultural. Se creó la Dirección General de Instrucción Pública para el Distrito Federal y los territorios con el fin de aprobar libros de texto y expedir títulos académicos. Se planeó un museo de arte, antigüedades e historia nacional; una biblioteca nacional (con la novedad de que el público podría revisar, libremente, los índices de libros y leer lo que quisiera); una escuela normal para hombres y otra para mujeres. Se instituyó la saludable costumbre de rebajar el sueldo a los maestros que no asistían a clases, insistir en que siguieran el sistema lancasteriano y en que los alumnos de primaria cada año presentaran exámenes públicos.

El gobierno les daría útiles a los niños pobres; algunas escuelas propusieron vestirlos, pues la desnudez era una de las muchas causas del ausentismo escolar.

Michoacán en los años 1830, fue encabezado por un rector ilustrado que convirtió el seminario en el establecimiento de educación superior más avanzado del país. Ofrecía cursos de arquitectura civil, entre otros; los alumnos realizaban prácticas de campo, se hacía fuerte hincapié en las matemáticas y se promovía el ejercicio físico como rutina diaria.

En 1843, en la persona de un nuevo rector, más tradicionalista, que desterró las materias que no tuvieran relación estrecha con lo que él denominaba vida religiosa. Lo importante es recordar que antes de la guerra de Reforma y la clausura de los seminarios diocesanos a manos de los gobiernos liberales, éstos contribuyeron a la formación de generaciones de abogados, literatos, periodistas, otros profesionistas y hombres de sotana que aportaron sus conocimientos a la formación del México moderno.

En 1843 el congreso aprobó un plan general de estudios en el cual se especificaron las materias comunes para todas las carreras y los tiempos de cada una de ellas, las becas, los maestros, las instituciones y los presupuestos para sostener la educación secundaria y superior. Promovió la enseñanza del mexicano, tarasco, otomí, francés, inglés, alemán y griego. Creó escuelas de agricultura y de artes y oficios. Reglamentó las carreras de agrimensor, ensayador, apartador de oro y plata, beneficiador de metales, ingeniero de minas, geógrafo y naturalista (algunas de estas carreras ya se cursaban en el Colegio de Minería). Propuso un examen general de conocimientos después de la preparatoria, antes de matricularse en una carrera.

Es el manifiesto más radical del siglo en México: no colmar el cerebro de textos aprendidos de memoria sino aprender a ser autodidacta, poder reflexionar, tener criterio propio. Necesariamente habría que descontar la autoalabanza que se hacía Baranda en sus escritos, pero algo de cierto había en su afirmación de que "antes lo poco que se sabía era mil veces peor que no saber nada". Nuevamente, la leyenda negra. Cuando menos se habían multiplicado las carreras y las materias correspondientes, se habían traído de Europa nuevos libros de texto y la influencia del siglo se hacía sentir en los ámbitos académicos.

Los puntos esenciales de la política de Baranda c o n s i s t í a n en conseguir los fondos imprescindibles, d o t a r d e c o r o s a m e n t e a los profesores, estimular el talento de los alumnos, becar a los pobres con a p t i t u d e s para aprender y poner un e s t a b l e c i m i e n t o del gobierno en cada departamento (o e s t a d o , según el régimen constitucional del momento) para que las novedades se difundieran más fácilmente.

En los años 1840, Melchor Ocampo, como lo había hecho Mora 20 años antes, se rebeló ante formas arcaicas de vida monástica y conocimientos rutinarios. Quería introducir en las primarias libros de texto sobre temas generales y que se publicaran manuales sencillos sobre civismo y ciencias. Buscaba promover nuevas carreras, pues le parecía que los padres de familia sólo escogían para sus hijos las tradicionales de sacerdote, abogado y médico, cuando al país le faltaban científicos. Se lamentaba de que los estudiantes salían de los internados como "tímidas e inútiles doncellas sin comprender una palabra de negocios, una sola de las fases de la vida práctica, sin saber saludar ni presentarse en una tertulia", con una profunda y generalizada ignorancia de los deberes domésticos y públicos, los de dentro y fuera de la casa.

Como gobernador de Michoacán, en 1847 Ocampo restauró el Colegio de San Nicolás de Hidalgo y fundó numerosas escuelas primarias. Dotó de su bolsillo un buen laboratorio de química y física, creó las carreras de agricultura e ingeniería civil, reorganizó la carrera de jurisprudencia e instauró los exámenes públicos y privados para ser profesor titulado de instrucción primaria.

En 1853 se dio la última ley educativa que obligaba a seguir los dictados de la Iglesia. Se decretó que durante media hora cada mañana y cada tarde los alumnos de las escuelas primarias debían aprenderse de memoria el catecismo del jesuíta Jerónimo de Ripalda. Todavía se consideraba este conocimiento como lo más esencial, lo fundamental para todo niño

El artículo tercero, educativo por excelencia, adquirió por primera vez esta característica en la constitución de 1857. Indicativo de los cambios que sufría el país, el artículo tercero de la primera constitución, la de 1824, había declarado que el catolicismo era y sería perpetuamente la religión oficial del Estado sin tolerancia de ninguna otra. La perpetuidad quedó en poco más de 30 años; en 1857 ese artículo se cambió a "la enseñanza es libre". Cuatro palabras que levantaron torrentes de discursos, prohibiciones y apoyos. Para algunos políticos significaba que el Estado no intervendría en la educación. Para otros, que estaría libre de las restricciones gremiales y que valía enseñar cualquier cosa que no ofendiera a la Iglesia, al sistema político o que difamara a las personas. Los clérigos se quejaron de que la religión ya no era materia obligatoria.

Vino y se fue la guerra de Reforma. Los liberales juraron que no dejarían a sus enemigos envenenar el corazón de los jóvenes con máximas contrarias a la buena marcha de la República. La oposición juró prevenir y salvaguardar a la juventud de los errores del siglo, de la modernidad, de la indiferencia religiosa, del Estado laico. Cuando Ignacio Ramírez fue designado ministro de Instrucción Pública en el gabinete del presidente Benito Juárez, desterró las penas corporales de las escuelas (los azotes se habían prohibido en 1813 y varias veces más, señal clara de que se seguían empleando a rajatabla) y sustituyó la doctrina cristiana por clases de urbanidad y moral.

Otra visión del mundo se introdujo a México gracias a los franceses que llegaron a dominar el campo de la educación secundaria en la década de los sesenta. Se abrieron el Colegio Mexicano, el Hispano-Americano de Jesús, el Desfontaine, el Francés, el Francés-Mexicano para señoritas y el Franco-Mexicano. Un pariente de Justo Sierra era el director del Liceo Franco- Mexicano, razón por la cual éste vino de Yucatán para hacer sus estudios en la ciudad de México. En el Liceo se podían llevar c u r s o s de instrucción primaria y secundaria, en preparación para la carrera profesional. Se estudiaba idiomas, aritmética aplicada, c o n t a b i l i d a d para el comercio, y junto a ello, a pesar de que el modelo era galo, las cuestiones nacionales tales como topografía de la República mexicana, elementos de legislación patria y economía política en relación con las necesidades del país.

Los niños mexicanos pueden recordar a Maximiliano como quien introdujo las tareas escolares a elaborar en casa (incluyendo los problemas de matemáticas a resolver fuera del horario de clase), las calificaciones mensuales y los exámenes escritos al final del año. La legislación del Segundo Imperio invitó a los padres a cooperar más estrechamente en la educación de sus Hijos y a estar en contacto con los maestros.

Se centralizó la educación como en 1843 y ninguna materia podía enseñarse sin un texto aprobado por el Ministerio de Instrucción Pública, mismo que incorporaría las escuelas aprobadas. La instrucción Primaria sería obligatoria desde los 5 hasta los 10 años de edad; antes se había declarado gratuita y uniforme, según la época, pero no obligatoria a nivel nacional, salvo por el interludio centralista 1842-1845. Sería gratuita para los que no pudieran pagar un peso al mes y el ayuntamiento de cada lugar se encargaría de decidir quiénes eran pobres de solemnidad.

La estructura de la educación secundaria durante el Segundo Imperio seguía de cerca el sistema francés. El alumno asistiría primero a un liceo durante cuatro años, mismo que terminaría de cursar cuando más temprano a los 14 años de edad. A partir de ese momento, podría optar por una carrera literaria, una tecnológica o una corta en la Academia de Agricultura, la Escuela Militar de Oficiales o la Escuela de Comercio. El Colegio Literario era para los futuros abogados, médicos o científicos, donde estudiarían hasta los 18 años de edad. Los que no quisieran presentar un examen general de conocimientos al finalizar las materias podrían seguir sus estudios en las escuelas de Farmacia, Veterinaria o Administración Pública. Las carreras prácticas eran las de minero, ingeniero militar, civil, mecánico o agrimensor, cuya preparación se hacía en al Colegio de Artes. Podrían terminar los estudios preparatorios a los 17 años de edad. En estos colegios se desecharon las lenguas antiguas para hacer hincapié en las ciencias exactas y en las artes útiles.

Era la primera vez en la historia de la educación en México que los niveles educativos tomaban en cuenta la edad del alumno; antes, se colocaba al joven de acuerdo con sus conocimientos. La intención era que los estudiantes de la misma edad irían a la par en su programa y que terminarían las materias todos juntos.

El plan de estudios de 1867, ya iniciada la República Restaurada, contemplaba escuelas profesionales y carreras cortas. Incluso proyectó la construcción de un observatorio astronómico. Un cuerpo de científicos aconsejaría al gobierno en sus políticas, una Academia de Ciencias y Literatura promovería los adelantos en estos ramos, se formarían colecciones de historia natural y de artes, se reglamentarían concursos, se enviarían a las imprentas trabajos novedosos con soluciones para los problemas nacionales.

Se estableció la Escuela Nacional Preparatoria, portavoz del positivismo; los intelectuales más renombrados pertenecieron al plantel durante el Porfiriato.