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José María Perceval

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El humor y sus límites (2015)

¿Tiene limitaciones el humor?

El humor es una superación de miedos

Victor S. Navasky

La sátira como instrumento de crítica social

La sátira y el poder

El humor y sus riesgos

Sátira justa

En defensa de la sátira

Sátira no es vituperio

Alberto Manguel

Relevancia del humor

Humor responsable

Humor meditado

Manuel Junco

La sátira y el humor

¿límites?

El humor para mí es como la lógica-filosófica, es un apartado de la filosofía porque justamente lleva a las personas que están escuchando un chiste a la parte ilógica que la revisa y, por lo tanto, nos sirve como conocimiento de la realidad.

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El humor no, porque es un instrumento. Es como si dijeras: ¿la ciencia tiene límites? Tampoco. Son los humanos los que pueden destruir el planeta con la ciencia y los que pueden hacer daño con el humor. Es un problema de apuntación, no del humor mismo. El límite moral lo pone el público, no la ley, porque si la ley pone límites luego resulta que se aplica a según quién.

Por eso en los velatorios se cuentan muchos chistes o en las ceremonias majestuosas son risibles. Por ejemplo, los Oscars. Las grandes ceremonias necesitan humor porque sino al final acaban siendo instrumentos vacíos. ¿Qué se puede hacer ante los grandes grupos? Por ejemplo, chistes de género, chistes con grupos étnicos como catalanes, judíos u andaluces. Yo creo que a eso no hay que poner límite, el límite lo tiene que poner el público porque yo no creo que sean grupos que no-defendibles sino que, simplemente, se pueden sentir ofendidos. Hoy serás tú, mañana serán otros. Si la gente no se ríe pues no se ríe de esos chistes.

¿Es la sátira una herramienta que puede seriamente denunciar cuestiones sociales?

Así que la pregunta no es si las viñetas satíricas —que a menudo se consideran bobas e inofensivas— tienen este poder, que sí lo tienen, sino por qué. Mi teoría es que una de las razones por las que quienes son caricaturizados (o quienes se identifican con ellos) se enfurecen es porque por definición las caricaturas son exageradas, injustas y, sin embargo, no hay manera de darles réplica. Si a uno no le gusta un editorial, siempre puede escribir una carta al director, pero no existe una “viñeta al director”. La frustración de no poder contestar puede producir un sentimiento de impotencia. Además, pueden quedar flotando la persistente sospecha o el miedo de que el dibujante ha revelado una verdad fea; que ha trazado la esencia verdadera de algo o alguien. Por no mencionar que una viñeta es vista por muchos a la vez, con la consiguiente humillación pública.

Los matones que asesinaron al editor y los dibujantes de Charlie Hebdo son solo el ejemplo más reciente. En 1832, el gran artista francés Honore Daumier y su editor Charles Phillipon fueron encarcelados por el rey Luis Felipe. Daumier, por dibujar al monarca con forma de pera sentado en un trono-inodoro, devorando la comida de los pobres mientras defecaba riqueza para los nobles; y Phillipon, por la descripción del rey metamorfoseándose en una pera (“Le Poire”, como empezó a ser conocido, un término que en francés significa cabeza hueca).

Porque suele ser justa, porque suele señalar faltas morales y pretensiones falaces, porque hiere, porque denuncia, la sátira suele provocar la furia de aquellos a quienes acusa. Y porque el objeto de la sátira es muchas veces un personaje autoritario y poderoso, la reacción es con frecuencia la censura, la prisión, la muerte del poeta. "No he de callar por más que con el dedo, / ya tocando la boca o ya la frente, / silencio avises o amenaces miedo", advierte el más célebre de los satíricos españoles, Francisco de Quevedo, a sus censores. Quevedo tuvo más fortuna que muchos de sus colegas, desde Ka'b bin al Ashraf, poeta contemporáneo de Mahoma, quien se burló en sus versos de la nueva religión y fue asesinado por seguidores del profeta, hasta los humoristas de Charlie Hebdo. .

Más interesante, más curioso que este impulso de burlarse de la necedad ajena es la sensitividad desmesurada, la furia incontenible, el ultraje sentido ante una sátira por los detentores de una fe que se define como incólume. Tal indignación in loco parentis tiene algo de blasfemia. Suponer que la divinidad en la que creen estos fieles es tan sensiblera e insegura que le ofende una broma o una caricatura, que tiene un complejo de inferioridad tan fuerte que necesita la alabanza constante, que es incapaz de defenderse a sí misma y que, si insultada, debe ser vengada por guerreros armados, como si fuese una doncella deshonrada, es prueba de una colosal arrogancia. Mejor sería seguir el consejo de Winnie en Los días felices, de Beckett: "¿Qué mejor manera de ensalzar al Todopoderoso, que acompañando de risitas sus chistes, sobre todo los peores?

La sátira no es vituperio. El texto satírico que, si es eficaz, ofende, debe hacerlo no sólo con justicia, sino sutilmente. Para ser sátira, el impulso de burlarse de lo ridículo debe ser un impulso artístico.

El humor es la capacidad humana para percibir aspectos ridículos o absurdos de la realidad y destacarlos ante los demás de forma ingeniosa. Este fenómeno siempre nos ha servido para obtener una visión diferente de la vida y ensanchar las interpretaciones de los conflictos propios y ajenos. La labor del humorista consiste en tomar algo que se considera formalmente aceptable y normal y desvelar que no lo es. La presa favorita de la sátira y la parodia es lo considerado serio, correcto y solemne.

Pero hay que añadir algo. Siendo, como es, básico y necesario, el humor también debe ser responsable. No todo rasgo de humor es incuestionable y oportuno en cualquier momento y ocasión. Nadie defenderá una broma sobre una víctima de violencia de género, un chiste repugnante ante un niño, un ocurrente petardo en una reunión de víctimas del terror, una graciosa cerilla en un polvorín. Todos sabemos cuándo una broma es responsable y cuándo no lo es.

Ridiculizar al diferente, al débil, al "defectuoso" es un viejo y pobre recurso humorístico. Los tartamudos, los extranjeros, los enanos, los sexualmente distintos, los ignorantes, las mujeres, han sido "carne de cañón" del humor. Y siguen siéndolo. El humor es transgresor y subversivo por su propia naturaleza y siempre se moverá en el contrapunto, en lo informal, en lo contrario, en lo crítico; en definitiva, en el descubrimiento de los intersticios de nuestro orden, de nuestras normas y formas. Por eso, por ser incorrecto e imprescindible a la vez, debe ser responsable y meditado.