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Constelación para armar
Rocio VD
Created on May 13, 2024
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Transcript
Constelación para armar
Una narrativa hipermedia de relatos familiares
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Índice
Pueden hacer clic en cualquier estrella grande de la constelación, a algún puerto llegarán. La sugerencia es comenzar por el punto de partida (lógicamente), pero lo cierto es que no tengo ningún tipo de control sobre su recorrido. Cada cual hará lo que considere más conveniente.
Rocío 2013
Punto de partida
Graciela 1956
Aurora 1974
Epílogo Sin fecha
Créditos
Instrucciones
Instrucciones
Estos relatos se dejan leer de distintas formas. Para las almas ordenadas, sin ánimos de sobresaltos, propongo que hagan uso de las flechas de avance y retroceso ubicadas en el vértice superior derecho. Es una opción recomendada para los nostálgicos del papel que encuentran un enorme placer en ese gestito de pasar la página. Para los amantes del caos, sugiero que, en cuanto puedan, se aventuren en un recorrido más acrobático: una lectura desprolija que vaya y vuelva entre décadas y generaciones. Para ello, podrán usar el índice interactivo o bien "fugarse" a otra década cuando encuentren un botón especial para viajar. Van a sumergirse en una colección incompleta de historias minúsculas, crónicas de separaciones, reencuentros amorosos, ciudades, pueblos y calles que se repiten y reaparecen en la genética de una familia, la mía. Los relatos se despliegan en tres escenarios: Bariloche, París y Florida. Quienes encarnan cada generación son mujeres: Graciela, Aurora y Rocío. Los recuerdos aparecen alterados y los acontecimientos desdibujados por mis ganas de contar algo que valga la pena. Algunos testimonios ajenos a mi palabra (piezas sonoras que irán encontrando en el recorrido) complementan mi versión de los hechos y otros la contradicen. Quiero que sepan que nada, nada, pero absolutamente nada de lo que aquí escribí fue realmente importante. Lo único importante fue contarlo después.
Árbol genealógico
¿Qué estás escuchando?
Graciela
/Abuela
Podés desplazar las piezas
Los más allegados aseguran que su carácter podía deteriorarse de vez en cuando. Si Graciela se enojaba, aplicaba una técnica eficiente y pre reflexiva: manoteaba del estante unos lindos platos de porcelana y los destrozaba contra el piso. Cualquier criatura humana o animal que se encontrara en las proximidades tenía que huir inmediatamente para preservar su bienestar físico. El concepto era generar el mayor estruendo posible, algo así como el relámpago colérico de Zeus. Hoy sería catalogada bajo el rótulo de “mujer tóxica” pero hay que reconocerle que halló una fórmula casi saludable para tramitar su irritación y asegurar la atención de sus seres amados. Una de estas iras olímpicas sobrevino a Graciela a mediados de los años cincuenta. Soltera y emparejada con Antonio, se convenció de que su novio era un idiota, poco fiable y muy posiblemente un inadaptado amoroso.
Mi abuela no siempre fue un cactus. Quiero decir, no siempre estuvo postrada en una silla, esperando su último aliento. Esperando es una palabra muy generosa: quien espera posee un ínfimo tesoro, un último obsequio llamado esperanza. La esperanza implica poder verbalizar, anhelar con la palabra, articular píxeles de una imagen solo existente en el futuro. Graciela Misch, en cambio, parece haber agotado todo píxel, toda unidad mínima de sentido que le permita desear. Yace, viva e inerte a la vez, en un geriátrico del barrio de Florida. Supo ser una tana calentona. Mejor dicho, una gallega de rasgos sirio-libaneses con apellido alemán, calentona y posesiva. Su piel tenía un tono dorado, como si estuviera tostada por el sol del desierto. Detestaba que sus pálidas primas la llamaran burlonamente “la negrita”.
Un lago gélido y ensordecedor.
Sacó un pasaje de avión a la ciudad de Bariloche y se fue, ofendida. A despejarse, imagino yo. O tal vez huyó para olvidar el notorio fiasco de no haber conseguido esposo decente a sus veintilargos. O quizás para escaparle a la pregunta por la vocación y enterrar por unas noches el recuerdo de esa carrera aún incompleta que la esperaba en Buenos Aires. O más razonable aún, decidió volar a ese paisaje austral para arrojar platos desde la cima del imponente cerro Catedral y desquitarse a su manera con los embrollos de la existencia. Cada vez que me encargo de reconstruir esta historia, la esbozo en invierno. Veo la cara morena de Graciela, aún cubierta de furia, con la nariz roja por el aire congelado. La veo llegando a un hotel y maltratando un poco al conserje con aires de mujer porteña impaciente. La miro ingresando a su habitación y sentándose en la cama. O no, tal vez entrando a la habitación y abriendo bruscamente las cortinas para descubrir la crudeza del Nahuel Huapi, silente.
Nunca supe si Antonio fumaba, pero en esta escena lo veo prenderse un pucho. Merodeando cual flâneur en el microcentro de Buenos Aires, calle Florida, con las persianas de los locales bajas y unos pocos caminantes taciturnos alrededor. Lo imagino deteniéndose de pronto. Impulsivo, frenando un taxi: - Al aeroparque, por favor. Estuve tentada de escribir que llamó a su amigo por teléfono camino al aeropuerto, pero eso no ocurría en los años cincuenta. Tampoco hubiera sido posible en los años setenta, en el [torpe desencuentro] que vivieron mis padres. Ese que pudo haber terminado en desgracia. Por ahora quedémonos un rato más en 1956. Año convulsionado como pocos en la historia argentina, plagado de exabruptos políticos, contusiones democráticas y tensión social. Como quien navega en un río caótico sin buscarlo, Antonio formaba parte de una sociedad en llamas, y desde su lugar se movía como podía.
Torpe desencuentro
Repitió frases de manual que ya conocía, por supuesto. Lo que Mario no imaginaba era el pedido que llegaría inmediatamente después. — Necesito plata. Quiero volar a Bariloche para ir a buscarla. —¡Pero vos estás loco! Loco, eso estás. ¿En serio me trajiste para esto? —¿Y esto que te estoy contando no te parece urgente? Dale, gordo, te la devuelvo. Vos sabés que la plata te la devuelvo. La tengo que ir a buscar. Mario palpó su derrota. Podrían haber discutido horas, años, tal vez. Nada, nada, realmente nada de lo que pudiera decirle a Antonio Luis Ruiz lo haría cambiar de opinión. Tampoco era un momento propicio para confesarle que Graciela no le caía tan bien, que la notaba un poco arisca, que sus cóleras sucedían con frecuencia y que la cosa podría terminar mal.
Un peón más del ajedrez nacional. Sin embargo, su espíritu fueguino estaba concentrado en otra contienda alejada de la vida política. El golpe de estado y el gobierno militar eran los sonidos de fondo de una vivencia mucho más pregnante para el joven porteño. Desde una cabina telefónica llamó al típico personaje secundario de las películas románticas: ese buen hombre simpático, incondicional y fiel que salva al héroe de un desborde emocional. Pongámosle Mario. Le habló rápido y le dio cita en el aeropuerto Jorge Newbery. Urgente, dijo la palabra “urgente”. Antonio reparó con alivio en cómo Mario se acercaba por el hall del aeropuerto, atolondrado y chueco, con su clásica cara de desaprobación. Sin dejarlo preguntar ni opinar, le explicó de una y mil maneras que Graciela era el amor de su vida.
Ese vicio de no tener planes es una constante familiar, o por lo menos recurrente en el ala Ruiz. Me pregunto en qué siglo habrá empezado la racha de mujeres y hombres preparados genéticamente para el don de la improvisación. Allí lo tenemos al muchacho, prendiéndose un pucho destartalado y flotando por una ciudad helada, sin pistas ni rastros de su novia colérica. Y ahora, damas y caballeros, nos adentramos en lo que ciertos miembros de la familia llaman “la fase mística del relato”. Antonio contaba con poco dinero, solo algunos pesos que le había ofrecido su amigo. Pagar un hotel era demasiado ambicioso, tenía que encontrar algo más modesto. Preguntó en kioscos, panaderías y almacenes si sabían de algún lugar barato para pasar la noche.
El pobre Mario se sometió demasiado pronto al encargo desesperado porque supo que si él no ayudaba, nadie lo haría. —¿Así en camisita vas a ir? No solo le prestó plata, sino que le ofreció su pullover importado de Inglaterra y una campera de jean con corderito blanco. Debo advertirles, deberían prestar atención al [detalle del pullover]. Es uno muy similar al que aparecerá dos décadas más adelante en la historia de amor de otra, mi mamá. Salvo que el lector curioso tenga ganas de darse una vuelta por la década de 1970, prosigamos. Antonio viajó a la Patagonia en un avión Douglas DC3 de “Aerolíneas Argentinas” y aterrizó en Bariloche sin boceto.
Audio
Recuerdos del tío Pablo
Pullover inglés
Un alguien le dijo que otro alguien le había comentado que un señor alquilaba habitaciones a unos pocos metros de allí. Siguió esa pista, tocó el timbre y segundos más tarde se encontró con el rostro sonriente de un hombre turco, Don Juan M. Jalil. —Te estábamos esperando— le dijo el extraño al verlo. Al parecer, en esa casa bautizada como “Posada Los Andes”, el señor Jalil y su familia acostumbraban leer la borra del café. Una tradición oriental de larga data para adivinar el futuro. Esa noche, el café había hablado. El señor turco y su familia tenían la certeza de que un joven vendría en busca de un amor y que había que ayudarlo. Ese joven era mi abuelo. Allí estaba el flaco Antonio, algo perturbado por esa cálida recepción, y agradecido con la vida por tan maravillosa demencia.
Audio
Recuerdos del tío Pablo
Graciela era quien lo bajaba a tierra con sus dichos secos, mundanos y certeros. Quien corregía las anécdotas y quien marcaba las exageraciones del fuego que la acompañaba. Pero hoy mi abuela ya no puede recorrer su propia historia, ni corregirla. La estamos recorriendo quienes aún no hemos perdido la palabra. El asunto es que la encontró. La vio, se le acercó, le pidió disculpas, se besaron. Y sin pensarlo, Antonio Luis Ruiz le pidió que se casara con él. Ahí mismo, en Bariloche. Sin familiares presentes, sin avisar, sin esperar. Difícil adivinar en esa época que, medio siglo más tarde, se produciría [otro casamiento atolondrado] en la misma ciudad y en la misma familia. A falta de plata, había que conseguir reliquias circulares que mínimamente se parecieran a las alianzas de bodas.
Lo que sigue es confuso. Las versiones se troquelan, se multiplican, se romantizan. ¿Cómo fue que Antonio encontró a Graciela al día siguiente? ¿Graciela quería ser encontrada? Hay quienes aseguran que la joven Misch viajaba en un bus turístico que recorría la ciudad cuando su amado, el pobre diablo que merodeaba por calles de hielo, reconoció su rostro frágil pegado a la ventanilla. Dicen los rumores que Antonio corrió y corrió hasta ubicarse delante del vehículo. Hay alguien que asegura que, llegado ese punto, Antonio le rogó al chofer que se detuviera porque dentro del colectivo había una mujer increíble, una estudiante de arquitectura que lo tenía loco desde hacía años. Vamos a dejar opaca esa parte porque mejor así. No les voy a mentir, mi abuelo siempre tuvo fama de ser un decorador de historias, un experto en condimentar los relatos con fuegos artificiales, pizcas de fantasía y romance decimonónico.
Casamiento atolondrado
Del matrimonio civil de mis abuelos, nunca supe nada. Quiero creer que ocurrió en el mismo edificio corroído donde me casé yo.
Finalmente, los anillos fueron unos llaveros, de los que venden en los locales de souvenirs con chapitas que dicen “Yo estuve en Bariloche” (regalos insignificantes para personas que nos importan, pero que solo recordamos a último minuto, cuando el viaje está llegando a su fin). Los testigos de matrimonio, sin lugar a dudas, la familia de turcos. La ceremonia se celebró por Iglesia, en una acogedora capilla inspirada en algún cuento de los hermanos Grimm. Una parroquia que años más tarde se incendió y quedó reducida a pura ceniza. Inmaculada Concepción, así se llamaba. Se prendió fuego en la madrugada del 30 de agosto del 2014 debido a un cortocircuito a pocos metros del altar. Eso dicen. Hasta el papa Francisco hizo llegar su saludo a los barilochenses por las incontables pérdidas materiales. El día que me casé, la capilla que había unido a mis abuelos aún seguía intacta: mismas maderas, mismos mosaicos, mismo techo, mismo altar, mismo todo.
Acá concluye la historia de Graciela
Última pieza
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Podés desplazar las piezas
Graciela y Antonio en Bariloche
/1996
¿Qué estás escuchando?
Aurora
/Madre
Podés desplazar las piezas
Esa mañana de 1974, Aurora Ruiz se despertó inapetente. Sus padres la habían obligado a inscribirse en el segundo año consecutivo de francés y el panorama era poco menos que desalentador. Se dejó acarrear por dos pies derrotados hasta la Alianza Francesa del barrio Florida. El ánimo tumbado, en el camino se acordó de la profesora del año anterior y esa evocación le sacó el último hilo de apetito que le quedaba. Qué aburrida era. Sus clases transcurrían con una lentitud incomprensible, incluso para las almas más pacientes. Vaticinó la siguiente escena de su día: se imaginó llenando el formulario color sepia en el mostrador del instituto y la mirada insípida del histórico secretario que solo anhelaba terminar el turno para llegar a su casa y prender la televisión. Todo, todo, absolutamente todo le pareció deprimente.
Así se dieron las cosas, tal cual lo había predicho. La planilla, la inscripción, la cara insulsa del secretario. Pero de pronto y sin buscarlo, la garganta de Aurora se obturó con una peligrosa píldora de embobamiento.
Ella había decidido que el príncipe-túnica sería algún día su gran amor, o algo del estilo. El único detalle que entorpecía sus planes era que monsieur ya estaba casado con Genièvre, una francesa esbelta, probablemente con un lunar en el cachete izquierdo. No me animaría a decir “felizmente casado”, declaración apurada y a lo mejor imprudente. Por otra parte, en ese entonces había una notoria diferencia de edad entre el príncipe y su alumna: ella diecisiete, él veinticinco. De todos modos, como les decía antes, Aurora y su melena desgreñada ya lo habían decidido. Durante esos años de amor no correspondido, irrumpió la dictadura militar. Para muchas personas, un antes y un después. Etienne había ayudado a muchos militantes de agrupaciones de izquierda y temía aparecer en más de una lista negra. El 25 de marzo de 1976, él y su esposa regresaron a la ciudad donde se habían casado, París. Tomaron la decisión a pocas horas del repentino golpe de Estado.
Les pido que imaginen el siguiente plano en cámara lenta (es importante para generar el efecto deseado). La adolescente observó cómo un joven con túnica oriental (me animo a decir floreada) descendía las escaleras de mármol blanco. Deslizando sus pies como si estuviera flotando y pavoneando un flequillo castaño y lacio. Hippie, exótico e intelectual: la fórmula ganadora de los años 70 para las soñadoras de la clase media progresista. Allí estaba su nuevo profesor de francés, el mismísimo Etienne François van Dam. No era un docente convencional. Le gustaba enseñar con chistes, comentarios impúdicos y ejercitaciones inusuales. Sus clases se habían vuelto populares y brotaban cada vez más seguidores deseosos de aprender francés en el barrio. Aurora no era la excepción.
Los meses empezaron a acumularse con un terrorismo brutal sonando en la antesala. Aurora comenzó su recorrido universitario en un país oscuro, con la utopía de salvar a los miserables olvidados de las zonas rurales. Su idealismo se palpó en su vocación, en su vestimenta, en su pelo salvaje y en sus lecturas clandestinas. También en su complicidad con Antonio, el padre estimulante y apasionado por largas discusiones acaloradas. Pero incluso él tuvo miedo de ese afuera estruendoso y un día debió poner límites a tanta insurrección intelectual: obligó a su hija a quemar los libros más revoltosos para no dejar huellas de la desobediencia. En la hoguera ardieron tomos de Marx, Che Guevara y William Cook. Seguramente algunos otros, igual de peligrosos. No eran gente de lágrima fácil, pero puedo imaginarlos abrazados, contemplando el fuego con un hondo penar.
— Lo tengo que ir a buscar. — ¿Qué? — Que lo tengo que encontrar. Es él, sé que es él. Estoy segura. — Estás loca. De ninguna manera. Esa última es la voz de Graciela, la madre protectora, calentona, malhumorada y todo lo que habrán leído allá arriba. Antonio miraba desorbitado a las dos mujeres. Era efectivamente una locura, una muy parecida a la que él había cometido veinte años atrás, impulsado por un fuego irreflexivo. La nena era tan chica y le estaba pidiendo ayuda para partir sola al viejo continente en busca de un amor improbable. Su hija, su única hija, la que un día sería médica y orgullo absoluto de la familia. Su hija, la mujer que sí obtendría un título universitario, estaba delante de él pidiendo aprobación y él desorientado, sin entender qué había que decir.
Mientras esa vida de miedo y restricciones se volvía moneda corriente, Aurora intercambiaba cartas con el príncipe que le escribía desde el otro lado del charco atlántico. Siempre con un tono amistoso, dice la leyenda. Al igual que ustedes, me permito dudar sobre la supuesta inocencia de ese intercambio epistolar. ¿Seguirán guardando esa correspondencia plagada de confesiones? Nos tendremos que contentar con el relato oficial que confirma que las cartas iban, volvían y eran cada vez más extensas. Hasta que, un día, Etienne escribió dos palabras inesperadas: “me separé”. Ni Aurora podría haberlo imaginado. Genièvre, la francesa del lunar-cachete izquierdo, fuera del juego. La joven Ruiz entendió que tenía que mover las piezas de inmediato para reiniciar el partido que tanto había querido jugar. Tenía veinte años recién cumplidos y una tarde calurosa de diciembre enfrentó a sus padres.
La hoguera hormonal encendida por Aurora se impuso en la casa y no hubo agua capaz de reducirla.
Graciela, por supuesto, enfurecida. Cuerpo a tierra, bien plantada, arremetiendo sus espinas contra su esposo para que no sucumbiera ante delirios adolescentes. Quiero imaginar que ese día revoleó dos o tres platos contra el piso para hacerse oír. Tal vez sería prudente contarles que Graciela y Antonio ya conocían al tal Etienne que había embobado a su hija. Cuando el príncipe aún enseñaba en la Alianza, Aurora había organizado una cena en casa de sus padres con el mismísimo profesor y otros estudiantes de la academia. En ese entonces ya vivían en la casa de la calle Avellaneda. Por si esto fuera poco, en esa ocasión también había asistido al encuentro la exesposa del profesor, la del lunar (para desarrollar en otro momento). Tras horas de negociación y machetazos emocionales, Aurora ganó la pulseada y ubicó a su padre de su lado de la cancha.
Aurora no tenía registro de nada. En realidad, no le importaban ni el frío, ni la lluvia, ni el poco dinero que llevaría en el bolsillo. Su espíritu leonino estaba concentrado en otra contienda alejada de la vida climática, financiera o política. El golpe de Estado y el gobierno militar eran los sonidos de fondo de una vivencia mucho más pregnante para la joven floridense. Se iba sin plan, siguiendo al pie de la letra el entusiasmo imprudente de su padre. Tampoco se había tomado el trabajo de avisarle a Etienne que viajaba para quedarse con él. Detalles que se resolverían luego. María, por suerte, tenía una mínima consciencia terrenal, así que corrió hasta su casa para traerle [un pullover inglés] a prueba de balas, nieve, granizo y lluvia. “Una joyita textil te estoy prestando, me lo vas a agradecer”. Despidió a su amiga enamorada con felicidad y preocupación, curiosamente compatibles.
Graciela quedó como toro embravecido por la derrota. Antonio no solamente accedió a que su hija partiera a París, sino que le financió el pasaje. Tres semanas, nada de qué preocuparse. En tres semanas, Aurorita estaría de vuelta en Florida, le aseguró a Graciela. Último día antes de la partida. La tarde era húmeda, calurosa y pringosa, un clásico del verano bonaerense. La joven Ruiz, empapada en una nube de éxtasis y transpiración, armó su valija con tres remeras, una camisa, cuatro bombachas y cinco discos de vinilo. ¿Qué más podría necesitar? Cuando su amiga María vino a despedirse, miró la escena horrorizada con su clásica cara de desaprobación. — ¿Así en camisita vas a ir? — Sí, ¿por? — ¿Vos sabías que allá es invierno no? Digo, cuando acá es verano, allá invierno.
Un pullover inglés
Me permito agregar una escena inventada (como si lo anterior no lo fuera): la noche de la partida, Graciela prefirió no escoltar a Aurora al aeropuerto y quedarse en el hogar, junto a sus hijos Pablo y Gabriel. El saludo entre ambas mujeres, únicas entre tanta hombría, fue breve. Aurora temía que su madre extinguiera su entusiasmo con sus espinas punzantes, pero a cambio recibió un abrazo perfumado de ternura incondicional. Un recordatorio de que allí había un pálpito materno estable para asilarla si hiciera falta.
La espío mientras desciende en la estación Châtelet, una suerte de Retiro parisino a donde todos llegan, de donde todos se van y donde nadie se queda, salvo los indigentes. ¿Y ahora qué? Mamá, por favor, decime que tenés un plan. Aurora contaba con una pista, una delicada, frágil y única pista. Sacó del bolsillo la última carta de Etienne y en el dorso releyó el nombre de la calle: Rue de l’Université. Se olvidó por completo del frío, pero también de la belleza a su alrededor. Esa calle se ubica en uno de los barrios más pomposos de la ciudad, el distrito 7, en donde nada está fuera de lugar. Es el París de las películas, de los poemas, de las baladas, estamos hablando de una prolijidad que no tiene antecedentes. Cada edificio con su esplendor Haussmanniano, cada calle con su cartelito, cada balcón con su macetita.
Aeropuerto Internacional Charles de Gaulle, París, enero de 1978. Siempre supe que mi mamá fumaba desde muy joven y claramente en esta escena la veo prenderse un pucho. La imagino nerviosa, buscando algún cartel que le indique cómo llegar al centro. La veo subirse al tren, el de la línea B que recorre la ciudad de norte a sur.
Esperó. Releyó el dorso de la carta y confirmó que era el número 5. Tocó de vuelta. Esperó. Esperó un poco más. Se mordió las uñas. Esperó. Le habló a la portera en un francés rústico pero sólido. — ¿Usted lo conoce a Etienne? — Sí, lo conozco. Ya no vive más acá, se mudó hace unos días. Reitero. Aurora contaba con una pista, una delicada, frágil y única pista. La portera siguió barriendo mientras el rostro de la joven se desplomaba. Así que se mudó. Brillante. Trágico. Hacía frío y Etienne no estaba más. Pensó en la historia de sus padres, en su casamiento intempestivo en Bariloche, en la anécdota de los turcos y la borra de café.
Pero Aurora no vio nada de eso, pensaba en Etienne. Por primera vez en todo el viaje, se hizo la pregunta, la única que importaba. “Y cuando lo vea, ¿qué le digo?” Llegó a la puerta del edificio que buscaba, uno que curiosamente no tenía ninguna maceta a la vista y que tampoco ostentaba el lujo de los edificios vecinos. Aun con esa supuesta austeridad o falta de decoro, se lo veía como un lugar magnífico para vivir. Una construcción antigua y fascinante y por supuesto mucho más vieja que cualquier casa de Florida o alrededores. De todas formas, como vengo explicando hace rato, a Aurora nada de eso la conmovió. Ni siquiera se dio cuenta de que a pocos metros de allí se podía ver la cúpula puntiaguda de la Torre Eiffel. El ícono más icónico de todos los tiempos le importó tres pepinos y medio. Respiró hondo y tocó el timbre número 5.
Casamiento intempestivo
Miró a la señora que paseaba a su gato, al hombre que entraba nervioso en la panadería, a la nena que se metía los dedos en la nariz. Escuchó conversaciones efímeras y comprendió que había arriesgado demasiado. ¿Cómo se lo explicaría a Antonio? Todo ese dinero, esa gran apuesta, ese gran salto al vacío. Cuánta traición al mandato familiar, cuánta deshonra para el clan. Le pesó el rostro desaprobatorio de Graciela frente a tremendo fracaso. Pensó en María, que a pesar de su desconfianza inicial había terminado por ceder ante su locura y hasta elogiado su valentía. ¿Iba a regresar abatida y cabizbaja? Basta Aurora, suficiente autoflagelo. Es hora de que te levantes, que abandones esa vereda y te pongas en movimiento. Te lo pide tu hija, desde acá, el futuro. Necesito que actives para que la cosa funcione. Necesito que te busques un hotel, despejes la cabeza y mañana te calces nuevamente tu traje de detective.
Sus ojos entristecieron y de a poquito sus pies se fueron enlenteciendo hasta detenerse por completo. Tenía veinte años y el deseo de encontrar a un hombre en una ciudad de millones. Su príncipe se había vuelto una aguja en un pajar. Se sentó allí mismo en la vereda, vencida, y por primera vez se sintió lejos.
O quizás —diría un psicólogo de pasillo— el hombre que se refugia en la previsión y el diseño del futuro ante las contingencias del presente. Aurora recuperó la demencia que la había impulsado semanas atrás y buscó las coordenadas en un mapa que le habían dado en el aeropuerto. Estaba a unas veinte cuadras, nada. De pronto estaba más cerca que nunca.
Se ve que me escuchó. Buscó un lugar modesto para pasar la noche e intentó en vano pensar en otra cosa. Al día siguiente regresó a la Rue de l’Université con el gusto amargo de la tarde anterior. Relojeó la calle y se inventó un plan de acción. Entró en la ferretería de la esquina y preguntó si conocían a Etienne. Entró en la panadería y preguntó si conocían a Etienne. Entró en la peluquería, en la pescadería, en la remisería y en la comisaría. Volvió a su primera pista, al edificio y allí, sin dudarlo, escaló su nivel de osadía. La portera no estaba así que en cuanto se presentó la oportunidad subió al tercer piso, al antiguo departamento del príncipe. Su instinto la había llevado por excelente camino. En la puerta había un cartelito escrito a mano por el mismísimo Etienne indicando su nueva dirección. Como siempre, el hombre previsor.
Segundo acto
Tercer acto
Primer acto
Eso le responde a Etienne después de un saludo efusivo, un abrazo de reencuentro y un vinito Moscato que el príncipe había adquirido en Madrid. Depende, respuesta incompleta. Dentro suyo seguramente pensó: depende de lo que pase entre nosotros. No hizo falta aclararlo, mi papá entendió enseguida. Desde esa misma noche, Aurora se instaló en el departamento y el resto de la saga ya se imaginan. La francesa delgada que había abierto la puerta era solo una compañera de piso, muy antipática por cierto. En palabras de mi padre: “buena compañera de piso, pero más loca que una cabra”. Mejor así. El viaje de tres semanas duró más de un año finalmente. Había mucho que hacer en París, y Florida podía esperar.
Acá concluye la historia de Aurora
Última pieza
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Podés desplazar las piezas
Aurora y Etienne en París
/2015
¿Qué estás escuchando?
Rocío
/Hija
Podés desplazar las piezas
El jolgorio de la iglesia, la misa, los anillos y el vestido blanco nunca formó parte de mi imaginario. Alguna que otra vez había participado de una clase de catequesis cerca de mi colegio, pero de colada, no estaba anotada en ninguna lista oficial. Iba porque mis amigas eran impecables cristianas y obviamente no quería quedarme afuera de ese club. Hay que decir que también me entusiasmaba el taller porque la catequista hacía budines de naranja para sus feligreses.
Me casé el día equivocado. Por suerte no con la persona equivocada, aunque probablemente sí. En ese entonces no sabía. La invitación decía que nos casábamos el lunes 26 de agosto del 2013 en la ciudad de Bariloche. Mis amigas, fieles compatriotas porteñas, se organizaron para tomarse un día en el trabajo y viajar el sábado a la mañana. Mi familia y yo habíamos desembarcado unos días antes en la ciudad patagónica porque había trámites y pequeñeces por resolver. Esa semana dormí apenas. Disfrutaba a medias, no podía dejar de pensar en ese carnaval familiar que se había desplegado por mi culpa, una suerte de chiste que no era joda. Casamiento, qué palabra fuerte. No entendía muy bien cómo había terminado ahí con solo veintidós años. A veces curioseo las fotos de aquel entonces en un afán nostalgioso y me veo con los cachetes rosaditos, sin marcas de antigüedad y con una valentía en sangre que nunca más volví a alcanzar. Hoy puedo decir que aquellos años fueron los más corajudos.
Debía ser julio del 2013 y me encontraba en un departamento de la calle Lavalle 1494, piso 10 con vistas a la Avenida Maipú, haciendo un puré chef marca Maggi.
Nuestra época nos regala un nuevo género documental que merece, a mi entender, una atención especial: propuestas de matrimonio filmadas en vivo que luego se vuelven virales.
Sigo. ¿Me casé porque estaba profundamente enamorada? Supongamos que sí. Me habían aceptado en dos universidades parisinas y la oportunidad era irrepetible. Nuestro noviazgo también parecía irrepetible, aunque había serios detalles que atender. Por empezar, yo hablaba francés y él no. Yo tenía la nacionalidad europea y él no. Yo tenía un plan y él no. Yo tenía conocidos y él no. Yo tenía familiares en París, y créanlo o no, él no. La balanza estaba desequilibrada y de alguna forma había que sanar semejante disparidad.
Me dijo que era muy linda chica, que parecía buena persona y hasta me felicitó por mi delgadez. Meses después la despacharon al hogar de ancianos y su nieto se quedó con sus bienes. El puré Maggi estaba casi listo y con el novio conversábamos sobre Francia, sobre cómo íbamos a soportar la distancia, sobre la posibilidad de ir juntos, sobre los papeles, sobre la angustia de tener que decidir. Apagué la hornalla y alguien dijo: ¿Y si nos casamos? Nos reímos mucho, hablamos de otra cosa, y después nos miramos con seriedad. No, posta, ¿y si nos casamos? De pronto ese hogar impregnado de vibras tétricas por la abuela desplazada y repleto de cucarachas se tornó crucial en la historia de mi década. Y qué pena que no hubo nadie para filmarlo porque desmentiría alguna de las palabras que acabo de esbozar.
Al lado mío se hallaba mi novio buscando un Raid para liquidar las últimas cucarachas de la temporada. Fran (así se llamaba el muchacho) vivía allí hacía algunos meses porque habían depositado a su abuela en un geriátrico y el majestuoso departamento de Vicente López había quedado disponible para él. Nunca tuvo una linda relación con la vieja Clarita, incluso la despreciaba. Yo la conocí una vez y no me pareció particularmente salvaje. Solo machista y mandona, nada que no pudiera superarse. Al fin y al cabo, mi propia abuela tampoco era una carmelita descalza. Fran y su padre habían convencido a Clarita de que yo me llamaba “Juana Claudia” porque les parecía divertido ese nombre de telenovela centroamericana. La única tarde que la señora me invitó a su palacio y tomamos juntas el té me llamó “Juanita” varias veces y yo respondí con toda naturalidad.
Mis amigas porteñas paquetas entraron en un cortocircuito. Estaban felices y preocupadas a la vez. Con las pocas semanas que les di, se las ingeniaron para organizar una despedida de soltera memorable con escenas indecorosas que no vienen al caso. En la vorágine de esa montaña rusa, no me di cuenta de lo mucho que las iba a extrañar. Como dije, la fecha del casorio estaba pautada para el lunes 26 de agosto. Año 2013. El novio que elegí para la ocasión era un barilochense que se parecía cada día más a un porteño altanero, subido al poni de los músicos de jazz nocturno. Quisimos agregarle condimentos mágicos a tanta sequía administrativa, así que la Patagonia nos pareció un lugar propicio para celebrar el plan. El viernes 23 de agosto, a tres días de la boda, nos convocaron desde el registro civil. Nos indicaron que había que llevar unos papeles, quedaban trámites pendientes. Unas firmas, dijeron.
No había mucho tiempo para pensar. Era julio y mi partida estaba programada para septiembre. La decisión tenía que ser conquistada y comunicada. Algún día me tomaré el tiempo de escribir unas líneas sobre la charla con mis padres, el fatídico momento en que les dije. Mientras releo estas últimas líneas, pienso en cómo [Aurora enfrentó a Graciela y Antonio] en los años de dictadura para decirles que se iba tras la huella de un hombre divorciado, siete años mayor que ella, que vivía en Francia. Yo pude experimentar mi propia escena perturbadora frente a dos figuras boquiabiertas, a quienes les anuncié en una misma conversación que me casaba y que me iba al extranjero, en ese orden. Amerita un apartado, pero ahora no, queda poco tiempo.
Enfrentó a Graciela
Mis padres habían salido temprano a pasear, así que no podía contar con ellos para que me llevaran al centro. Les pedí amorosamente a mi hermano mayor y a su novia si no me hacían el favor de acompañarme. Yo sabía conducir, pero estaba tan ansiosa que prefería no tentar a ninguna torpeza en la ruta. Julia, una amiga que había llegado antes que el resto, se ofreció amablemente a seguirme en la odisea administrativa de aquel viernes helado. En el camino pasamos delante de una capillita. Me olvidé de acordarme, en ese momento, que allí podrían haberse casado mis abuelos en los años cincuenta. ¿Recuerdan la parroquia incendiada misteriosamente una noche de invierno? Podría haber recordado [la historia del turco y la borra de café], la imagen me podría haber tranquilizado.
Llegamos al registro civil y ahí estaba el novio, esperándonos. Entramos y aguardamos en un vestíbulo setentoso, decorado con esas sillas grises que vienen atadas unas a otras, como en los aeropuertos o en los bancos. Finalmente, nos hicieron pasar a una sala. La sala. Una señora rubia de rostro borroso nos esperaba con un libro de actas grande.
Historia del turco
Ahí nomás empezó a confirmar nuestros datos personales: Rocío van Dam, nacida el 12 de mayo de 1991, domicilio Santa Rosa 2575, Florida, Buenos Aires, DNI 36.155.729, acepta por esposo a… Momento. ¿Qué? ¿Si acepto por esposo? ¿Esta señora nos está casando? En piloto automático dije que sí, que aceptaba. Después se repitió el mismo ritual del otro lado, y él dijo que sí, que aceptaba. Al lado nuestro estaban Julia, mi hermano Esteban, su novia Luciana. Absolutamente desconcertados. Así que nos habían casado y nosotros sin darnos cuenta. Yo que pensaba que eran solo unas firmitas antes del gran día. Me casé vestida con un pantalón rojo impermeable, una campera verde loro y un gorro azul con pompón multicolor. No me quiero imaginar el desconcierto de la señora rubia cuando nos vio entrar con tan poca elegancia.
Audio
Recuerdos de Luciana
Audio
Recuerdos de Carolina
Una vez concluido ese circo, bajamos por las escaleras del edificio con largas caras confusas que encauzaron en estallidos de risa. Nos quedamos los cinco mirándonos, tentados, repitiéndonos que era una locura. Ahora que lo pienso éramos seis, mi cuñado estaba presente y de hecho firmó como testigo. Con el novio nos despedimos pocos minutos después. Cada uno tenía planes con los suyos, así que no hubo arroz ni hotel cinco estrellas. Había que contarle al resto de la familia lo que había pasado. Podría haberme acordado de mis abuelos, del [improvisado casamiento barilochense], y sentirme más que nunca parte de un plan genético. No lo hice, no habría podido pensar en nada de eso.
Mis padres escucharon incrédulos, y no reaccionaron mal. De hecho, se rieron bastante. Después de todo, mi mamá había llegado tarde a su propio casorio. Mis amigas desayunaron la noticia del accidentado casamiento al día siguiente, apenas aterrizadas en Bariloche. Lo procesaron razonablemente bien, aunque una de ellas parecía un poco afligida. Había mandado a grabar una bandeja de plata con nuestros nombres y la fecha equivocada. Al día de hoy seguimos recordando con ternura la historia de la bandeja esgrafiada. Creo que debería rastrearla y averiguar si me puedo hacer de unos pesos si la vendo por alguna página de compra y venta. De todos modos, el viaje de mis valientes porteñas no había sido en vano.
Improvisado casamiento
Audio
Recuerdos de Stéphanie
Para honrar a nuestros invitados, decidimos recrear una falsa ceremonia en un restaurante frente al silente Nahuel Huapi. Allí la gente se vistió de gala, yo lucí mi vestido beige y entré con un ramo de flores junto a mi padre. Poca iglesia en mi vida, pero valía la pena recuperar algo de ese folclore. La oficial pública (la mismísima rubia sin rostro del registro) se ofreció para “casarnos” nuevamente, esta vez con una audiencia mayor y un tono más solemne. Hubo algunas lágrimas, creo que lloré un poco y puedo asegurar que no fui la única. Cuando volví a decir “Sí, acepto” faltaban exactamente ocho días para viajar a París. La primera parte de la odisea transatlántica la haría sola. Mi nuevo esposo tenía que quedarse en Buenos Aires hasta diciembre, así que nuestra separación de tres meses era inminente. Ese día tuve miedo. Pánico me dio no estar a la altura de las historias familiares, tan adeptas a los finales felices y esas locas ideas sobre el amor.
Primer acto
Segundo acto
Había pedaleado muy rápido para alcanzarme y me tendió un paquete papel madera con fotos nuestras adentro. En el dorso de cada imagen había dejado unas anotaciones con fechas y comentarios cariñosos. Y de nuevo el patrón: [un amigo o amiga valiosa que aparece] antes de un gran salto, una gran decisión, un gran viaje. Cumple su papel en la función: viene a decirnos que todo va a estar bien y nos deja un obsequio: un pullover o un paquete con fotos. Así recordarnos que vamos bien acompañados. Esa mañana nos saludamos con un abrazo único. Después se me nubló la vista, y junto con ella todos los recuerdos de esas últimas semanas demenciales.
No puedo recordar ningún detalle de mi despedida en Ezeiza. Ninguno. Tan solo puedo reconstruir un gesto inolvidable de mi amiga Carotte, que el mismo día de mi partida, mientras acomodaba mis valijas en el auto, llegó atolondrada hasta la puerta de mi casa para decirme adiós, o al menos hasta pronto.
Una amistad valiosa
Una amistad valiosa
Acá concluye la historia de Rocío
Última pieza
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Rocío y Graciela en Florida
/1996
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Epílogo
Menos mal que nos animamos a narrar lo insignificante, porque el mundo sería más gris si no lo hiciéramos. Alguien me dijo una vez que ciertos lectores tienen la maña de empezar los textos por el final, así que quisiera postular una advertencia. Si consideran que este es, efectivamente, el final y paradójicamente deciden empezar por acá, sepan que nada, nada, pero absolutamente nada de lo que aquí escribí fue realmente importante. Lo único importante fue contarlo después. Me pude dar el gusto de inventar una colección. Conecté eventos que parecían distantes y me dediqué a trazar una constelación que pudiese contener la biografía de mi abuela, de mi madre, y la mía propia. Una suerte de álbum de acontecimientos familiares. El devenir de cada una, por supuesto, no fue igual. Compartimos un destello de similitud, un patrón, un esqueleto que nos vuelve parte de la misma tribu. Durante mucho tiempo creí que lo que enloquecía a un coleccionista era encontrar lo diferente en lo igual. Lo singular en lo masivo, lo extraordinario en lo ordinario. La última moneda forjada en la Unión Soviética antes de su cataclismo. La muñeca popular austríaca que le compraron a la abuela de Hitler cuando era niña, igual a miles de otras pero profundamente diferente. O un almanaque de tiraje masivo del año 1919 en el que Heidegger agendó un turno con el dentista. Mi reciente sospecha es que quizás los coleccionistas buscan y buscan, no tanto para encontrar lo diferente en lo igual, sino lo igual en lo diferente. Tres monedas son distintas, pero son monedas. Tres muñecas son tres muñecas, cada una con su época a cuestas. El verdadero tesoro detrás de la repetición no es la singularidad de cada objeto sino que cada pieza nueva o cada acontecimiento sirva para darle entidad a un conjunto más grande. Para darle sentido a una familia.
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¿Querés viajar en el tiempo?
Estás a punto de viajar a una escena del futuro que sucede en 1978. Te advierto que vas a desembarcar en un relato ya empezado. ¿Querés ir igual?
VIAJAR
Primer acto
Joven argentina toca la puerta de un departamento parisino. No tan fascinante como el anterior, pero bonito al fin. Nadie atiende. Vuelve a tocar, suena el timbre pero nada. La joven arranca una hoja de su cuaderno y deja una notita. El escrito dice algo así como “voy a volver mañana a las 9 de la mañana”. Sin firmar.
Escuchar el audio de WhatsApp que me envió mi cuñada Luciana:
Escuchar el audio de WhatsApp que me envió mi amiga Stéphanie:
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M. Graciela Misch
Antonio L. Ruiz
Aurora Ruiz
Etienne F. van Dam
Pablo Ruiz
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Esteban van Dam
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Rocío van Dam
Matías van Dam
Escuchar el audio de WhatsApp que me envió mi tío Pablo:
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Créditos
Este proyecto fue producido en el marco de un Grupo de Investigación en Comunicación (GIC) de Escritura y Ciencias Sociales. Muchas gracias a los compañeros, compañeras y tutores del GIC que leyeron atentamente e hicieron aportes muy valiosos. Gracias a Pablito, Carito, Tof y La Lu por sus testimonios sonoros y al resto de la familia por responder a mis incansables preguntas. Gracias Rhada y Carotte por leerme atentamente y a Juan por acompañarme en la odisea.
Escritura y diseño: Rocío van Dam Tutoría y seguimiento de proyecto: Claudia Risé,Emilia Cortina y Sebastián Reinoso. Banda sonora (en orden de aparición)Portada principal: Relato Criollo de Xunorus.Portada de Graciela: Solamente tú de Los Cinco Latinos.Portada de Aurora: Marcha de la bronca de Pedro y Pablo.Portada de Rocío: Porcelain de Moby.
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/1999
Moby - Porcelain
Esta canción forma parte del disco "Play" del compositor estadounidense Moby. Fue usada como banda sonora de numerosas películas y series. Además, fue escuchada una y mil veces en el auto de nuestra familia rumbo a la Patagonia. A mis hermanos le gustaba escucharla cuando cruzábamos el desierto o cuando empezaban a aparecer las primeras montañas en el paisaje.
60 años más tarde / 2017 La nieta mirando el Nahuel Huapi, silente
Aurora
/1974
Quiero ir
A falta de imágenes del casamiento barilochense, recuperé esta foto de Antonio alzando a Graciela en las playas de Mar del Plata.
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/1970
Pedro y Pablo - La marcha de la bronca
Esta canción de protesta fue compuesta por el músico argentino Miguel Cantilo. Fue un símbolo de la oposición a la dictadura y se convirtió en un himno de las movilizaciones populares. En su adolescencia, Aurora era fanática de Pedro y Pablo.
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/1970
Pedro y Pablo - La marcha de la bronca
Esta canción de protesta fue compuesta por el músico argentino Miguel Cantilo. Fue un símbolo de la oposición a la dictadura y se convirtió en un himno de las movilizaciones populares. En su adolescencia, Aurora era fanática de Pedro y Pablo.
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¿Querés viajar en el tiempo?
Estás a punto de viajar a una escena del pasado que sucede en 1956. Te advierto que vas a desembarcar en un relato ya empezado. ¿Querés ir igual?
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La capilla quedó completamente destruída después del incendio. Así la retrataron al día siguiente del siniestro:
Fuente: Diario el Coordillerano
La capilla quedó completamente destruída después del incendio. Así la retrataron al día siguiente del siniestro:
Fuente: Diario el Coordillerano
Estación de trenes Chatelet, el "Retiro" parisino con movimiento permanente de pasajeros que llegan y se van. Esta imagen fue tomada a fines de la década de 1970.
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Hoy se estima que el vuelo comercial entre la Ciudad de Buenos Aires y Bariloche dura aproximadamente dos horas. Imagínense lo que puede haber tardado en el año 1956...
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Tercer acto
12 pm. En punto, ya sin vueltas. Toca el timbre y el hombre abre. —¿Cuánto tiempo te vas a quedar? — Depende.
Segundo acto
La joven vuelve a las 9 de la mañana del día siguiente. Quien abre no es un príncipe con túnica azul, sino una mujer delgada, alta, bella. Cagamos, ya está con otra. La francesa coqueta le dice que Etienne no está, que tuvo que salir a hacer unos trámites. Le pide que por favor regrese al mediodía. ¿Está en pareja nuevamente? ¿Recién se separa y ya está viviendo con otra mujer? Por las dudas, Aurora se enoja y aun así decide jugar las últimas cartas que le quedan.
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En enero del año 2024 quise conocer la posada "Los Andes" pero me encontré con una esquina vacía y escombros. El único registro que encontré en internet del hotel, es una imagen publicada por un usuario llamado Federico Sillin que en el año 2006 sacó una foto de la lucarna de una de las habitaciones.
Fuente: Flickr
Esta foto de mis amigas fue tomada el domingo 25 de agosto del 2013. Ese mismo día, seis de ellas habían aterrizado en la ciudad de San Carlos de Bariloche para asistir a mi casamiento. La única que no voló con las demás fue Julia (la segunda empezando por la izquierda) y, casualmente, fue mi testigo de casamiento. Digo "casualmente" porque fue pura casualidad: ella no sabía que iba a tener ese papel privilegiado. Yo tampoco, para ser franca.
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En el acta de matrimonio que, meses más tarde, nos otorgó el consulado francés, pueden observar que la fecha oficial de la unión no fue el 26 sino el 23 de agosto. Para ser más precisos, fue a las 08:30 de la mañana.
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Estás a punto de viajar a una escena del pasado que sucede en 1956. Te advierto que vas a desembarcar en un relato ya empezado. ¿Querés ir igual?
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Un abrazo distinto entre Graciela y Aurora, quince años después de esa despedida.
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Estás a punto de viajar a una escena del pasado que sucede en 1956. Te advierto que vas a desembarcar en un relato ya empezado. ¿Querés ir igual?
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Propongo otra imagen posible para visualizar al joven Antonio caminando bajo la lluvia en la calle Florida.
Primer acto
Joven argentina toca la puerta de un departamento parisino. No tan fascinante como el anterior, pero bonito al fin. Nadie atiende. Vuelve a tocar, suena el timbre pero nada. La joven arranca una hoja de su cuaderno y deja una notita. El escrito dice algo así como “voy a volver mañana a las 9 de la mañana”. Sin firmar.
Epílogo
/Sin fecha
Quiero ir
/1957
Los cinco latinos - Solamente tú
Grupo musical argentino liderado por la cantante Estela Raval que emergió a fines de la década de 1950. La popularidad de la banda permitió al grupo realizar giras por muchos países de habla hispana. Graciela tarareaba esta canción mientras pintaba.
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Segundo acto
Una joven argentina se casa por segunda vez, menos de 48 horas después de su primer casamiento improvisado. Tiene una vestimenta acorde a la ocasión y hay más invitados presentes. El casamiento no tiene valor oficial, es una falsa ceremonia.
Primer acto
Una joven argentina se acerca al registro civil de la ciudad de Bariloche para entregar documentación prenupcial. Está vestida con un pantalón rojo de nieve y un pasamontañas. Por error, se termina casando ese mismo día. Dice que sí, que acepta.
Rocío
/2013
Quiero ir
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Segundo acto
Una joven argentina se casa por segunda vez, menos de 48 horas después de su primer casamiento improvisado. Tiene una vestimenta acorde a la ocasión y hay más invitados presentes. El casamiento no tiene valor oficial, es una falsa ceremonia.
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La semana pasada visité a mis padres y encontré esta foto de mi papá, Etienne, pegada en la heladera. Es un retrato sacado en algún momento de la década de 1970.
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Esta foto fue sacada en el mes de junio de 1974. Las dos mujeres de la foto son Graciela y Aurora, riendose en la sobremesa de un almuerzo. La escena sucede en la casa de Graciela y Antonio de la calle Avellaneda. Probablemente Aurora ya había conocido al príncipe, pero el profesor aún estaba casado y no era un candidato verosímil. Ninguna de las dos sabía, en ese entonces, que dos años más tarde tendrían una acalorada discusión en esa misma mesa. Una discusión que cambiaría el destino de Aurora para siempre.
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Estás a punto de viajar a una escena del futuro que sucede en 2013. Te advierto que vas a desembarcar en un relato ya empezado. ¿Querés ir igual?
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Primer acto
Una joven argentina se acerca al registro civil de la ciudad de Bariloche para entregar documentación prenupcial. Está vestida con un pantalón rojo de nieve y un pasamontañas. Por error, se termina casando ese mismo día. Dice que sí, que acepta.
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Estás a punto de viajar a una escena del pasado en 1978. Te advierto que vas a desembarcar en un relato ya empezado. ¿Querés ir igual?
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Algunos meses después de esa despedida emocionante en la puerta de mi casa, mi amiga viajó a Francia y pasamos varios días. Luego, estuvimos dos años sin vernos.
Graciela
/1956
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Cuando me relataron este episodio, quise saberlo todo sobre posos de café, magia oscura y futuro. Busqué en internet y me encontré con un término nuevo y musicalmente hermoso: cafeomancia. “Culturas antiguas utilizaban la lectura de la borra del café, o cafeomancia, como un método para conocer más sobre el pasado de las personas, cómo es su personalidad y predecir también su futuro”. A continuación dejo una breve explicación a cargo del especialista mexicano Salim Diaz.
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1.2 km me separan hoy de aquel emblemático lugar en donde decidí cambiar el curso de mi biografía. Estas palabras las escribo desde mi casa, ubicada también sobre el General Juan Lavalle.
El recorrido que tenía por delante Aurora desde su hogar ubicado en Avellaneda 927 (Florida), hasta el Aeropuerto Internacional Charles De Gaulle, en París.
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Los cinco latinos - Solamente tú
Grupo musical argentino liderado por la cantante Estela Raval que emergió a fines de la década de 1950. La popularidad de la banda permitió al grupo realizar giras por muchos países de habla hispana.Graciela tarareaba esta canción mientras pintaba.
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La única prueba viva que sí encontré de la unión entre ellos es el acta de matrimonio conservada en la capilla. Sobrevivió al incendio y la vi por primera vez en enero del año 2024.
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La joven vuelve a las 9 de la mañana del día siguiente. Quien abre no es un príncipe con túnica azul, sino una mujer delgada, alta, bella. Cagamos, ya está con otra. La francesa coqueta le dice que Etienne no está, que tuvo que salir a hacer unos trámites. Le pide que por favor regrese al mediodía. ¿Está en pareja nuevamente? ¿Recién se separa y ya está viviendo con otra mujer? Por las dudas, Aurora se enoja y aun así decide jugar las últimas cartas que le quedan.
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Escuchar el audio de WhatsApp que me envió mi amiga Carolina:
Julia es la amiga más antigua que tengo. La foto fue sacada cuando teníamos 8 años, en 1999. Estamos una al lado de la otra.
La idea es simple: X decide que quiere casarse con Z y elige un escenario maravilloso para su declaración. Una vez allí, antes de comenzar el ritual, ubica su celular en algún lugar del decorado para registrar secretamente todo el intercambio. Si todo sale bien, X propone y Z se sorprende pero al final siempre dice que sí. Se abrazan, se besan y el video se publica. Para concluir, llega la marea de Likes y comentarios que termina de darle sentido a toda la producción. Frente a esto, algunos desconfiados nos ensalzamos con quejas sobre el fin de la privacidad y la era del espectáculo y nos enredamos en declaraciones apocalípticas que siempre aluden a un pasado más digno. Aun así, con la frialdad de quien repasa su propia biografía, debo reconocer que me hubiese gustado tener un registro de aquel absurdo instante en que decidí casarme. La memoria es, por definición, imprecisa y caprichosa. Retiene lo que quiere conservar sin demasiado respeto por algunos detalles de la escena.
La elegancia y delicadeza de la indumentaria que usaba mi abuela eran notorias. Incluso hoy sigo usando uno de sus tapados de gabardina, la calidad de la tela es asombrosa.
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/1999
Moby - Porcelain
Esta canción forma parte del disco "Play" del compositor estadounidense Moby. Fue usada como banda sonora de numerosas películas y series. Además, fue escuchada una y mil veces en el auto de nuestra familia rumbo a la Patagonia. A mis hermanos le gustaba escucharla cuando cruzábamos el desierto o cuando empezaban a aparecer las primeras montañas en el paisaje.
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Estás a punto de viajar a una escena del pasado que sucede en 1956. Te advierto que vas a desembarcar en un relato ya empezado. ¿Querés ir igual?
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Estás a punto de viajar a una escena del futuro que sucede en 1978. Te advierto que vas a desembarcar en un relato ya empezado. ¿Querés ir igual?
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