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Presentación Don Quijote Primaria

Teacher Andrea

Created on April 4, 2024

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Transcript

Don quijote

El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha

Antes de leer....

Dibujamos a Don Quijote

¿Quién era Cervantes?

¿Quién es Cervantes?

Algunos capítulos:

LIBRO I

CAPÍTULO XVII

De dondeI se declaró el último punto y estremo adonde llegó y pudo llegar el inaudito ánimo de don Quijote con la felicemente acabada aventura de los leones1

Capítulo VIII

“Del buen suceso que el valeroso don Quijote tuvo en la espantable y jamás imaginada aventura de los molinos de viento, con otros sucesos dignos de felice recordación”.

LIBRO II

Capítulo VIII

Donde se cuenta lo que le sucedió a don Quijote yendo a ver su señoraI Dulcinea del Toboso

Mapa

Dulcinea

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Dulcinea

Continuaban Don Quijote y su fiel escudero Sancho en Sierra Morena, en donde acababan de tener un extraño encuentro con el cabreo Cardenio. Su impactante historia inconclusa había dejado un sabor agridulce al caballero andante. Sintió la necesidad de quedarse en esos parajes a hacer penitencia y por supuesto, a volver a buscar al cabrero para hacerse con el final de su historia. Sancho, sin embargo, estaba cansado de tantas aventuras y pidió a su caballero regresar a su hogar para informar a todos de sus hazañas. Y por supuesto, dar noticia a la hermosa Dulcinea del valor y coraje de su caballero andante. Al final consiguió convencer a Don Quijote: – De acuerdo, Sancho, partirás con Rocinante y yo me quedaré aquí a hacer penitencia. Pero debo escribir una carta a mi sin par Dulcinea… y no poseo papel. ¿Dónde escribirla? ¿En hojas de árboles, tablillas, quizás? Tampoco es tarea fácil… ¡En el librillo de Cardenio que encontramos! Luego podrás transcribirla con tu letra… – ¿Y la firma? ¿Qué firma pondré?- preguntó Sancho. – Pondrás lo siguiente: «Vuestro hasta la muerte, el Caballero de la Triste Figura». Bastará con que leas la carta. Mi Dulcinea no sabe leer ni escribir… y mucho menos recibió carta alguna mía antes que esta, porque nuestros amores siempre han sido platónicos. Así que debes recitar la carta a la hija de Lorenzo Corchuelo y Aldonza Nogales. – ¿Qué dice vuestra merced? ¿Que Dulcinea del Toboso es en verdad Aldonza Lorenzo? – Ese es su nombre. Así dice la carta de don Quijote a Dulcinea – En verdad digo que llegué a pensar que esa tal Dulcinea sería una de esas princesas frágiles y hermosas que pintan en los cuentos, pero Aldonza es conocida en todo el pueblo por ser de armas tomar. Su voz se alza por encima del resto y jamás se aplana. Es fuerte y recia, una gran dama. Con razón es su corazón tan devoto de ella… Con gusto llevaré la carta a Aldonza, digo, Dulcinea. Don Quijote tomó el librillo de memorias del cabrero Cardenio y escribió una carta. Después llamó a Sancho: – Te leeré la carta, Sancho. Debes memorizarla, por si se extravía por el camino… que puedas hacerla llegar de cualquier forma. – ¡Con mi mala memoria! No creo que pueda memorizarla, vuestra merced, pero muy gustoso deseo escucharla- dijo el escudero. Y Don Quijote comenzó a leer la carta, que decía así: – ¡Por la vida de mi padre!- dijo Sancho- ¡Es la cosa más hermosa que jamás escuché! Cómo le dice ahí cuánto le quiere… y lo bien que encaja la firma del Caballero de la Triste Figura… La carta de don Quijote a Dulcinea y la despedida a Sancho Tras la carta de don Quijote a Dulcinea, el caballero andante escribió después otra carta a su sobrina, para que le diera a Sancho al llegar tres asnos, como le había prometido, en pago por sus trabajos hasta el momento. – ¿Y qué ha de comer vuestra merced hasta que yo vuelva? – No temas, Sancho. No asaltaré como el Cardenio a los caminantes, si es lo que piensas… Comeré los frutos que encuentre en el bosque. Y no me moveré de estos parajes, para que puedas localizarme a la vuelta. Y diciendo esto, Sancho quedó más tranquilo. Subió en Rocinante y se despidió de su amo. Pero antes dijo: – No tardaré. Regresaré para rescatar del purgatorio a vuestra merced. – ¿Purgatorio dices, Sancho? ¡Esto es el infierno! – Quien está en el infierno de él no sale… Andaré presto y apretaré bien las espuelas a rocinante, para plantarme frente a Dulcinea y contarle las locuras que usted por ella hizo… Aunque, si he de contar las locuras que vuestra merced hizo, debería al menos ver una. – No digas más, Sancho, que locura tendrás. Y diciendo esto, se quitó toda la ropa y se quedó en camisa, y empezó a hacer piruetas como un loco en medio del monte. Al ponerse cabeza abajo, Sancho tuvo que mirar para otro lado para no ver más que lo que veía… aunque locura era, sin duda. Sancho se dio por contento, y allí dejó a Don Quijote, hasta su vuelta. El caballero andante aprovechó para reflexionar acerca de las hazañas que aún le faltaban por librar. Su deseo era ser más que el mismísimo Roldán o como Amadís de Gaula, y aún tenía mucho trabajo por delante… También se paseaba Don Quijote, medio desnudo, por el monte, e iba grabando en las cortezas de los árboles algunos versos, sobre su tristeza y algunos, sobre su amada Dulcinea. «Mi dolor no os alborote, aunque más terrible sea, pues por pagar lo que se debe, aquí lloró don Quijote la ausencia de Dulcinea del Toboso. Es aquí el lugar en donde el amador más leal se esconde, y ha venido tanto mal sin saber cómo o por dónde». Allí quedaron grabados unos versos que más tarde algunos caminantes leyeron, no sin ciertas risas al ver que junto al nombre de Dulcinea siempre se añadía ‘del Toboso’, que aún destruyendo la rima, parecía necesario o más bien imprescindible para el Quijote.

Los molinos

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Los molinos

En esto, descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo, y así como don Quijote los vio, dijo a su escudero: — La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que deseábamos; porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta o pocos más desaforados gigantes, con quien pienso hacer batalla y quitarles a todos las vidas, con cuyas posesiones comenzaremos a enriquecer, que esta es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra. — ¿Qué gigantes? — dijo Sancho Panza. — Aquellos que allí ves — respondió su amo—, de los brazos largos, que los suelen tener algunos de casi dos leguas. — Mire vuestra merced — respondió Sancho— que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que, volteadas del viento, hacen andar la piedra del molino. — Bien parece — respondió don Quijote— que no estás cursado en esto de las aventuras: ellos son gigantes; y si tienes miedo quítate de ahí, y ponte a rezar que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla. Y, diciendo esto, dio de espuelas a su caballo Rocinante, sin atender a las voces que su escudero Sancho le daba, advirtiéndole que sin duda alguna eran molinos de viento, y no gigantes, aquellos que iba a acometer. Pero él iba tan puesto en que eran gigantes, que ni oía las voces de su escudero Sancho, ni echaba de ver, aunque estaba ya bien cerca, lo que eran, antes iba diciendo en voces altas: — Non huyáis, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete.— Se levantó en esto un poco de viento, y las grandes aspas comenzaron a moverse, lo cual visto por don Quijote, dijo: — Pues aunque mováis más brazos que los del gigante Briareo, me lo habéis de pagar.

Los leones

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Los leones

Esta es la aventura de don Quijote y el león. El león viajaba en una jaula chiquita y por lo tanto incómoda. La leona también. El Sol les daba mucho calor. La tierra entraba por todos lados, les ensuciaba el pelo y los ¡Y la leona estaba sin cepillo! — ¿Está enojada la leona? -preguntó el león. — ¡Sí, estoy muy enojada! ¿Y usted? — Yo también. Este viaje es un fastidio. ¡Como todos nuestros viajes! El conductor del carro, en cambio, viajaba mucho mejor que los leones. Y mucho mejor todavía viajaba el cuidador de los leones. Iba sentado sobre almohadones con una sombrilla amarilla y verde. A don Quijote la sombrilla le pareció una señal maravillosa. ¡Sombrilla y aventura venían juntas para él! ¡Casi con toda seguridad, era una aventura enjaulada! — ¿A dónde va este carro con jaulas? ¿De quién es? — Preguntó muy serio don Quijote desde encima de su caballo Rocinante. ¡Seguro que está encantado! — Este carro — contestó el conductor—, que no está encantado ni mucho menos, es mío. Y lo llevo a la corte del rey. — ¿A la corte del rey? — Sí, tengo que entregar allí dos feroces leones. — ¿Dos leones?—interrumpió Sancho Panza, el gordo escudero de don Quijote. Y... ¿son muy grandes? — ¡Uy! -exclamó el cuidador de los leones-. ¡Son enormes! ¡Son los leones más grandes de toda España y de toda África también! A Sancho le dieron muchas ganas de echar a correr. Pero a don Quijote le dieron muchas ganas de quedarse porque... —¿Conque grandes, no? ¿Conque nunca vistos, eh? ¡Por más encantados que estén, a mí no me asustan! ¡Soltadlos! — ordenó. El conductor del carro y el cuidador de los leones, a quien también podemos llamar leonero, no entendían, pero trataban de comprender. Y, por supuesto, pensaron una sola cosa: que aquel señor estaba loco. Y más lo pensaron cuando lo vieron con una armadura de cartón, un yelmo, una lanza casera y aquel nombre tan, pero tan raro, de don Quijote de la Mancha. Sancho se vio en la obligación de explicarles de qué se trataba. A veces los escuderos están para eso, y Sancho era un buen escudero. — Mi amo, señores, se llama don Quijote de la Mancha. Es un caballero andante, de los mejorcitos que hay. — Calló un ratito y siguió diciendo—: Como estos dos leones son, según él lo cree, dos magos disfrazados, peleará con ellos. — ¡Eso nunca! — chillaron el conductor y el leonero a coro—. ¡Nos comerán a todos sin excepción! Toda esta conversación le gustó muchísimo al león. — Empiezo a divertirme —pensó, espiando por una rendijita de su jaula. La leona no se dio por enterada. Dormía y soñaba que se estaba bañando en una laguna de la selva. Y eso le gustaba mucho. El leonero no se animaba a abrir la puerta, pero Don Quijote se había puesto tan cargante, que decidió hacerlo, si bien tomando antes una buena precaución: subirse al techo de la jaula. Sancho y el conductor, mientras tanto, se habían escondido en una loma. —¡Ah, qué lindo! ¡Un poco de aire fresco! — rugió el león asomando su cabezota fuera de la jaula. El leonero creyó que rugía de descontento. El dueño del carro creyó que rugía de rabia. Sancho Panza creyó que rugía de hambre. ¡Y don Quijote creyó que rugía de miedo ante su presencia! —¡A pelear! —lo invitó reciamente. — ¡No me gusta pelear! —volvió a rugir el león. — ¡Si te das por vencido sin intentar la lucha, me llamaré desde hoy en adelante el Caballero de los Leones! —le dijo don Quijote. — Y además te perdonaré la vida —agregó generosamente. El león no entendió ni jota de todo aquel discurso de don Quijote. Pero tampoco siguió rugiendo, porque se le había irritado la garganta con tanta tierra. Así es que se despidió con un gran bostezo de aburrimiento, dio la espalda a todos y se dejó caer a dormir. A don Quijote aquello le pareció un triunfo increíble, un triunfo sin límites, un triunfo glorioso. Llamó a todos los demás, que se habían escondido, y les dijo: — Ya ven que ante mi figura, el más terrible de los leones que existen se ha acobardado, se ha inclinado respetuosamente. ¡Por lo tanto, desde hoy me llamaré el Caballero de los Leones!

Versión original para adultos.

Cervantes

Cuando Miguel de Cervantes Saavedra era un niño, el cuarto de siete hermanos que fueron hijos de un médico cirujano, ni él ni nadie de su familia que vivió en Alcalá de Henares, en Valladolid, en Sevilla y en Madrid, imaginaban la cantidad de experiencias buenas y malas que habría de vivir al paso de los años. Luego de haber sido soldado y desde muy joven haber sido herido gravemente en la mano izquierda en una batalla, luego de haber conocido Italia; de haber estado preso cinco años en Argel; de disfrutar de nuevo de su libertad y enamorarse; de haber tenido los más diversos empleos; como cobrador de impuestos, o comisario de abastos en Andalucía, a los 58 años de edad, este hombre que en ese momento vivía en Valladolid con su esposa, su hija, sus dos hermanas y su sobrina, decide publicar la primera parte de su novela El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, y diez años después una segunda parte, que fueron muy bien recibidas en su época y alcanzaron fama dentro y fuera de España.

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