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Barranquilla

Bogotá

Cali

Portada

Nos asiste el derecho a migrar y siempre llevamos con nosotros algo más que nuestros cuerpos y sueños... En la exposición fotográfica de Ciudades Sin Borde, los objetos cobran vida y revelan el alma de quienes migran.

Somos movimientos sin límites, sin bordes, sin fronteras

Maternidad, tránsitos y fé que transpasan fronteras

Barranquilla

Un recuerdo familiar, un símbolo de país y otro de esperanza

Bogotá

Historias narradas por mujeres que llevan con ellas su país

Cali

Puerto Cabello, Carabobo - Venezuela

ANNAPACHECO

Barranquilla

Bogotá

Cali

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Cali, Valle del CaucaColombia

Caracas D.C. - Venezuela

WENDYROJAS

Cali, Valle del CaucaColombia

Lechería, Anzoátegui - Venezuela

ANTONELLA DOMINIKE

Cali, Valle del CaucaColombia

Más Historias

Fotos de Diana Rivera - Comunicadora SocialCiudades Sin BordeCali

La Victoria, Aragua - Venezuela

ARIANAGAMBOA

Barranquilla

Bogotá

Cali

Bogotá D.C.Colombia

Caracas D.C. - Venezuela

CÉSARGONZÁLEZ

Bogotá D.C.Colombia

Península de Paraguaná, Falcón - Venezuela

LEONARDOMIRANDA

Bogotá D.c.Colombia

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Fotos de Daniela Esquivel - Comunicadora SocialCiudades Sin BordeBogotá

Ciudad Ojeda, Zulia - Venezuela

CRISMARY GONZÁLEZ

Barranquilla

Bogotá

Cali

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Barranquilla, AtlánticoColombia

El Dividive, Trujillo - Venezuela

frankrangel

Barranquilla, AtlánticoColombia

San Francisco, Zulia - Venezuela

MARÍA ANDREÍNASOTO

Barranquilla, AtlánticoColombia

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Fotos de Miguel González - Comunicador SocialCiudades Sin BordeBarranquilla

Antonella Dominike

Wendy Rojas

Anna Pacheco

Anna Pacheco es una joven venezolana que nació en el estado Carabobo de Venezuela. Es la mayor de 3 hermanos. Hace 6 años emigró con ellos y sus padres a Colombia. Su ciudad de destino fue Cali, la capital de la salsa.Anna desde muy pequeña sentía amor hacia la música, sus padres al notarlo decidieron regalarle un teclado, queriendo motivarla en su proceso de aprendizaje.

Teclado

ANNA PACHECO

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Textos y fotos por Diana Rivera - Comunicadora SocialCiudades Sin Borde - Cali

Antonella Dominike

Wendy Rojas

Anna Pacheco

WENDY ROJAS

Wendy es una joven caraqueña que migró a Colombia hace poco más de 4 años. El puente Simón Bolivar, que une a Venezuela con Colombia, lo cruzó sólo con una maleta en la cual llevaba un oso de peluche, su compañero de viaje.El primer día que pisó tierra colombiana fue el 27 de septiembre de 2019. Inicialmente se trasladó desde Cúcuta a Bogotá...

Osito de peluche

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Textos y fotos por Diana Rivera - Comunicadora SocialCiudades Sin Borde - Cali

Antonella Dominike

Wendy Rojas

Anna Pacheco

ANTONELLA DOMINIKE

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Antonella Dominike Coronell Iguaro es una niña venezolana de 8 años que tuvo que dejar su originaría Lechería en el estado Anzoátegui cuando tenía poco más de 1 año de vida, en el 2017. La familia de Antonella abandonó su ciudad natal, el viaje por Venezuela estuvo pasado por lluvia por esa razón su mamá le puso a Antonella un gorrito tejido con la bandera venezolana, el cual guardan hasta la fecha.

Gorro

Textos y fotos por Diana Rivera - Comunicadora SocialCiudades Sin Borde - Cali

Leonardo Miranda

César González

Ariana Gamboa

El 2 de abril de 2018, Ariana Gamboa y su esposo Deivid emprendieron un viaje hacia Bogotá, Colombia, desde su ciudad natal, La Victoria, en el estado de Aragua, Venezuela.En medio de la incertidumbre y la esperanza, Ariana tomó la decisión de llevar consigo unas botas que, en retrospectiva, se convertirían en un símbolo de su travesía migratoria y su lucha por un nuevo comienzo.

Cuadro / Botas

ARIANA GAMBOA

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Textos y fotos por Daniela Esquivel - Comunicadora SocialCiudades Sin Borde - Bogotá

Leonardo Miranda

César González

Ariana Gamboa

Desde temprana edad, César González sintió que su vocación era el Derecho, una pasión de herencia familiar. Ingresó a la Universidad José Antonio Páez a los 15 años, donde comenzó a involucrarse en el activismo político que definiría su vida en los años venideros.Durante años, una bandera de Venezuela de 30 x 40 cm se convirtió en su emblema en cada protesta. Con ella en la cara y el cuello, César marchó en eventos históricos...

Bandera

CÉSAR GONZÁLEZ

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Textos y fotos por Daniela Esquivel - Comunicadora SocialCiudades Sin Borde - Bogotá

Leonardo Miranda

César González

Ariana Gamboa

Leonardo Miranda. 11 años. Nació en la península de Paraguaná en el estado de Falcón. En 2018 su mundo dio un giro inesperado cuando su madre, Patricia, empacó lo que pudo y se lo trajo a Bogotá junto con Isabella, su hermana mayor, en busca de un mejor futuro. A pesar de la escasez de espacio, un cuatro decorativo, pintado con los vibrantes colores de la bandera de Venezuela, encontró lugar en el equipaje.

Cuatro llanero

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LEONARDO MIRANDA

Textos y fotos por Daniela Esquivel - Comunicadora SocialCiudades Sin Borde - Bogotá

María Andreina Soto

Frank Rangel

Crismary González

Crismary del Carmen Jiménez González, una mujer de origen zuliano, cuenta una historia de amor, pérdida y resiliencia, que encuentra su más preciado símbolo en una sencilla licra de color vinotinto.Originaria de Ciudad Ojeda, en el cálido estado de Zulia, en Venezuela, Crismary emprendió un viaje hace cinco años que la llevó a Ciudadela La Paz en Barranquilla, en busca de un nuevo comienzo para ella y su familia.

Licra

CRISMARY GONZÁLEZ

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Textos y fotos por Miguel González - Comunicador SocialCiudades Sin Borde - Barranquilla

María Andreina Soto

Frank Rangel

Crismary González

A lo largo de su travesía migratoria Frank Rangel le ha otorgado a su pasaporte, ese documento de portada azul con el escudo de Venezuela, el valor tangible de sus orígenes y de la valentía que lo impulsó hace ocho años a abandonar El Dividive, un apacible pueblo en el estado Trujillo, para desembarcar en la retozona ciudad de Barranquilla tras haber podido ingresar de manera regular al país.

Pasaporte

frank rangel

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Textos y fotos por Miguel González - Comunicador SocialCiudades Sin Borde - Barranquilla

María Andreina Soto

Frank Rangel

Crismary González

La llama de la fe y la devoción se avivan en el corazón de María Andreina Soto Godoy, una joven de 15 años, originaria del municipio San Francisco, en el estado Zulia, creyente de la religión católica y devota de la Virgen del Rosario de Chiquinquirá, conocida cariñosamente por los zulianos como "La Chinita".

Virgen de Chiquinquirá

MARÍA ANDREÍNA SOTO

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Textos y fotos por Miguel González - Comunicador SocialCiudades Sin Borde - Barranquilla

Es la mayor de tres hermanos y hace seis años emigró con ellos y sus padres. Su ciudad de destino fue la capital de la salsa en Colombia, y su objeto más preciado devela el sonido de la esperanza. Su nombre es Anna Pacheco, y la define, sobre todo, la música. Anna nació en el estado de Carabobo, y desde pequeña su padre y su madre notaron que para ella cualquier lugar podía convertirse en un escenario musical, así que decidieron regalarle un teclado y motivarla en su proceso de aprendizaje. Como cantar era una actividad que disfrutaba de manera especial, su madre la llevó a una escuela de música, donde tomaba clases de piano y participaba en un coro, y desde el principio comenzó a realizar presentaciones.

ANNA PACHECO

La joven asegura que al salir de Venezuela quería traerlo todo consigo, pero la vida no cabe en una maleta. Entonces eligió empacar su teclado con la esperanza de seguir aprendiendo música. No fue un objeto fácil de portar, pero ahora agradece haberlo traído a pesar de las dificultades, porque cuando la migración frustró por un tiempo sus inquietudes artísticas, el teclado estuvo ahí para recordarle que no era hora de renunciar a los sueños.Llegar a Cali fue difícil. Tantos cambios la desanimaron, y la nostalgia por lo que quedó atrás puso a prueba su determinación. Pero sus maestras y maestros le recordaron que la pasión por el sonido estaba ahí, y con su apoyo y el de su comunidad encontró en la música un espacio para resignificar su identidad. Hoy, cuando culmina sus estudios de secundaria y aspira a estudiar música en la universidad, Anna ha logrado contagiar a sus hermanos su amor por la música.

Los tres acuden a clases cada semana, y en casa tienen un espacio para cantar y tocar instrumentos.El teclado, desgastado ya por el paso del tiempo, aún vibra con ese poder sanador que tienen el arte y la cultura en los tiempos en los que el espíritu se resiente.

Ciudad (País)

Apenas una maleta llevaba Wendy cuando cruzó el puente que une a Venezuela y Colombia. Para sobrellevar la soledad del tránsito, esta joven caraqueña se aferró a un osito de peluche que su madre le regaló en navidad. Un 27 de septiembre, hace más de 4 años, marcó el inicio de una nueva vida para la joven. De Cúcuta se trasladó a Bogotá, una ciudad fría que le ofreció refugio temporal junto a amigos y familiares migrantes. Sin embargo, el llamado del destino la llevó más al sur, a una tierra desconocida pero llena de promesas. La transición de la frenética y bulliciosa capital a la apacible y cálida Villagorgona, un corregimiento rural a 45 minutos de la capital del Valle del Cauca, fue un desafío para Wendy, pues nunca había vivido en un entorno rural. Luego, cuando conoció Cali, se sintió cómoda y entusiasmada con las posibilidades.

WENDY ROJAS

Entre sus ligeras posesiones, el oso de peluche de color café claro destaca como un tesoro invaluable, un regalo que teje los recuerdos de su hogar en Venezuela. Wendy es una de cuatro: ella, su madre, su hermano menor y su abuela fueron destinatarios de los peluches de distintos tonos que la madre les entregó advirtiendo que representaban a cada integrante de la familia y el lazo que les une. El de su hermano es gris oscuro, el de su abuela (quien ya falleció) era gris claro y el de su mamá es el de color café intenso.En las noches, Wendy y su peluche están cerca. Conserva este objeto porque la traslada a ese momento con los suyos: recuerda que solía divertirse tomándose muchas fotos con su hermano y los peluches. Adonde quiera que se mueve, Wendy se asegura de llevarlo consigo, pues evoca la imagen de su madre y un vínculo indeleble entre su presente y su pasado, símbolo de unidad familiar.

Ciudad (País)

Antonella Dominike Coronell Iguaro tenía poco más de 1 año de vida cuando su mamá y su abuela la alzaron en brazos para aventurarse a una travesía de seis días hacia Colombia. El pequeño gorrito que la niña usaba para salir a jugar con las gallinas de su abuela en su originaria Venezuela y que ahora es meticulosamente guardado, ha sido testigo de un viaje transformador desde las costas de Lechería hasta las laderas de Cali, pasando primero por Cúcuta y Bogotá. De su casa se dirigieron al Valle de Guanape, después debieron trasladarse a Puerto Píritu, Caracas, Barinas, San Cristóbal y, finalmente, San Antonio, la última ciudad venezolana que las despidió antes de pisar tierra extranjera. El viaje por Venezuela estuvo pasado por lluvia, así que el gorrito, tejido con los colores de la bandera venezolana, sirvió para proteger a la pequeña, que ahora tiene 8 años.

ANTONELLA DOMINIKE

A lo largo de los más de 2000 kilómetros y seis agotadores días, en una odisea marcada por la perseverancia, la familia se aferró a esta prenda, símbolo de su origen y fortaleza en medio de la incertidumbre.Ahora Antonella vive en un barrio de ladera ubicado cerca a la Avenida Circunvalar, en Cali. Para movilizarse desde allí, siempre va de la mano de su abuelita, quien la acompaña al grupo musical binacional cada sábado, y la lleva tres veces a la semana a practicar natación.Queda poco de lo que trajeron las Iguaro en aquel viaje, pero el gorro se conserva, porque tiene las puntadas de su resistencia y empuje para dar esperanza a las nuevas generaciones.

Ciudad (País)

El Puente Internacional Simón Bolívar, fue el destino que se propusieron Ariana Gamboa y su esposo el 2 de abril de 2018. Días antes, y pensando en arribar finalmente a Bogotá, Ariana se compró unas botas que le sirvieran para el frío capitalino y el trajín de la travesía, pero el día del viaje el río Táchira estaba crecido: “Creo que había un poquito de ingenuidad porque las botas llegaron todas sucias, llenas de barro”, recuerda Ariana a sus 34 años. De profesión abogada, como su padre -quien falleció cuando ella tenía seis años-, empacó consigo el retrato que conservaba de él en su oficina: “cuando bajé el cuadro le dije: Luis, yo te voy a poner en una oficina allá en Colombia, te lo prometo”, recuerda.En Bogotá encontró trabajo como secretaria, y aunque pudo comprar zapatos nuevos, conservó sus botas: “me recuerdan que yo llegué aquí cruzando el río, por mucho éxito que uno tenga o pueda tener, me recuerdan que yo llegué así, caminando”.

ARIANA GAMBOA

A dos años de su migración logró convalidar su título y ejercer de nuevo: “yo veía a los migrantes muy desesperanzados porque en Venezuela eran profesionales y acá estaban haciendo otras cosas. Ahí encontré como un propósito de vida”, así que se dedicó a convalidar títulos de personas venezolanas y colombianas. “Qué bonito que también puedo ayudar a las personas del país que me recibe”, reflexiona.Hoy ella tiene su propia oficina en Bogotá y el cuadro de su padre volvió a ser colgado. “Esa foto me recuerda cómo llegué. De alguna forma cuando atiendo un migrante, sé que estuve ahí; yo era abogada y volanteé, vendí perfumes, me iba a los cafés que estaban cerca de los juzgados o tribunales y me decía: Ariana tú vas a volver ahí”.

El desarraigo fue difícil, pero cuando conoció un grupo de poetas que se reunía semanalmente, encontró refugio para su inquietud artística y empezó a sentir que “pertenecía” otra vez. Actualmente, también es mamá y escritora.Trabaja en un libro, junto con autores venezolanos, sobre la experiencia migratoria, y en otro sobre convalidaciones de títulos. Para Ariana la vida nunca está hecha, y por eso la asume con determinación.

Ciudad (País)

Desde temprana edad, César González sintió que su vocación era el Derecho, una pasión de herencia familiar. Ingresó a la Universidad José Antonio Páez a los 15 años, donde comenzó a involucrarse en el activismo político que definiría su vida en los años venideros. Su participación en movimientos estudiantiles lo llevó a ocupar puestos de liderazgo en la Facultad de Derecho y a unirse al partido Un Nuevo Tiempo. Desde allí, César fue una figura destacada en las movilizaciones que exigían más derechos y rechazaban el sistema político de su país. Durante años, una bandera de Venezuela de 30 x 40 cm se convirtió en su emblema en cada protesta. Con ella en la cara y el cuello, César marchó en eventos históricos como la Gran Toma de Caracas en 2016, donde fue detenido junto a otros quince activistas, y pasó una semana en prisión. Al ser liberado, de sus pertenencias solo le regresaron la bandera que lo había acompañado en sus luchas.

césar gonzález

Con él también ha cargado desde hace más de 10 años una pulsera que le regaló su mamá el día que hizo su consagración, y que ha portado en momentos memorables, como los de agitación política en su país natal o su llegada a Colombia. Hoy en día, César, con 30 años, continúa su compromiso político en Bogotá como consejero migrante y consultor jurídico para la ONG internacional Plan País, perteneciente a la Red Global de la Diáspora de Venezuela. La bandera y la pulsera, objetos preciados en su nuevo presente, representan aspectos fundamentales de su vida: la primera significa resiliencia y la segunda le recuerda el amor incondicional y protector de la familia.

Ciudad (País)

Leonardo Miranda. 11 años. Nació en la península de Paraguaná en el estado de Falcón. De allá disfrutaba el clima cálido, la playa y salir a jugar a las casas de sus amigos y amigas. En 2018 su mundo dio un giro inesperado cuando su madre, Patricia, empacó lo que pudo y se lo trajo a Bogotá junto con Isabella, su hermana mayor, en busca de un mejor futuro. A pesar de la escasez de espacio, un cuatro decorativo, pintado con los vibrantes colores de la bandera de Venezuela, encontró lugar en el equipaje. Leonardo no es particularmente aficionado a la música, pero conserva cuidadosamente este instrumento porque es su pedacito de país, el vínculo tangible con ese otro mundo de arena dorada y aroma salino, en el cual se ha apoyado para transitar hacia lo desconocido y reconocer su origen.

leonardo mirandA

Desde su llegada a Colombia Leonardo ha custodiado el cuatro con celo, protegiéndolo de las manos curiosas de su hermana menor, una niña de cuatro años nacida ya en tierras colombianas, a quien ha tratado de explicarle que este “no es un juguete”.A Leonardo le gusta hacer bromas y aprender cosas nuevas. El proceso de adaptación le ha traído retos, así que ahora no sale mucho y prefiere quedarse en casa y compartir travesuras con su gato Fernando.Durante las vacaciones, este pequeño acompaña y ayuda a su mamá en su negocio de artesanías, y aprovecha la oportunidad para jugar con otras niñas y niños. Cuando le preguntan por Venezuela dice que espera ir de visita, pero que ya se acostumbró a Colombia. El viaje en bus lo aburre, así que preferiría hacerlo en avión. Quiere estudiar antropología y disfruta ver anime.

Leonardo Miranda. 11 años. Un niño que llegó a Colombia a seguir creciendo con un cuatro bajo el brazo para recordar de dónde viene y valorar dónde está.Un niño tímido que cuando entra en confianza es divertido y muestra la profundidad de sus pensamientos y su apertura al cambio.

Ciudad (País)

Crismary del Carmen Jiménez González, una mujer de origen zuliano, cuenta una historia de amor, pérdida y resiliencia, que encuentra su más preciado símbolo en una sencilla licra de color vinotinto. Originaria de Ciudad Ojeda, en el cálido estado de Zulia, en Venezuela, Crismary emprendió un viaje hace cinco años que la llevó a Ciudadela La Paz en Barranquilla, en busca de un nuevo comienzo para ella y su familia. En medio de la incertidumbre y los desafíos de la migración, Crismary encontró consuelo en un objeto tan sencillo como significativo: una licra que su hija usaba durante su embarazo. Para ella, esta prenda se convirtió en un vínculo tangible con su tierra natal y su amada familia, un recordatorio constante de los lazos que trascienden las distancias y el tiempo.

CRISMARY gOnzálEZ

“Cuando mi hija estaba embarazada utilizaba la licra, y cuando tuvo a su bebé me la regaló para que me la trajera, y la acepté sin saber lo que iba a significar. Aún recuerdo ese momento cuando hacía la maleta y sentía muchos sentimientos porque me iba y las dejaba. Ha pasado mucho tiempo y aún la conservo con mucho cariño”, cuenta Crismary. Aunque el paso del tiempo ha desgastado su tela y desvanecido su color, el significado de esta modesta prenda permanece inalterado: “Ya casi no la uso y con mucho cuidado la lavo para que no se me para que no se me rompa y dañe”.

Sentada en la intimidad de su hogar, Crismary dobla cuidadosamente la licra, sintiendo el peso de los recuerdos y la promesa de un mañana mejor. Con su tránsito ha resignificado este objeto para llevarlo de lo cotidiano a lo sagrado, porque le brinda la certeza de que sus raíces permanecen y han florecido en otras vidas. Esas manos de abuela mimosa, que por ahora solo pueden acariciar este trocito de tela, se esfuerzan bajo el sol barranquillero para proporcionar cuidados a quienes, más lejos o más cerca, ama con fervor.

Ciudad (País)

A lo largo de su travesía migratoria Frank Rangel le ha otorgado a su pasaporte, ese documento de portada azul con el escudo de Venezuela, el valor tangible de sus orígenes y de la valentía que lo impulsó hace ocho años a abandonar El Dividive, un apacible pueblo en el estado Trujillo, para desembarcar en la retozona ciudad de Barranquilla tras haber podido ingresar de manera regular al país. "Cada vez que lo sostengo entre mis manos, renuevo mi compromiso con el futuro y reafirmo mis metas para construir una vida mejor. Es como llevar un pedacito de mi hogar conmigo en cada paso que doy en este territorio colombiano”, explica entre añoranzas este joven de 25 años, quien se esfuerza por mantener viva la conexión con su identidad venezolana en esta etapa de cambios.

frank rangel

Frank reconoce las dificultades que han tenido las personas venezolanas para obtener o renovar su pasaporte, y las consecuencias que esto representa al momento de buscar oportunidades fuera de su país natal. Su genuina preocupación por la dignidad de todas las personas lo llevó a cursar un diplomado en Derechos humanos y construcción de paz con la Defensoría del Pueblo y la Universidad del Atlántico: “fue el punto de partida para mi compromiso con la justicia social”, explica. Orgullo es el sentimiento con el que define lo que siente al pensar en la persona en la que se ha convertido, pues considera que la experiencia del viaje ha forjado su carácter y ha determinado su compromiso con la construcción de un mundo más justo y equitativo. El suyo es el testimonio de resiliencia, aprendizaje y perseverancia de las juventudes migrantes.

Ciudad (País)

La llama de la fe y la devoción se avivan en el corazón de María Andreina Soto Godoy, una joven de 15 años, originaria del municipio San Francisco, en el estado Zulia, creyente de la religión católica y devota de la Virgen del Rosario de Chiquinquirá, conocida cariñosamente por los zulianos como "La Chinita". Desde su infancia, María Andreina ha cultivado el fervor hacia la Virgen de Chiquinquirá, una advocación mariana que ocupa un lugar especial en la cultura de su pueblo natal. Por eso, al momento de emprender su viaje hacia Colombia hace cinco años junto a su papá y su mamá, decidió poner en su equipaje una pequeña imagen de la patrona zuliana, compañera en los momentos más difíciles de su vida.

MARÍA ANDREÍNA SOTO

En su hogar en Barranquilla, esta joven ha creado un pequeño altar donde ilumina y le ora a su santa protectora: “La imagen de la Virgen de Chiquinquirá es muy preciada, me da fortaleza espiritual y me permite mantener mis raíces de fe. Desde pequeña mis padres me han enseñado el significado del amor a la virgen, y cada vez que puedo le prendo una vela y le pido por mi familia amigos y por la paz de mi país y el mundo”, cuenta con tono esperanzador.A pesar de la distancia, la festividad de la Chinita sigue siendo una ocasión especial para María Andreina y otras personas que migraron de Venezuela: “Lo bueno es que en Barranquilla está la Parroquia Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, donde celebramos la festividad de La Chinita con gaita y comida venezolana, y eso nos ha permitido sentirnos en casa y vivir una tradición que nos conecta con Maracaibo”.

Al llevar consigo la historia y las creencias religiosas propias de su amada Venezuela, Maria Andreina contribuye a la riqueza multicultural del territorio colombiano, y encuentra una fuente alegría y esperanza para seguir haciendo camino en medio de los desafíos que supone la migración.

Ciudad (País)

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