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unamuno

sofia rossi

Created on December 30, 2023

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Transcript

miguel de unamuno

índice

Niebla

Vida + generación del 98

Temas y obras

Tráiler

Textos

Pirandello vs Unamuno

temas y obras

Unamuno era:

  • poeta;
  • ensayista;
  • novelista

Obras:

  • En torno al casticismo
  • La vida de don Quijote y Sancho ( paráfrasis sugestiva del Don Quijote de La Mancha)
  • Niebla

TEMAS RECURRENTES:

  • el cristianismo como "agonía"
  • un fuerte interés por España "un español sobre todo y antes de todo"

Unamuno y Pirandello

Ambos autores sostienen que son los personajes que hacen famoso a su autor y no al revés

Tienen en común varios aspectos:

La inmortalidad de los entes de ficción

Los personajes suelen ser actores y espectadores al mismo tiempo y en la misma obra

La visión de la vida como un espectáculo en el que nosotros somos los actores.

Crítica al naturalismo

La multiplicidad del yo

Niebla--> argumento

  • Triángulo entre Augusto, Eugenia y Mauricio
  • Salamanca ; Unamuno es el fautor del destino de Augusto
  • Prólogo de Víctor Goti
  • Postprólogo de Unamuno
  • Niebla: fruto de la crisis del positivismo y de la visión de la existencia humana como dolor y angustia

Niebla-->estética

  • Niebla, nivola
  • Augusto es el agonista
  • La ficción se funde con la realidad
  • Varios tipos de narrador

Niebla-->estilo

  • El estilo de Unamuno refleja su personalidad
  • Intensidad emotiva
  • Lucha constante con el idioma

Al aparecer Augusto a la puerta de su casa extendió el brazo derecho, con la mano palma abajo y abierta, y dirigiendo los ojos al cielo quedóse un momento parado en esta actitud estatuaria y augusta. No era que tomaba posesión del mundo exterior, sino era que observaba si llovía. Y al recibir en el dorso de la mano el frescor del lento orvallo frunció el sobrecejo. Y no era tampoco que le molestase la llovizna, sino el tener que abrir el paraguas. ¡Estaba tan elegante, tan esbelto, plegado y dentro de su funda! Un paraguas cerrado es tan elegante como es feo un paraguas abierto. «Es una desgracia esto de tener que servirse uno de las cosas ––pensó Augusto––; tener que usarlas, el use estropea y hasta destruye toda belleza. La función más noble de los objetos es la de ser cotemplados. ¡Qué bella es una naranja antes de comida! Esto cambiará en el cielo cuando todo nuestro oficio se reduzca, o más bien se ensanche a contemplar a Dios y todas las cosas en Él. Aquí, en esta pobre vida, no nos cuidamos sino de servimos de Dios; pretendemos abrirlo, como a un paraguas, para que nos proteja de toda suerte de males.» Díjose así y se agachó a recogerse los pantalones. Abrió el paraguas por fin y se quedó un momento suspenso y pensando: «y ahora, ¿hacia dónde voy?, ¿tiro a la derecha o a la izquierda?» Porque Augusto no era un caminante, sino un paseante de la vida. «Esperaré a que pase un perro ––se dijo–– y tomaré la dirección inicial que él tome.» En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue, como imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto.

Capítulo I

Capítulo XXXI

¿Cómo que no estoy vivo?, ¿es que me he muerto? ––y empezó, sin darse clara cuenta de lo que hacía, a palparse a sí mismo. ––¡No, hombre, no! ––le repliqué––. Te dije antes que no estabas ni despierto ni dormido, y ahora te digo que no estás ni muerto ni vivo. ––¡Acabe usted de explicarse de una vez, por Dios!, ¡acabe de explicarse! ––me suplicó consternado––, porque son tales las cosas que estoy viendo y oyendo esta tarde, que temo volverme loco. ––Pues bien; la verdad es, querido Augusto ––le dije con la más dulce de mis voces––, que no puedes matarte porque no estás vivo, y que no estás vivo, ni tampoco muerto, porque no existes... ––¿Cómo que no existo? ––––exclamó. ––No, no existes más que como ente de ficción; no eres, pobre Augusto, más que un producto de mi fantasía y de las de aquellos de mis lectores que lean el relato que de tus fingidas venturas y malandanzas he escrito yo; tú no eres más que un personaje de novela, o de nivola, o como quieras llamarle. Ya sabes, pues, tu secreto. Al oír esto quedóse el pobre hombre mirándome un rato con una de esas miradas perforadoras que parecen atravesar la mira a ir más allá, miró luego un momento a mi retrato al óleo que preside a mis libros, le volvió el color y el aliento, fue recobrándose, se hizo dueño de sí, apoyó los codos en mi camilla, a que estaba arrimado frente a mí y, la cara en las palmas de las manos y mirándome con una sonrisa en los ojos, me dijo lentamente: ––Mire usted bien, don Miguel... no sea que esté usted equivocado y que ocurra precisamente todo lo contrario de lo que usted se cree y me dice. ––Y ¿qué es lo contrario? ––le pregunté alarmado de verle recobrar vida propia. ––No sea, mi querido don Miguel ––añadió––, que sea usted y no yo el ente de ficción, el que no existe en realidad, ni vivo, ni muerto... No sea que usted no pase de ser un pretexto para que mi historia llegue al mundo... ––¡Eso más faltaba! ––exclamé algo molesto. ––No se exalte usted así, señor de Unamuno ––me replicó––, tenga calma. Usted ha manifestado dudas sobre mi existencia... ––Dudas no ––le interrumpí––; certeza absoluta de que tú no existes fuera de mi producción novelesca. ––Bueno, pues no se incomode tanto si yo a mi vez dudo de la existencia de usted y no de la mía propia. Vamos a cuentas: ¿no ha sido usted el que no una sino varias veces ha dicho que don Quijote y Sancho son no ya tan reales, sino más reales que Cervantes?

Capítulo XXXI continuación

––Pero ¡por Dios!... ––exclamó Augusto, ya suplicante y de miedo tembloroso y pálido. ––No hay Dios que valga. ¡Te morirás! ––Es que yo quiero vivir, don Miguel, quiero vivir, quiero vivir... ––¿No pensabas matarte? ––¡Oh, si es por eso, yo le juro, señor de Unamuno, que no me mataré, que no me quitaré esta vida que Dios o usted me han dado; se lo juro... Ahora que usted quiere matarme quiero yo vivir, vivir, vivir... ––¡Vaya una vida! ––exclamé. ––Sí, la que sea. Quiero vivir, aunque vuelva a ser burlado, aunque otra Eugenia y otro Mauricio me desgarren el corazón. Quiero vivir, vivir, vivir... ––No puede ser ya... no puede ser... ––Quiero vivir, vivir... y ser yo, yo, yo... ––Pero si tú no eres sino lo que yo quiera... ––¡Quiero ser yo, ser yo!, ¡quiero vivir! ––y le lloraba la voz. ––No puede ser... no puede ser... ––Mire usted, don Miguel, por sus hijos, por su mujer, por lo que más quiera... Mire que usted no será usted... que se morirá. Cayó a mis pies de hinojos, suplicante y exclamando: ––¡Don Miguel, por Dios, quiero vivir, quiero ser yo! ––¡No puede ser, pobre Augusto ––le dije cogiéndole una mano y levantándole––, no puede ser! Lo tengo ya escrito y es irrevocable; no puedes vivir más. No sé qué hacer ya de ti. Dios, cuando no sabe qué hacer de nosotros, nos mata. Y no se me olvida que pasó por tu mente la idea de matarme... ––Pero si yo, don Miguel... ––No importa; sé lo que me digo. Y me temo que, en efecto, si no te mato pronto acabes por matarme tú. ––Pero ¿no quedamos en que...? ––No puede ser, Augusto, no puede ser. Ha llegado tu hora. Está ya escrito y no puedo volverme atrás. Te morirás. Para lo que ha de valerte ya la vida... ––Pero... por Dios... ––No hay pero ni Dios que valgan. ¡Vete! ––¿Conque no, eh? ––me dijo––, ¿conque no? No quiere usted dejarme ser yo, salir de la niebla, vivir, vivir, vivir, verme, oírme, tocarme, sentirme, dolerme, serme: ¿conque no lo quiere?, ¿conque he de morir ente de ficción? Pues bien, mi señor creador don Miguel, ¡también usted se morirá, también usted, y se volverá a la nada de que salió...! ¡Dios dejará de soñarle! ¡Se morirá usted, sí, se morirá, aunque no lo quiera; se morirá usted y se morirán todos los que lean mi historia, todos, todos, todos sin quedar uno! ¡Entes de ficción como yo; lo mismo que yo! Se morirán todos, todos, todos. Os lo digo yo, Augusto Pérez, ente ficticio como vosotros, nivolesco lo mismo que vosotros. Porque usted, mi creador, mi don Miguel, no es usted más que otro ente nivolesco, y entes nivolescos sus lectores, lo mismo que yo, que Augusto Pérez, que su víctima... ––¿Víctima? ––exclamé. ––¡Víctima, sí! ¡Crearme para dejarme morir!, ¡usted también se morirá! El que crea se crea y el que se crea se muere. ¡Morirá usted, don Miguel, morirá usted, y morirán todos los que me piensen! ¡A morir, pues! Este supremo esfuerzo de pasión de vida, de ansia de inmortalidad, le dejó extenuado al pobre Augusto. Y le empujé a la puerta, por la que salió cabizbajo. Luego se tanteó como si dudase ya de su propia existencia. Yo me enjugué una lágrima furtiva.

Murió el 31 de diciembre de 1936 en Salamanca solo

Nació el 29 de septiembre de 1864 en Bilbao

Trabajó como catedrático de griego en la Universidad de Salamanca

Augusto Pérez

Niebla

Argumento

Estética

Estilo