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Historia adaptada para el concurso literario Itaú. Autor: Marasost.

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Marasost.

Bosque Férreo: Sikuli

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pues si es vida, tuvo historia.

Bosque Férreo: Sikuli

Se suele decir que el bosque tiene vida. Según ellos, este es sagrado y tiene vida propia; se rige por los principios del ciclo de la vida. Tal es así que la vida que alberga un bosque puede conglomerar el conocimiento de diferentes etnias:

Sonaban los teponaztli cuando, de repente, las raíces se movían. —¿Qué raíces?—, querrás pensar, justo como yo en aquel momento. Era impresionante cómo sus sonidos se entretejían para formar lentamente un cauce rítmico capaz de absorber cualquier tipo de energía negativa. —El sonido concentra el éter— contaba el anciano de la aldea—, en las manos del dios Kauyuma’li. Cada uno de sus brazos se encuentran esparcidos por estas tierras, nosotros le damos sus ojos.

Recién había llegado a la aldea cuando la ceremonia sagrada estaba siendo llevada a cabo. Cantaban, tocaban y exponían sus mismas creencias en su máximo esplendor, sin ápice de contención. Incluso si llegara cualquier tipo de oscuridad a sus vidas, dudaría de la posible desaparición de su determinación. La voluntad que mostraron durante sus cánticos fue tan imponente que incluso logré sentir físicamente cómo el viento favorecía los sonidos generados por los instrumentos, justo como si la naturaleza o el bosque en sí mismo estuviera respondiendo al llamado.

Quizás ni ellos mismos, que estaban ejerciendo tremenda voluntad con sus complejos, pero rudimentarios cánticos, se habrían dado cuenta de cómo sus rituales influyen en el ambiente. Pues ellos creen. Creen firmemente en sus deidades, ya que sin importarles lo que pase en el futuro son devotos creyentes ahora. Ellos demuestran una fidelidad estremecedora a mi parecer, ya que no dieron su voto a ningún dios en específico, sino que oran por la naturaleza y el bosque que les rodea.

—Así como el éter es la manifestación del mismo origen, además de lo que nos rodea, sus efectos envuelven todo el espectro en el que vivimos.— me explicaba el anciano gesticulando con sus manos. Su voz calmada y gastada por años de uso, junto con el leve olor a tierra predominante del bosque, transmitían la sensación de haber conseguido entrar en un estado de suma calma.

—Nosotros, a pesar de estar muy concentrados en la elaboración del ritual, sentimos la respuesta de los dioses. El bosque nos habla con sus árboles, las hojas resuenan con el viento acompañando nuestra melodía— respondía a la duda que nos afligía—. No somos sordos ni ciegos, pero hacemos como si lo fuéramos. Al fin y al cabo los dioses son tímidos, no se manifiestan si no les ayudamos— reía el anciano como si conociera de toda la vida a aquellas formas de vida que describe. El diseño de los instrumentos variaba según la persona, así como los colores de su vestimenta. Siendo honesto, no esperaba este tipo de cosas estando rodeados de un bosque tan frondoso. Frondoso aunque muy excéntrico, pues el ambiente hablaba mucho de sí mismo.

Interactuamos con los lugareños por días antes de lograr reunirnos con el jefe de la aldea, incluso vimos cómo desmontaban las chozas para empezar a trasladarlas hacia otro lugar. Quizás sean transeúntes, aunque lucen como si nunca hubieran salido de este inmenso bosque. ¿Tal vez este lugar ya no satisface sus necesidades y por eso buscarán un lugar con recursos más abundantes? Como sea, es una gran casualidad que durante nuestra estadía en esta tribu estuvieran preparándose para moverse a otro lado.

—En fin, que me desvío. Lo cierto es que los dioses no pueden ayudarnos si no les damos los medios. Por eso nuestros ancestros nos enseñaron a manejar el éter de una manera especial, para lograr comunicarnos con el bosque y cuidar a los nuestros.— recitaba el viejo hombre como si hubiera contado esta historia a los niños de la aldea millones de veces. Hablamos con adultos, ayudamos a recolectar algunas bayas e incluso le compartimos algunos de nuestros alimentos procesados a los niños que jugaban con nosotros. Fue hermoso convivir con estos seres humanos tan aislados de la sociedad, cada momento era totalmente nuevo.

Cada mañana acompañaba a los cazadores de la tribu, a pesar de su cautela. Fue cuando atrapé a un animal con uno de los arcos que me prestaron que dejaron de dudar de mí. Ese sentimiento de logro fue tan intenso que sentí como si toda mi vida practicando arquería en aquel club de tiro con arco finalmente valió la pena. —Son los ojos de dios. Si'kuli, le llamamos en nuestra lengua. Es lo que nos ata a los dioses: a cambio de darles visión, ellos nos protegen y nos bendicen desde que nacemos.— al anciano se le notaba cada vez más cansado, pero aún así continuó con su explicación, en un intento de terminar de comunicar la voluntad del pueblo.

—A veces los colgamos en los árboles, otras en nuestras casas. Ellos nos ven, y nosotros vivimos por ellos. El padre de cada niño se encarga de la elaboración del ojo de dios de su hijo cada año.— a pesar de que sus párpados se entrecerraban y movía sus dedos en círculos sobre la mesa de fresno que trajimos como ofrenda para mantenerse despierto, el anciano seguía hablando con terquedad. —Al quinto, lo liberamos en el agua. Los dioses podrían ver aún más lejos de esta forma en comparación de si se quedaran aquí, por eso lo hacemos. Ellos nos devuelven la libertad que les damos con su protección sagrada.— en medio de su mensaje, el anciano empieza a sollozar de dolor.

Sorprendido, le pregunto si está bien porque mi preocupación era tan grande que incluso mis ojos estaban extremadamente abiertos. Después de tanto tiempo conviviendo juntos en el bosque, no quisiera exigirle demasiado solo por escuchar la historia de unas ramitas, especialmente si eso le cuesta la vida. Pero a mi pregunta responde con una orden: —No te preocupes, quédate sentado que aún no termino. —La base de aquel ojo de dios viene del mismo bosque, el manifestante de los dioses. Reúne todos los elementos y el éter en sí mismo, mostrando su excelencia sagrada. Todos están fascinados por estas creaciones tan perfectas, que a pesar de ser hechas por manos humanas, aún pueden servir como contenedores de los dioses.— en su sufrimiento, el anciano mira hacía el techo y levanta las manos, como intentando recibir algo de alguien.

—Les hicimos favores, rituales, danzas y cánticos. Ellos nos respondían, cantaban con nosotros y fortalecían los frutos del bosque con sus poderes místicos.— Después de terminar la frase, fue la primera vez que mi curiosidad se volvió tan grande que me vi en la necesidad y obligación de interrumpir el monólogo de aquel anciano. Necesitaba saberlo. —¿Y ahora qué pasa? ¿Por qué hablas como si eso ya no pasa?— le pregunté preocupado, la culpa ya me empezaba a carcomer aún ni sabiendo la respuesta.

—Ya deberías saberlo. Desde que ustedes llegaron perdimos contacto con los dioses. Da igual cuánto oremos, dancemos e incluso sacrifiquemos, ya no nos escuchan. Nos escucharon por siglos hasta que vinieron ustedes. Le sacaron los oídos a nuestra naturaleza, ya no pueden escucharnos ni aunque quisieran, no tienen el medio.— desde ese momento empecé a sentir el olor. La presencia del anciano se desvanecía conforme aquel “aroma” inundaba la sala.

—Talaron cada árbol que encontraron, las raíces lloraron hasta morir, las hojas cayeron del dolor y el viento gritó de sufrimiento. Ya no queda nada de ese bosque frondoso. Solo quedan esas cosas metálicas y brillantes, como si no les hubiera gustado que viviéramos aquí con nuestro amado y respetado protector. Ahora la tierra sangra, los dioses sólo pueden esperar nuestro final. Con sangre de color negro y rojo.— dijo el anciano junto al último aliento del bosque.

Constitución Nacional, Artículo 41.

Bosque Férreo: Sikuli

Después de salir de la choza del difunto jefe de la aldea, el bosque de fresnos había desaparecido y había sido reemplazado por un bosque metálico. Parecía como si la civilización hubiera lanzado miles de espadas gigantes y el suelo estuviera sangrando a montones. A pesar de que no me pertenece, ahora cargo con aquella culpa. Se volvió mi culpa, aunque yo no lo haya provocado.

Los ojos de Dios huicholes, a los cuales también se les conoce como sikuli o tzicurri, constan de una cruz de madera sobre la que se tejen cinco rombos con hilos de colores. Más que una artesanía, son una representación de cómo se compone el universo y, por ello, según la cultura wixárica, siven para mirar y entender lo desconocido. Cuenta la leyenda que el dios Kauyuma’li, uno de los dioses que creó el universo, pudo ver lo que estaba dentro de la Tierra y por encima de ella al mirar a través de un sikuli.

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El ojo de Dios.

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Kauyumari, el Venado Azul, es el espíritu que guía al pueblo Wixarika de México y, según cuenta la leyenda, se sacrifica para transformarse en Hikuri, con el cual los Wixarikas se ponen en contacto con sus antepasados, recibiendo su misericordia y orientación para ser guardianes de nuestro planeta tierra.

Kauyuma’li.

El teponaztli es un antiguo instrumento musical prehispánico que funciona como un xilófono de dos lengüetas. Algunos teponaztlis son considerados entidades sagradas con figuras labradas representando deidades. Todavía es empleado en la actualidad por los pueblos nahuas, quienes lo utilizan en rituales para invocar la lluvia y relacionarlo con la fertilidad de las plantas.

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Teponaztli.

Constitución NacionalArtículo 41.Todos los habitantes gozan del derecho a un ambiente sano, equilibrado, apto para el desarrollo humano y para que las actividades productivas satisfagan las necesidades presentes sin comprometer las de las generaciones futuras; y tienen el deber de preservarlo. El daño ambiental generará prioritariamente la obligación de recomponer, según lo establezca la ley.Las autoridades proveerán a la protección de este derecho, a la utilización racional de los recursos naturales, a la preservación del patrimonio natural y cultural y de la diversidad biológica, y a la información y educación ambientales. Corresponde a la Nación dictar las normas que contengan los presupuestos mínimos de protección, y a las provincias, las necesarias para complementarlas, sin que aquellas alteren las jurisdicciones locales. Se prohíbe le ingreso al territorio nacional de residuos actual o potencialmente peligrosos, y de los radiactivos.

Más información.

Kauyumari, el Venado Azul, es el espíritu que guía al pueblo Wixarika de México y, según cuenta la leyenda, se sacrifica para transformarse en Hikuri, con el cual los Wixarikas se ponen en contacto con sus antepasados, recibiendo su misericordia y orientación para ser guardianes de nuestro planeta tierra.

Kauyuma’li.

El teponaztli es un antiguo instrumento musical prehispánico que funciona como un xilófono de dos lengüetas. Algunos teponaztlis son considerados entidades sagradas con figuras labradas representando deidades. Todavía es empleado en la actualidad por los pueblos nahuas, quienes lo utilizan en rituales para invocar la lluvia y relacionarlo con la fertilidad de las plantas.

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Teponaztli.

Cauma. - Marasost.

Cada objeto siente en “vida” el ambiente en el que habita. No es más que un simple estado de memorización de parte del mundo, es la bendición de aquellos que no tienen vida. Conservan una historia, sólo relevante cuando un “vivo” interacciona con ellos. La presencia del movimiento intencionado es lo que dota de vida a lo no vivo, pero también sucede lo opuesto: los muertos definen a los vivos. Incluso el viento trae los mensajes de los vivos, nos susurra un gran mensaje que no deberíamos ignorar.

"pues si es vida, tuvo historia."