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Avances en la situación de la mujer en España. Periodo de entreguerras

Aunque en España, a principios del siglo XX, la situación de la mujer seguía siendo de total marginación política y cultural (el 60 % de las mujeres eran analfabetas en 1900), en este periodo, y especialmente durante la Segunda República, se consigue el derecho al voto de las mujeres (1932) y otros avances sociales.

Se cuestiona el modelo tradicional femenino en el ámbito doméstico (esposa y madre) para pasar al ámbito público de acción: las mujeres intelectuales se rebelaron y quisieron crear una nueva identidad femenina, independiente y con decisión política.

La mujer se va incorporando poco a poco a la vida cultural y política del país a través de las mujeres pioneras de esta época.

Victoria Kent, abogada y diputada en el Congreso durante la Segunda República

  • Fomenta la educación universitaria (aún incipiente) de las mujeres y les ofrece un lugar donde convivir.
  • Fue lugar de encuentro para las primeras luchadoras de los derechos y las libertades de las mujeres en la época.
  • Allí convivieron y/o participaron en sus actividades reconocidas diputadas, científicas, deportistas, escritoras influyentes del primer tercio del siglo XX: María Zambrano, Maruja Mallo, Victoria Kent , Josefina Carabias, Zenobia Camprubí, Concha Méndez, Clara Campoamor o Gabriela Mistral...

Se crea la Residencia de Señoritas, fundada en 1915 por María Maeztu.

Otras instituciones relevantes fueron el Lyceum Club Femenino y la Asociación Universitaria Femenina3​

Algunas voces femeninas de la época en defensa de los derechos de la mujer

María Lejarraga

Concha Mendez

Clara Capoamor

María Teresa León

María Lejarraga es un claro ejemplo de la discriminación de la mujer en la época. Sus Cartas a las mujeres españolas , en las que abogaba por la igualdad de sexos y defendía la necesidad del feminismo, fueron escritas por ella pero paradójicamente firmadas por su marido: “Por lo tanto, señoras, ustedes están obligadas, porque son mujeres, a ser feministas; sí, señoras, por cristianas, por hijas de su siglo, por inteligentes (...) Pero, dirán ustedes, ¿no es el feminismo una doctrina desaforada, un sueño histérico de pobres solteronas feas, que desfogan la dolorosa ira de no haber encontrado puesto en la mesa del banquete de amor rompiendo cristales a pedradas y reclamando a gritos por las calles el derecho a votar como los hombres? ¿No son las feministas enemigas de la familia y propagandistas del amor libre? ¿No intentan acabar con toda esta gracia de coquetería, con toda esta elegancia, con toda esta suavidad de arte y refinamiento que ha ido acumulando el paso de los siglos y las civilizaciones sobre el delicado, perfumado, aéreo, evanescente, sutil y quintaesenciado sexo femenino? No, señoras mías; no, por cierto. (…) El feminismo quiere sencillamente que las mujeres alcancen la plenitud de su vida, es decir, que tengan los mismos derechos y los mismos deberes que los hombres, que gobiernen el mundo a medias con ellos, ya que a medias le pueblan, y que en perfecta colaboración procuren su felicidad propia y mutua y el perfeccionamiento de la especie humana. Pretende que lleven ellas y ellos una vida serena, fundada en la mutua tolerancia que cabe entre iguales, no en la rencorosa y degradante sumisión del que es menos, opuesta a la egoísta tiranía del que cree ser más.” Cartas a las mujeres españolas (pag. 34)

En sus Memorias habladas, memorias armadas, Concha Méndez, una de las escritoras olvidadas de la nómina de la Generación del 27, recuerda una anécdota que refleja muy bien el sentir de la época: “Recuerdo la visita de un amigo de mis padres. El señor preguntó a mis hermanos: ‘¿Qué queréis ser de mayores?’ No recuerdo lo qué contestarían, pero viendo que a mí no me preguntaba nada, teniendo toda la cabeza llena de sueños, le dije: ‘Yo voy a ser capitán de barco’. ‘Las niñas no son nada’, me contestó. Por estas palabras le tomé un odio terrible a este señor. ¿Qué es eso de que las niñas no son nada?” Concha Méndez. Memorias habladas, memorias armadas. Renacimiento

Clara Campoamor, abogada y diputada electa en el año 193, tomó parte en la redacción de la nueva Constitución española, en la que consiguió finalmente incorporar el que se aprobara el derecho de la mujer a votar, “Resolved lo que queráis, pero afrontando la responsabilidad de dar entrada a esa mitad de género humano en política, para que la política sea cosa de dos, porque solo hay una cosa que hace un sexo solo: alumbrar; las demás las hacemos todos en común, y no podéis venir aquí vosotros a legislar, a votar impuestos, a dictar deberes, a legislar sobre la raza humana, sobre la mujer y sobre el hijo, aislados, fuera de nosotras”. El voto femenino y yo: mi pecado mortal, (1935) “No se trata aquí esta cuestión desde el punto de vista del principio, que harto claro está, y en vuestras conciencias repercute, que es un problema de ética, de pura ética reconocer a la mujer, ser humano, todos sus derechos, porque ya desde Fitche, en 1796, se ha aceptado, en principio también, el postulado de que sólo aquel que no considere a la mujer un ser humano es capaz de afirmar que todos los derechos del hombre y del ciudadano no deben ser los mismos para la mujer que para el hombre. Fragmento del Discurso de Clara Campoamor en las Cortes el 1 de octubre de 1931

María Teresa León habla en su "Memoria de la melancolía" de esas primeras mujeres universitarias que querían traer nuevos aires al mundo cultural español de la época, en igualdad de condiciones con sus compañeros varones. En esa difícil empresa, instituciones como la Residencia de Señoritas o el Lyceum Club, del que habla en este fragmento, serían imprescindibles. "Dentro de mi juventud han quedado algunos nombres de mujer: María de Maeztu, María Goyri, María Martínez Sierra, María Baeza, Zenobia Camprubí… y hasta una delgadísima pavesa inteligente sentada en su salón: Doña Blanca de los Ríos. Y otra veterana de la novelística: Concha Espina. Y más a lo lejos, casi fundida en los primeros recuerdos, el ancho rostro de vivaces ojillos arrugados de la condesa de Pardo Bazán… ¡Mujeres de España! Creo que se movían por Madrid sin mucha conexión, sin formar un frente de batalla, salvo algunos lances feminísticos, casi siempre tomados a broma por los imprudentes. Ya había nacido la Residencia de Señoritas dirigida por María de Maeztu e inaugurado El Instituto Escuela sus clases mixtas, hasta poner los pelos de punta a los reaccionarios mojigatos. Pero las mujeres no encontraron un centro de reunión hasta que pare apareció el Lyceum Club . Por aquellos años comenzaba el eclipse de la dictadura de primo de Rivera. En los salones de la calle de las Infantas * se conspiraba entre conferencias y tazas de té. Aquella insólita independencia mujeril fue atacada rabiosamente. El caso se llevó a los púlpitos, se agitaron las campanillas políticas para destruir la sublevación de las faldas. Cuando fueron a pedir a Jacinto Benavente una conferencia para el Club, contestó, con su arbitrario talante: No tengo tiempo. Yo no puedo dar una conferencia a tontas y a locas. Pero otros apoyaron la experiencia, y el Lyceum Club se fue convirtiendo en el hueso díficil de roer de la independiencia femenina (...) El Lyceum Club no era una reunión de mujeres de abanico y baile. Se había propuesto adelantar el reloj de España" María Teresa león. Memoria de la melancolía (pag. 432-433)