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Presentación en torno a Rosalía de Castro, su vida y su obra.

Transcript

Rosalía de castro

Nacimiento y primeros años

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vida

Rosalía de Castro nació en Santiago de Compostela el 24 de febrero de 1837. En su partida de bautismo, que tuvo lugar en la capilla del Hospital Real, quedó así reflejado: En veinte y cuatro de febrero de mil ochocientos treinta y seis1, María Francisca Martínez, vecina de San Juan de Campo, fue madrina de una niña que bauticé solemnemente y puse los santos óleos, llamándola María Rosalía Rita, hija de padres incógnitos, cuya niña llevó la madrina, y va sin número, por no haber pasado a la Inclusa; y para que así conste, lo firmo: José Vicente Varela y Montero.

Esas palabras esconden tantos secretos y misterios que se podría escribir partiendo de ellas una novela de intriga, pero vamos a centrarnos en las investigaciones que han ido desvelándolos en parte. En primer lugar, lo que se refiere a los padres incógnitos. Durante algunos años se mantuvo silencio sobre ellos, pero hace ya tiempo que estudios rigurosos nos permiten conocer con certeza sus antecedentes familiares y detalles de su infancia. Su madre, doña María Teresa de la Cruz de Castro y Abadía, tenía treinta y tres años cuando nació Rosalía y pertenecía a una familia hidalga venida a menos. En el poema «Como chove miudiño» de Cantares gallegos, Rosalía evoca la casa natal de su madre, y los tiempos de bienestar ya pasados.

Su padre fue don José Martínez Viojo. Contaba treinta y nueve años cuando nació la niña y era sacerdote. Su condición sacerdotal le impedía reco¬nocer a su hija, y delegó su cuidado en sus hermanas. La recién nacida fue llevada a Ordoño y allí amamantada por la esposa de un sastre llamado Lesteiro. Doña Teresa y doña María Josefa, tías paternas de Rosalía, tomaron bajo su tutela a la chiquilla mientras vivió en Ortoño, hasta que su madre se hizo cargo de ella.Aunque no sabemos con exactitud cuando fue ese momento, hay pruebas documentales que demuestran que lo hizo siendo aún Rosalía una niña pequeña. En el curso de unas obras en los archivos del Ayuntamiento de Padrón se descubrió un documento que recoge los nombres de quienes vivían en la ciudad entre el 1 y el 30 de octubre 1842.En el documento consta que doña Teresa de Castro reside en aquella localidad como cabeza de familia, con su hija Rosalía y una criada llamada María Martínez. Se dice que el estado civil de doña Teresa es el de soltera, estaba, a punto de cumplir treinta y ocho años. Y Rosalía tenía cinco años y, a lo sumo, ocho meses.

En realidad, se trataba de una sirvienta de doña Teresa de Castro, sin ninguna vinculación con la familia Martínez Viojo. Es la misma mujer que aparece en el padrón de 1842 conviviendo con doña Teresa y con la niña Rosalía, aunque allí se la mencione solo como María Martínez. Es un año más joven que doña Teresa y, sin duda, era persona de su confianza.

Otro punto que se ha aclarado es el de la identidad de la mujer que actuó de madrina en el bautizo de Rosalía y que se llevó con ella a la niña. Se creyó en un primer momento, debido a la similitud de apellidos, que se trataba de alguien de la familia del padre, lo cual demostraría el interés del sacerdote por el fruto de sus amores, y su intención de proteger a la criatura.

Destaquemos en primer lugar que el bautizo de Rosalía en el Hospital Real permitió a los padres mantener el anonimato, inscribiendo a la criatura como de padres incógnitos, cosa que les convenía tanto al padre sacerdote, como a la madre soltera de la alta sociedad. Lo raro fue que no pasase a la Inclusa, que era el destino normal de los así bautizados. ¿Quién tomó esa decisión?Parece razonable pensar que la decisión fue de los dos y que ambos progenitores se pusieron de acuerdo para evitar a Rosalía el penoso destino de la Inclusa.

Rosalía y su madre.

Hasta que apareció el padrón de 1842, lo que se sabía de la relación de Rosalía con su madre era que vivían juntas en Santiago de Compostela en 1852, cuando Rosalía tiene ya quince años.Siempre hubo voces que criticaron que doña Teresa hubiera ocultado en los primeros años la existencia de su hija. La influencia de Manuel Murguía, marido de Rosalía, y el respeto que inspiraban ambas figuras mantuvieron las críticas silenciadas, pero una carta las sacó a la luz. Un miembro de la familia paterna de Rosalía envió a Bouza Brey una carta, fechada en agosto de 1923, apenas seis meses después de la muerte de Murguía, que contenía gravísimas acusaciones contra doña Teresa:

Nombre del autor/a

La desnaturalizada madre no queriendo abrazar las penalidades de la educación de su hija, o, lo que es más probable, deseando por un sentimiento de honor mal entendido, alejar de sí la infortunada criatura, para que no fuese baldón que deslustrase el timbre de su familia ni sus rancios y ridículos pergaminos, pensó en arrojarla a la Inclusa; conocedor de ello el capellán Martínez, quitó la niña a su madre y la entregó a la mujer de un tal Lesteiro, sastre en Ortoño, quien la educó y tuvo como hija, amamantándola ella misma, satisfaciendo José Martínez los gastos de su crianza, subsistencia y demás...

Bouza Brey nunca hizo pública esta carta, que sí se publicó después de su muerte. En contra de lo que esa carta dice, la verdad es que doña Teresa nunca abandonó a su hija. En el libro A mi madre, que Rosalía escribió tras la muerte de su madre, se da muestras de un dolor que solo puede producirse por la pérdida de una larga y feliz convivencia con ella. Aunque no tengamos pruebas, hay que suponer que doña Teresa se hizo cargo de la niña mucho antes de la fecha de 1852. Las investigaciones posteriores han dado base documental a esa interpretación.La imagen que Rosalía nos transmite de su madre es la de una mujer cariñosa que le dio protección y amor: Yo tuve una dulce madre, concediéramela el cielo, más tierna que la ternura, más ángel que mi ángel bueno.

Al dolor por la muerte de su madre se suma el dolor de haber perdido un refugio seguro. Pese a estar casada y tener una hija, Rosalía siente que ha perdido su «nido»:¡Ay, qué profunda tristeza! ¡Ay, qué terrible dolor!... ¡Ella ha muerto y yo estoy viva! ¡Ella ha muerto y vivo yo! Mas ¡ay!, pájaro sin nido poco lo alumbrará el sol, ¡y era el pecho de mi madre nido de mi corazón!

Cariño, compasión y agradecimiento eran los sentimientos de Rosalía hacia su madre. Debió de compadecerla, como a muchas de las protagonistas de sus poemas: una mujer enamorada y engañada por el varón. Pero también la respetaba y la admiraba como a la mujer valerosa que se enfrentó a la sociedad para reconocer el fruto de su desliz. A los ojos de Rosalía, su madre sí tuvo hacia ella ese amor que santificó su yerro. Una vez instalada en Santiago con su madre, su vida transcurrió como la de cualquier niña de su clase social. Según datos proporcionados por la familia Murguía, Rosalía tocaba la guitarra inglesa, la española, el arpa, la flauta y, por último, el harmonium. Sabemos que frecuentó las aulas del Liceo de la Juventud, institución fundada en 1847, que se dedicaba a instruir por medio de la Literatura y Bellas Artes, impartiendo clases de literatura, pintura, música y declamación que, probablemente, le proporcionaron a Rosalía conocimientos en esas disciplinas. También participó como actriz de éxito en varias obras de teatro que allí se representaron

Rosalía y Murguía

Un capítulo importantísimo en la vida de Rosalía son sus relaciones con Manuel Murguía con quien contrae matrimonio el 10 de octubre de 1858.

De su matrimonio nacieron siete hijos, punto este sobre el que hubo algunas confusiones, definitivamente aclaradas tras los trabajos de Caamaño Bournacell y de Bouza Brey:  Alejandra, nacida en mayo de 1859 en Santiago de Compostela, casi a los siete meses exactos del matrimonio de sus padres. Murió en 1937.  Aura, nacida en diciembre de 1868 (obsérvese el largo intervalo sin descendencia). Murió en 1942.  Gala y Ovidio, gemelos, nacidos en julio de 1871. La primera murió en 1964; Ovidio, en 1900.  Amara, nacida en julio de 1873. Murió en 1921.  Adriano Honorato Alejandro, nacido en marzo de 1875, murió en noviembre de 1876 a consecuencia de una caída.  Valentina, nacida muerta en febrero de 1877.

Las opiniones de la crítica sobre la vida en común de la pareja son diversas e incluso contradictorias. Xesús Alonso Montero en un trabajo antiguo afirma: Siempre he creído que la decisión de casarse con este hombre es un acto propio de quien, abrumado por las circunstancias, se ve en la necesidad de aceptar la menor oportunidad. Años después matizó su opinión: Rosalía, como tantas mujeres españolas de 1857, debió de creer que solo se alcanza la realización personal plena en el matrimonio; por otra parte, la extraña orfandad en que había vivido la empujaba a buscar compañía, amparo y ayuda. Bouza Brey destaca el fundamental apoyo de Murguía a su labor poética y la contribución al reconocimiento de sus méritos.

Juan Naya, defendió siempre el amor entre ambos, calificando de leyenda envidiosa los rumores de desavenencias: La envidia, que siempre está al acecho, forjó la leyenda de las desavenencias, y hasta hubo quien creyó que Rosalía fuera una mártir del sagrado vínculo.

Poco antes de su muerte, Murguía destruyó las cartas que su mujer le había enviado a lo largo de toda su vida, privándonos así de una importante fuente de información biográfica ¿Por qué las destruyó?La primera y más importante razón es que esa destrucción es un eslabón más de una larga cadena de actos de Murguía destinados a proteger y enaltecer la figura de Rosalía de cara a la posteridad, y que contribuyeron a convertirla en un mito, en lo que hoy es: la representación del espíritu de Galicia, su Alma Mater. Para ello se dedicó a ocultar todo dato biográfico que pudiera perjudicar su imagen.

En lo que Rosalía escribió sobre el amor y el matrimonio, parece ser que Murguía no fue para ella lo que llamamos un gran amor ni probablemente tampoco un compañero fiel de penas y alegrías. La imagen que dejó Rosalía de sí misma es la de una mujer sola. Cualquier lector con sensibilidad que se acerque a su obra poética percibirá el sentimiento de soledad que se desprende de sus versos, y no es la soledad existencial del ser humano sino a la soledad sentimental y afectiva. El origen de ese sentimiento de soledad, que impregna la obra de la escritora gallega, puede proceder de su infancia. Los estudios de psicología infantil aseguran que los tres primeros años de la vida de una persona marcan de modo casi indeleble su desarrollo psicológico posterior. Por ello, creo que es muy posible que la carencia de padre y madre en su primera infancia provocaran en Rosalía ese sentimiento de soledad y una necesidad de cariño que la acompañaron durante toda su vida, y que solo palió en parte la compañía y el amor de su madre durante los años en que vivieron juntas.

Tengamos en cuenta que, ya casada y madre ella misma de una niña, escribe al morir su madre:Mas cuando muere una madre, único amor que hay aquí; ¡ay!, cuando una madre muere debiera un hijo morir.El mundo, muerta su madre, se convierte para Rosalía, en un lugar frío y desolado: Ya desde entonces no tuve quien me prestase calor, que el fuego que ella encendía aterido se apagó. Y ningún otro amor vino a dar calor a ese mundo en el que Rosalía va a vivir hasta su muerte.

No cabe duda de que algunas características de su visión del mundo -por ejemplo, la vinculación de amor, remordimiento y pecado, así como el tema de ser objeto de burla y persecución- están íntimamente relacionados con su historia familiar. Es normal que en una niña sensible e inteligente la falta de padre y su condición de fruto de amores prohibidos influyeran en su carácter y en su visión del mundo. Murguía inicia el Prólogo a la segunda edición de En las orillas del Sar con estas palabras: Cuando la vi encerrada en las cuatro tablas que a todos nos esperan, exclamé: «Descansa, al fin, pobre alma atormentada, tú que tanto has sufrido en este mundo».

La irregularidad de su nacimiento y los acontecimientos de los primeros años de su vida dejaron una impronta en el carácter y en la obra de Rosalía.Juan Rof Carballo señaló la coincidencia de ciertos rasgos de su mundo poético con la ausencia de una imago paterna en la formación de su personalidad. José Luis Varela interpreta el símbolo de la negra sombra poniéndolo en estrecha relación con la «oscuridad» de sus orígenes. Xesús Alonso Montero destaca la presión social que sufrieron la niña y la madre y cómo ese ambiente condicionó la personalidad adulta de Rosalía.

Alma atormentada es una acertada definición del espíritu de Rosalía, y ella misma se veía así. En «Las literatas. Carta a Eduarda», tras enumerarle a la joven escritora los problemas que la esperan y el rechazo social que recibirá, concluye: Una poetisa o escritora no puede vivir humanamente en paz sobre la tierra, puesto que, además de las agitaciones de su espíritu, tiene las que levantan en torno a ella cuantos la rodean. Esas «agitaciones del espíritu» eran en su caso problemas psicológicos antiguos, derivados probablemente de las circunstancias de su infancia. Rof Carballo, psiquiatra de profesión, además de estudioso de su obra, observó en ella síntomas de lo que se conoce como Complejo de Polícrates. Y Murguía, en el Prólogo citado, se refiere a esa característica de su carácter: Nada la asustaba tanto como la posesión de una dicha inesperada. Le parecía que forzosamente debía traer consigo una nueva tormenta.

El proceso de mitificación que se produjo en Galicia respecto a la figura de Rosalía, afectó también a su carácter. Con frecuencia se destacaron solo aspectos positivos, como la generosidad, la solidaridad con los que sufrían y su modestia.

Un aspecto poco citado de su carácter es la modestia con la que juzgaba el valor literario de su obra. Era consciente del papel relevante que había representado en el renacimiento de la lengua gallega, devolviéndole su carácter de lengua de cultura, pero al mismo tiempo, desde un punto de vista estrictamente literario, se consideraba una «medianía», tal como le dijo a Eduardo Pondal en una carta, fechada en 6/4/1864. Rosalía, después de animarlo a que se cuide, poniendo como ejemplo su propia recuperación, le dice: Respecto a trabajar, absolutamente nada, y aun cuando V. se digna hacerme algunos elogios que estoy muy lejos de merecer, y que solo puedo deber a su buena amistad, le aseguro que se pierde muy poco con que yo no escriba. Francamente, no tengo ninguna fe en la gloria y, por otra parte, conozco demasiado mis pequeñas fuerzas. Acaso consistirá en que soy muy ambiciosa, pero es lo cierto que nada de cuanto hice me satisface en lo más mínimo y por eso, después de haber ensayado algunos nuevos trabajos de los cuales quedé muy descontenta, he roto cuanto hice y no volví a coger la pluma.

Murguía siempre la animó a seguir escribiendo porque estaba convencido de su talento, y en esa carta Rosalía se lo cuenta a Pondal, pero insiste en el escaso valor de lo que hace: Manolo me riñe algunas veces, pero nadie mejor que una conoce hasta dónde puede alcanzar. Y como no tengo demasiada paciencia para luchar me abandono, convencida de que poco se pierde.

En 1865, en el artículo «Las literatas. Carta a Eduarda», le dice a su joven colega:Irritada contra los necios y las musas, abrí mi papelera y rompí cuanto allí tenía escrito, con lo cual, a decir verdad, nada se ha perdido. Hay, pues, en Rosalía una tendencia a destruir su propia obra, que culminó en la petición a sus hijas, poco antes de morir, de quemar sus manuscritos; petición que estas cumplieron en ausencia del padre y en contra de lo que hubiera sido el deseo de Murguía, quien, según la tradición, les dijo al enterarse: Habéis quemado su gloria y vuestra fortuna.

Murguía tendía a presentarla como una mártir: en el Prólogo a la segunda edición de En las orillas del Sar dice de ella: Jamás ojos algunos derramaron en sus días de aflicción lágrimas más amargas que las suyas, ni otro corazón como el suyo soportó en la Tierra más duros golpes.

Con todo ello se configura la imagen de una mujer toda dulzura y paciencia, que está muy lejos de la realidad. Rosalía tenía un carácter fuerte, y su bondad y generosidad no impedían que reaccionara con energía cuando se sentía atacada o lo eran aquellos a quienes ella estimaba. El propio Murguía viene a confirmarlo en el Prólogo ya citado: Quien hablase a Rosalía, vería que era la mujer más benévola y sencilla, porque en su trato todo era bondad, piedad, casi, para los defectos ajenos. Mas cuando la herían, ya como enemiga, ya como acosada por el infortunio, era tal su dignidad, que pronto hacía sentir al que había inferido la herida todo el peso de su enojo.

Por otra parte, en sus versos, Rosalía nos dejó constancia de sentimientos que no encajan en la imagen idílica de la «mater galaica»: odio, rencor... Sobre todo al final de su vida, es frecuente que aparez¬can mezclados sentimientos contradictorios de amor y odio. Así, ante el paisaje de las orillas del Sar, afirma en el primer poema del libro:Dudo si el rencor adusto vive unido al amor en mi pecho. Y, de vuelta a Galicia, exclama ante esas tierras, tantas veces anheladas en el pasado: Ódiote, campo fresco cos teus verdes valados, cos teus altos loureiros i os teus camiños brancos.

Este sentimiento procede muchas veces de su desesperanzada visión de la existencia, de su amargura. Pero, otras veces, el resentimiento y el odio deben de proceder de antiguas heridas mal cicatrizadas; quizá del tiempo en que la niña Rosalía sentía la burla hacia ella y su madre. En La flor, su primer libro de poemas, escribió: La risa y el sarcasmo por doquiera que fuera yo mi corazón palpaba.

La imagen real de Rosalía es quizá menos perfecta, menos modélica que la del mito, pero es mucho más humana, cercana, entrañable.

Rosalía murió de un cáncer de útero en su casa de Padrón, a los cuarenta y ocho años, el 15 de julio de 1885. Con frecuencia manifestó en su obra el deseo de un reposo definitivo, que identificaba con la muerte. A veces, este deseo se convierte en tentación de suicidio, sobre todo cuando se encontraba ante las aguas profundas del mar.Poco tiene poco que ver con el tópico romántico del suicido. Rosalía le añade incluso cierto humor negro. Esa visión de la muerte como un mar que te acoge en su seno debía de estar profundamente arraigada en el espíritu de Rosalía, porque volvemos a encontrarla en los últimos instantes de su vida. Ya agonizando, le dijo a su hija mayor: Abre esa ventana que quiero ver el mar. Desde Padrón no se ve el mar, pero Rosalía debió de presentir la presencia cercana de ese mar de la muerte en el que al fin iba a reposar.

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Obra

rosalía feminista

Rosalía es una rareza en el panorama de la literatura femenina del siglo XIX en España. Ensanchó más que ninguna escritora de su generación los estrechos límites en los que se movía la literatura escrita por mujeres, y en este sentido su aportación solo es comparable a la de Emilia Pardo Bazán, que pertenece a una generación posterior. Los temas de sus poemas e incluso su estilo no encajaban en lo que se consideraba en la época literatura femenina. En el primer poema de Follas novas, ella misma pone de relieve, con cierta ironía, pero quizá también con cierto malestar, su rareza.

El Romanticismo abrió la puerta de la Literatura a las mujeres de clase media. Antes, las escritoras eran pocas y pertenecían a la nobleza, como doña María de Zayas, o eran monjas, como Sor Juana Inés de la Cruz. Solo a partir de 1840 aparecen con frecuencia poemas firmados por mujeres en publicaciones periódicas. Pero la puerta que se abrió era estrecha y daba a acceso a un mundo muy limitado, e, incluso a veces, falso. La sociedad del siglo XIX confinaba a las escritoras a determinados géneros temas y estilos. Nicolás Bölh de Faber, hombre erudito y amante de la literatura, padre de Fernán Caballero, le manifestó por carta a su esposa, Paquita Larrea, admiradora de las feministas inglesas: La esfera intelectual no se ha hecho para las mujeres. Dios ha querido que el amor y el sentimiento sean su elemento. [...] No he encontrado todavía una mujer a quien la más pequeña superioridad intelectual no produzca alguna deficiencia moral.

Las limitaciones de esa incipiente literatura femenina afectaba a los géneros, a los temas e incluso a los sentimientos. La novela y el teatro parecían impropios para la mujer porque implicaban una experiencia de las pasiones de la vida que ellas no debían conocer. Gustave Deville llegó a afirmar que se trataba de una incapacidad orgánica. Y, aunque se admitía a las poetas, había temas y sentimientos que les estaban vedados. Por ejemplo, el deseo erótico y la pasión eran patrimonio de los poetas varones y se consideraba inmoral que aparecieran en los versos de una mujer.Todo esto dio origen a una falsa literatura femenina, moralizante y ñoña con gran frecuencia, donde abundaban los cantos de pájaros y las flores, que representaban la inocencia y la humildad que debía adornar a toda mujer respetable. Se apoyaban unas a otras y se animaban mutuamente. Se produce así un movimiento de solidaridad femenina y feminista que facilitó el camino de incorporación de la mujer a la vida literaria. Rosalía se quedó al margen de ese movimiento de solidaridad. Quizá porque estaba casada con un hombre que era muy contrario a la participación de la mujer en la vida pública, o quizá porque no le gustaba la poesía de sus contemporáneas. Se siente ajena a ese mundo de falsa feminidad que reflejaba gran parte de la literatura femenina. Quiere cantar sentimientos y problemas más hondos, comunes a hombres y mujeres: la soledad, la muerte, la injusticia, el sentido de la vida...

Su feminismo se manifiesta como una exigencia de la libertad de expresión, del derecho a poder expresar libremente sus pensamientos y sentimientos.

En 1866 Rosalía publica: «Las literatas», que lleva el subtítulo de «Carta a Eduarda». Mediante el procedimiento del manuscrito encontrado, advierte a una joven, que pretende dedicarse a la literatura, de las dificultades que va a encontrar y de los riesgos a los que se expone, entre ellos el de quedarse soltera:Los hombres miran a las literatas peor que mirarían al diablo, y este es un nuevo escollo que debes temer, tú que no tienes dote. Fueron muchas las escritoras que nos dejaron testimonios de la hostilidad hacia ellas por parte de la sociedad. Actitud que compartían hombres y mujeres, pero el texto de Rosalía es más iluminador para comprender la situación porque nos presenta un cuadro de la vida cotidiana, de pequeños y grandes obstáculos que convierten la vida diaria de una escritora en un suplicio. Y además dice algo que todavía es de absoluta actualidad: intentar conciliar la vida familiar de una mujer casada o una madre de familia con la labor literaria es un continuo tormento.

La conclusión es claramente pesimista: Una poetisa o escritora no puede vivir humanamente en paz sobre la tierra, puesto que, además de las agitaciones de su espíritu, tiene las que levantan en torno a ella cuantos la rodean.

Es en Follas novas y En las orillas del Sar donde Rosalía hace su mayor aportación al feminismo del siglo XIX, tratando temas y manifestando sentimientos que rompen los límites de la poesía femenina de su época. Abre de este modo un nuevo camino a las mujeres escritoras.

Poesía social

Rosalía escribe dos libros de poesía de claro contenido social: Cantares gallegos y Follas novas. Cantares gallegos es un canto de alabanza a Galicia y de reivindicación de sus valores. Ya en el prólogo deja clara su intención, que es dar a conocer las costumbres gallegas de las que dice que conservan cierta frescura patriarcal y primitiva, y, sobre todo, demostrar que la lengua gallega, a la que ella llama dialecto, no es esa lengua torpe que imitan con risa de mofa en otras provincias, sino que es tan apropiado como el primero para toda clase de versificación. Su intención, pues, podemos calificarla de «social»: se trata de dar a conocer su país, de deshacer errores y de hacer patentes las injusticias que sufría Galicia. En el libro hay notas que no volverán a repetirse: optimismo, picardía, desenfado... vemos mocitas que quieren disfrutar del amor, aunque al cura le parezca pecado; otras que le piden a San Antonio un hombre para un remedio; reuniones en el molino, romerías, fiestas... Y hay también denuncias de injusticias sociales.

Encontramos en Cantares gallegos una postura de ataque al centralismo representado por Castilla. En el poema «Castellanos de Castilla», Rosalía da voz a una mujer que acusa a los castellanos de tratar como esclavos a los jornaleros gallegos que iban a Castilla para la siega del trigo. El poema glosa un cantar popular sobre ese tema. Sus palabras rezuman dolor y resentimiento.En 1880 publica Follas novas. El libro, dividido en cinco partes, consta, en realidad, de dos grandes apartados: poemas subjetivos que expresan su mundo interior y poemas de carácter social que reflejan los problemas del entorno.Su solidariedad con los marginados de toda clase, con aquellos a los que llama desheredados de la fortuna, no procede de una postura filosófica como la de ilustrados del siglo XVIII, ni de una actitud política revolucionaria, como fue la de los románticos liberales, ni, en mi opinión, tampoco depende de sus creencias religiosas. En Rosalía la poesía social nace de un espontáneo impulso de simpatía hacia los oprimidos, los pobres, los maltratados; de una identificación cordial con los desgraciados.

En «A xusticia pola man», puesto en boca de una mujer -igual que «Castellanos de Castilla»- no hay resignación sino rebeldía y reivindicación. Las acusaciones de esta mujer contra aqués que tén fama de honrados na vila, son aplicables a muchos casos. Puede tratarse de una violación -roubáronme tanta brancura que eu tiña-, de un ataque a sus propiedades o de una usurpación injusta -nin pedra deixaron en donde eu vivira-. En todo caso, lo que se denuncia es la violencia que ejerce alguien poderoso contra un ser indefenso, que pide ayuda y que no la recibe ni de la justicia humana ni de la divina -Tan alto que estaba, bon Dios non me oíra-. La mujer no se resigna sino que planea y realiza su venganza: mientras ellos duermen, los mata con un golpe de hoz. Creo que es significativo que el arma del delito sea también un instrumento de trabajo. La hoz identifica a la mujer como campesina y se convierte en un símbolo de su rebelión.

Su toma de de conciencia respecto a los problemas sociales fue progresiva. Se ocupa primero de los que, por su propia historia personal, siente más cercanos: los niños huérfanos y las mujeres abandonadas. Son temas que trata en su primera novela La hija del mar, en la que pide justicia y compasión para la mujer débil, pobre, ignorante y para los niños expósitos. En Follas novas vuelven a aparecer esos temas pero el tono es diferente. Rosalía ya no suplica ni pide compasión sino que ataca con dureza a una sociedad injusta e hipócrita.

No podemos olvidar que el poema está puesto en boca de un personaje. Rosalía se hace eco de un gesto ajeno, pero, tal como lo cuenta, viene a ser una apología de la violencia revolucionaria en su forma más radical: no es un crimen sino un acto de justicia. La mujer, tras dar muerte a quienes la han ofendido, está tranquila, no se siente culpable sino ejecutora de un acto justo. En el poema, el castigo que va a sufrir por lo que ha hecho se muestra como una nueva injusticia.Un aspecto fundamental en Follas novas es el tema de la emigración.En ese gran fresco de la emigración hay numerosos retratos de diferentes tipos humanos. Vemos al emigrante que anima a sus compañeros, diciéndoles que el mundo entero les pertenece y que la ignorancia consume al que no ve nada más que su propio país («Ánimo, compañeiros»), y también vemos al que, una vez instalado, no quiere regresar a su tierra y olvida sus obligaciones hacia quienes lo esperan («¿Que lle digo?»).

Nombre del autor/a

Pero el foco de atención de Rosalía se centra en las viudas de los vivos y las viudas de los muertos, que dan título al libro V de Follas novas. Son las mujeres de los emigrantes, que se quedaban en Galicia y se encargaban del cuidado de los hijos y los ancianos y también de los trabajos del hogar y de las faenas de la labranza. Para ellas Rosalía tiene las palabras más entrañables. Destaca su fortaleza de espíritu y su capacidad para realizar las labores más duras del campo sin perder por ello la ternura y la delicadeza. Todo lo hacen sin ayuda: tejen, siembran, recogen leña en el bosque y, solas, cargan sobre sus espaldas el haz que calentará su hogar.

Esa mujer no se queja ni de la pobreza ni de la dureza de los trabajos, sino de la falta de amor, de su soledad. Su amor hacia el hombre ausente se le desborda en expresivos diminutivos: o meu homiño perdeuse, y en la petición a la tórtola para que cese en sus arrullos, que le dan ganas de morir. Y acaba, de modo similar a las cantigas de amigo galaico-portuguesas, haciendo confidente de su pena a las golondrinas que cruzan el océano.A veces, evocando el dolor de estas mujeres, la voz de Rosalía adquiere una concisión dramática, una estremecedora emoción. Así, cuando refleja la amargura de la mujer abandonada, en solo cuatro versos, que resumen una vida frustrada, la pérdida total de la esperanza de una mujer que deja morir lo último que conserva del hombre ausente: unos rosales y unas palomas.En Follas novas no hay mujeres felices. Encontramos mujeres que sufren por la ausencia del hombre amado, alguna que renuncia a vivir un nuevo amor («Olvidémo-los mortos»); otras buscan el descanso en la muerte («As Torres de Oeste») otras deciden emigrar para morir lejos de su tierra junto al hombre que aman («Ca pena ó lombo»). Hay mujeres burladas, abandonadas y desesperadas. Las alegres y pícaras jovencitas que veíamos en Cantares gallegos han desaparecido. Quizá Rosalía nos diría que eso no es cierto, que aquellas jovencitas sí están en Follas novas... con más años, y con los desengaños. inevitables

Rosalía dio voz a un pueblo que había olvidado durante varios siglos su lengua culta. Ella habló en sus versos de problemas universales, y lo hizo en gallego. Con ella Galicia encontró una voz que la representa y que siente suya. Es lógico que hoy sea para Galicia más que una escritora porque, como sucede con Cervantes para Castilla, Rosalía encarna el espíritu de todo un pueblo. Esta identificación con Galicia no agota el significado de su poesía social porque no se limitó a denunciar problemas concretos de una sociedad. Los males que refleja en su obra son eternos y universales, y así supo plasmarlos. Por eso, mientras existan injusticias en el mundo, mientras haya hambre y opresión, mientras haya un niño que tiemble de hambre y de frío, mientras una mujer siga esperando al hombre que no puede o que no quiere volver, los poemas de Rosalía seguirán vigentes.

poesía existencial

Además de la poesía de tema social encontramos en Follas novas poemas puramente líricos, que serán los más abundantes en su último libro, En las orillas del Sar, publicado un año antes de su muerte. En esos poemas, Rosalía nos transmite una visión del mundo que más de una vez he calificado de desoladora: la vida humana es una serie de dolores y desengaños, y no hay una creencia transcendente que le dé sentido. A veces, esta visión se ha interpretado como propia del Romanticismo, el llamado mal du siècle o spleen, pero en Rosalía adquiere acentos menos literarios y más vinculados a circunstancias de su propia vida; suena más auténtico que en la mayoría de los escritores españoles de su época, con la excepción de Bécquer.

Hay una idea central en su poesía: la vida es dolor, a la cual se vinculan muchas otras.

La identidad de vida y dolor es muy clara en poemas, como «Mais ve que o meu corazón», o «Teño un mal que non ten cura», donde, con cierto humor, desafía a los médicos a que intenten curarla.En este sentido, Rosalía es una adelantada a su tiempo porque desarrolla poéticamente una concepción del mundo propia del existencialismo del siglo XX.

los tristes

Vinculada la identidad vida-dolor, se desarrolla otra idea muy característica de Rosalía: hay seres predestinados al dolor, a quienes les está negada toda felicidad; son «los tristes», entre los cuales ella se incluye. Esa figura del triste aparece ya en La flor y en Cantares gallegos, pero se desarrolla a partir de Follas novas. Creo que hay que entenderla en el sentido de que «el triste» lleva consigo el dolor porque es consciente de la falta de sentido de la existencia. Y esa consciencia ensombrece e impide la felicidad.En su último libro, le da forma definitiva en el largo poema «Los tristes», dividido en siete partes, en las que va desarrollando la idea de la condena al dolor: Vosotros, que gozasteis y sufristeis, ¿qué comprendéis de sus eternas lágrimas? [...] De la esperanza, ¿en dónde crece la flor ansiada? Para él, en dondequiera al retoñar se agota. [...] Para el desheredado, solo hay bajo del cielo esa quietud sombría que infunde la tristeza.

el amor

También encontramos en Rosalía ejemplos de una concepción del amor, de origen romántico, que lo considera una construcción del propio individuo; es decir, que no se basa en los méritos de la persona amada sino en lo que el amante imagina y proyecta sobre ella. Es la teoría que Stendhal desarrolló en su libro De L'Amour, donde explica el proceso de enamoramiento al que llamó «cristalización». Si arrojamos una ramita seca -dice- en una de las minas de sal de Salzburgo, al recogerla al día siguiente aparece transfigurada en una joya, porque los cristales de sal, al depositarse sobre ella, brillan como diamantes. Según Stendhal, el ser amado es la rama seca, y son nuestros sentimientos -nuestros sueños, nuestra imaginación, nuestra necesidad de amar- lo que la convierte en una joya. Cuando esos sentimientos desaparecen, la rama vuelve a ser lo que era.

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El amor podría ofrecer algún consuelo en esa vida dolorosa, pero Rosalía no lo ve así15. Distingue muy claramente dos tipos de amor: el puro y el amor pasión. El primero es un sentimiento muy parecido a la amistad, tranquilo, «suave». El amor pasión quema, turba la conciencia, priva de la razón y es «venenoso», como podemos ver en los poemas «Bos amores» y «Amores cativos». El amor pasión es denigrado en numerosos poemas en los que presenta a la mujer como una víctima arrastrada a la deshonra: «Nin as escuras», «Valor!, que anque eres como branda cera»... Rosalía recomienda buscar el buen amor, que es el único que no hace daño y que «dura», pero también ese amor acaba siendo una más de las ilusiones que el tiempo destruye

¿Conocía Rosalía la teoría stendhaliana? De L'Amour se publicó por primera vez con poco éxito en 1822 y no se reeditó hasta 1856. A partir de esa fecha, hubo numerosas reediciones y traducciones. Bécquer, expone una teoría muy parecida en el artículo «Los maniquíes», publicado en El Contemporáneo el 15 de febrero de 1862. Es posible que directamente o a través de Bécquer esa teoría llegase a Rosalía

El más allá. Las sombras.

En la obra de Rosalía se pueden constatar dos corrientes distintas de espiritualidad, una es la del cristianismo, y la otra tiene un origen precristiano. Esta última pervive en Galicia en creencias populares, como la de la Santa Compaña, y su principal dogma es el de la pervivencia tras la muerte y la posibilidad de que los espíritus de los muertos vuelvan de un modo u otro al mundo de los vivos. Son las «sombras» que vemos aparecer una y otra vez en la obra de Rosalía. No hay que confundirlas con la negra sombra de su famoso poema que, con carácter simbólico, está aludiendo a una realidad abstracta. Cuando Rosalía dice mis sombras se está refiriendo a una realidad concreta: son seres que ya han dejado de existir. Habitan más allá del mundo de los vivos, al margen de un cielo o de un infierno cristianos; se mueven en unas «esferas» ultraterrenas desde donde intervienen en la existencia de los vivos. Con estos seres es posible establecer comunicación.

Tras cierto tiempo, la persona muerta se desprende de los restos terrenales que asustan a los vivos y se convierte en una «sombra», que comienza a acompañar a los seres queridos y a participar en sus vidas.

Las sombras tienen sentimientos, igual que los vivos, sienten nostalgia de su hogar y vuelven a los lugares aban¬donados por los emigrantesY también son celosas y vigilan los pasos de la viuda que pretende tener un nuevo amor. Rosalía llama «mis sombras» a los espíritus de sus seres queridos, con los que sigue teniendo relación, y así lo cuenta, con toda naturalidad en su último libro, En las orillas del Sar:No lejos, en soto profundo de robles, en donde el silencio sus alas extiende, y da abrigo a los genios propicios, a nuestras viviendas y asilos campestres, siempre allí, cuando evoco mis sombras, o las llamo, respóndenme y vienen.

Uno de los rasgos más originales de la poesía de Rosalía es el ritmo, la musicalidad extraña de muchos de sus poemas, cualidad que en su época fue poco estimada e incluso considerada un defecto. Se trata de un ritmo entrecortado, abrupto; acorde con las vivencias expresadas. La propia Rosalía era consciente de este rasgo.

El ritmo

Utilizaba combinaciones de versos y de estrofas poco habituales, que se desarrollaron más tarde en el Modernismo. Alguno críticos consideraron que se trataba de defectos, de errores, pero, dada la afición a la música de Rosalía, lo lógico es pensar que se trata de un procedimiento utilizado con plena conciencia.

El símbolo

La figura que utilizó con mayor maestría y con la que transmitió sus vivencias más complejas es el símbolo. A veces se construyen a partir de un elemento simple: mariposa (Nada me importa, blanca o negra mariposa), alondra (Viéndome perseguido por la alondra). Otras veces el símbolo está formado por elementos múltiples que constituyen una escena o paisaje simbólico (Cenicientas las aguas, los desnudos; Ya no mana la fuente, se agotó el manantial). El símbolo de la «negra sombra» es justamente famoso y ha dado lugar a múltiples interpretaciones a lo largo de los años por parte de los más conocidos estudiosos de su obra.

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