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capderflorida2021
Created on May 24, 2022
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Transcript
Escuela N°118 - Maestra
Escuela N°87 - Exalumna
Escuela N°16 - Exdirector
Escuela N°40 - Exalumno
Escuela N°40 - Exalumno
Escuela N°54 - Alumna
Escuela N°118 - Maestra
Escuela N°74 - Exalumna
Escuela N°98 - Exalumna
Escuela N°59 - "Santiguado"
Escuela N°39 - "La escuela de Silva"
Escuela N°48 - "Sólo los perros"
Escuela N°48 - "Un sobresalto en la noche"
Escuela N°95 - "Las leyendas de Molles de Timote"
Escuela N°60 - "Paso de la Cruz"
Escuela N°110 "El amor por la escuela rural"
Escuela N°60 - Alumnos
Escuela N°56 - Exalumnos
Escuela N°56 - Exalumnos
Escuela N°54 - Madre
Escuela N°74 - Exalumno
Escuela N°95 - Alumnos
Escuela N°110- Alumnos
Inspección Departamental de Florida
SANTIGUADO. Escuela N°59. Clase segundo año. Transcurría el año 1959, con siete años comenzaba a cursar mi segundo año escolar con la maestra Mary. Iba en un petiso por un camino vecinal de tierra, de unos cinco kilómetros, junto con cinco escolares más todos a caballo, año llovedor, tal es así que a mitad del invierno en determinados bajos por los barriales no pudimos pasar más, resultó que a mi petiso se le enterraron las cuatro patas hasta afirmar la panza contra el barro, tuvimos que ir por campos de vecinos abriendo y cerrando porteras. En mi casa prensa escrita no se recibía, televisión no había y desconocía su existencia, solo teníamos una radio que cuando había viento y el molino cargaba la batería, precariamente funcionaba y solo la manejaban mis padres. Venir a la Escuela Granja No 59 era lo máximo, recuerdo ver a Don Carlos (funcionario) con una yegua frisona tordilla trabajando la tierra y produciendo toda clase de verduras, hortalizas y frutas que nos alimentaban en forma muy saludable y abundante. Además, recibíamos en las clases prácticas, el conocimiento en la preparación de almácigos y el cultivo de las variadas verduras. Al ser casi nulo el contacto con el canto y la música, ¡como disfrutaba! cuando la maestra nos enseñaba la marcha Mi Bandera, el Himno Nacional y todavía suena en mis oídos: “Paisajes de Catamarca con mil distintos tonos de verde. Un…………………”. Apreciábamos el arte pictórico a lo largo de la galería contigua a los salones de clase, que pintaba por ese entonces Don Escobar esposo de la Directora maestra Ulma. Otro momento de regocijo era una vez cada 15 días cuando la señorita Mirta venía a darnos clases de manualidades, todavía conservo un cepillo que confeccioné con madera, hilo de cometa, cuero vacuno y crin de caballo. En deporte y recreación practicábamos futbol, algo de atletismo, la troya de trompos, y el juego de la bolita por la bolita. En danzas ensayábamos para los actos de fin cursos, varias de las danzas tradicionales incluido el Pericón Nacional en el cual participaba toda la escuela, debo reconocer que el “Alto la música” y decir la relación me costaba muchísimo, el carnavalito humahuaqueño ataviados con unos ponchitos de arpillera decorados para tal fin, por último Juan Pedro y Nilda ensayaban el Jarabe Tapatío que posteriormente en la fiesta de fin de cursos sería el baile estelar vestidos con traje de charro y china poblana. Por fin llegó la primavera, tuvimos la fiesta a pleno sol y con el viento suficiente para remontar nuestras cometas todas fabricadas en forma manual en mi caso ayudado por mi madre, con varillas hechas con cañas, papel de cometa, hilo de cometa y trapos para la cola. Todas se elevaron sin mayores inconvenientes, cuando ya se había desplegado el primer ovillo comenzaron las cartitas, eran hojas de papel con un agujerito en el medio que se deslizaban hacia el cielo con todas las preguntas e interrogantes propias de esa edad. Con mi compañero Víctor compartíamos la primera fila en un banco vareliano doble con un tintero en el medio que lo usábamos cuando la maestra nos enseñaba a escribir con lapicera a pluma y el imprescindible secante. Un día a la hora del recreo después del almuerzo mi pidió que lo acompañase a santiguarse a lo de Doña Sofía que vivía lindera al predio, debíamos atravesar el campito utilizado para jugar al futbol principalmente por los escolares de las clases mayores, siempre andaba un carnero suelto que apenas nos amagaba a topar nos tirábamos al suelo. Ese primer día no recuerdo cual fue el diagnóstico, tal vez empacho, mal de ojo o algún otro. Los días subsiguientes tuvimos el mismo diagnóstico, el viernes mi compañero ya estaba bastante dolorido y rengueaba. El lunes cuando regresé a clase y durante 20 días estuve sentado solo en aquel banco de primera fila. Resultado Peritonitis, como reza el dicho mi compañero se salvó en el anca de un piojo. Autor: Ario Enrique Alvarez Soria.
SÓLO LOS PERROS…… Aquella era una fría noche de viento y lloviznas. Mi compañera y yo, ambas maestras rurales, realizábamos la planificación diaria. De pronto, unos golpes en la puerta nos paralizan la respiración. __PUM, PUM! Abra ,maestra!! Vengo a decirles algo!! Reconocemos la voz de la vecina y accedemos a abrir. Muy sorprendidas por la hora y el momento, abrimos la puerta, y la vecina al borde del llanto, nos dice que había fallecido su tío allí en la casa, abuelo de nuestros alumnos y vecino de la escuela. Nos consultamos si ir o no, pero había que cumplir, y debía ser en la noche misma, pues el sepelio, era al otro día en horario de clase. Sin luz en la moto decidimos salir a pie, y con una linterna hacia la casa del vecino, que era velado en la misma casa. Al llegar sólo los perros, nos recibieron con ladridos muy lastimeros, como acompañando el duelo. Entramos….todo a la luz de las velas. En el medio de la sala, el ataúd con el difunto. Nos sentamos, y allí quietitas permanecimos como dos largas horas en espera de saludar a alguien, pero nadie entró en la habitación , nadie se percató de nuestra llegada, sólo los perros…. Por allá, tras largo rato, irrumpen en la sala dos chiquillos, corriendo, con sus biberones que usaban más para jugar que para alimentarse. Los chupeteaban un poco, los ponían arriba del difunto, los agarraban, volvían a sacarlos enredados entre las flores, y a tomar de nuevo aquella leche fría. Así por mucho rato repetían sus hazañas sobre el difunto, ante nuestra mirada atónita, y nuestros oídos que se negaban a escuchar , las voces que provenían del fondo: truco, flor, envido!!! Nos miramos, y al unísono nos paramos y salimos sigilosamente sin saludar a la familia. Sólo los perros nos despidieron….. Nancy Viera Escuela N° 48
UN SOBRESALTO EN LA NOCHE…. Hoy es sólo un divertido recuerdo, de una maestra rural, que vive cerca de la Escuela, pero esa noche se apoderó de mí la inquietud, el desasosiego, y la indecisión acerca de cómo actuar ante tal situación. Dormía plácidamente y en mitad de la noche, una llamada telefónica, me sobresalta. Un vecino de la Escuela me avisa: Maestra, están robando la escuela!!!! Salto de la cama. No sé qué hacer primero, si llamar a la policía, si vestirme, si salir para la escuela. La policía estaba a más de 50 km, mientras llegaban, me desvalijaban la escuela. Se me ocurre tomar el rifle y despertar a mi hijo, para que manejara el auto mientras yo disparaba. Éste con ojos grandes y asustado me dice: __Mamá qué pensás hacer? ___Sólo le dispararé a las cubiertas, las desinflamos y nos volvemos. De allí no se podrán mover. Mi hijo asintió, aprobando aquella mi locura. Salimos muy rápido hacia la escuela: yo arma en mano y mi hijo al volante. __ Pará frente al vehículo y yo disparar a las ruedas, las desinflamos y nos volvemos: )era la orden de la noche). Llegando a la portera de la escuela, ya bajando el vidrio para disparar, me enfrento con el secretario de Comisión de Fomento, que estaba bajando una biblioteca que habíamos comprado. Como se le había hecho tarde en Florida, decidió dejar el mueble para no volver al otro día. Cuando lo veo, recuperé los latidos, y me invadió un gran alivio. No sabía si echarme a reír o llorar. Tantos nervios, tanta indecisión, Agradecí al cielo el no haber concluido mi plan. Se salvó el secretario!!! De regreso, miro mi atuendo: pijama, arriba una campera, una pantufla y un zapato. Bien disfrazada salí al encuentro de los ladrones!!! Nancy Viera Escuela N° 48
ANÉCDOTA El amor por la escuela rural y por los animales ha ido en incremento de manera directamente proporcional. A lo largo de mi carrera magisterial han quedado grabada en mi retina varias imágenes y vivencias que hoy afloran con mucha nostalgia. Recuerdo hace muchos años, rumbo a mi primera escuela rural que fue Chilcas y Chingolas ver cruzando la ruta 6 una mamá perdiz y detrás de ella, en fila, sus hijitos. Las perdices que se hacen las muertas cuando se sienten amenazadas, que salen volando de entre los pastos con su prrrrrrrrrrrrrr, las de los cuentos, fueron felices y comieron perdices. Por aquellos entonces cuando volvíamos a Florida por la ruta 41 poder observar a un ave tan magestuosa como fiel, los chajás, macho y hembra, siempre cerca de un bajo que juntaba agua, profesaban su amor, su monogamia con su sola presencia. En la escuela, desde la ventana de mi salón de clases podía apreciar a un hornero como alimentaba a su hijo tordo el cual lo repasaba en tamaño y voracidad, sentí compasión por tan noble animalito que pareciera estar destinado a pasar muuucho trabajo, primero para construir el nido que inspiró los ranchos de los mortales y segundo para criar pájaros ajenos, tan intrusos, tan demandantes, tan ellos. En mi querida 50 de Paraje 31 de marzo fui con mis alumnos a regresar al agua a un pato silvestre que habían encontrado en un campo, -cuidado, me dijeron Fernando y Joaquín, -ese alambre es eléctrico, pero yo pensé que era una broma y por eso lo agarré “de lleno”, allí fue donde mi cuerpo descubrió que no era un chiste ni mucho menos, por lo que les dije -”Tomen el pato y déjenlo ustedes”. En aquel entonces percnotaba unos días en la semana en dicha escuela, en esas noches podía ver el brillo de los ojos de los zorros que se adueñaban del campo. Una calandria todos los años a finales de noviembre elegía un pino muy bajo ubicado en el frente de la institución para construir su nido y criar sus cuatro pichones y alguno ajeno. Al comenzar la primavera los teros abrían sus alas, emitían su clásico “teru teru”, mostraban sus púas al que osaba acercarse a los nidos que se encontraban en el suelo. Y vaya si habré comido huevos de tero, que alguna madre me guiaba y llevaba hasta ellos con algún otro pretexto para que yo “encontrara” un festín y alegrara una o varias tardes, excepto cuando éstos se encontraban todos con las puntas hacia el centro del nido lo cual era signo de estar “cluecos” o sea con pichones adentro por lo cual no se debían tocar. Al cruzar el puente del arroyo Mendoza se abrían paso las gallinetas, “las picudas” como les decía yo, con sus picos anaranjado brillante y sus patas largas que lucían a modo de botas para chapotear sin mojarse las plumas. En mi paso por San Gabriel una y otra familia de cardenales copete colorado eran como niños en el patio escolar antes y después del recreo, nunca me habían regalado tan de cerca sus peinados con tonos que oscilaban del borra de vino en los pichones al rojo intenso en los adultos, allí las fotos nunca pudieron captar como lo hacía la retina esos momentos tan especiales. Ahora en la 110 de Colonia 33 Orientales me siento privilegiada cuando con Silvana vamos en moto transitando por la ruta 6 y las bandadas de ñandúes disfrutan del verde de las praderas, en estos meses hemos presenciado la crianza de los charabones que día a día seguros bajo la mirada de papá y mamá crecen a un ritmo vertiginoso. A veces se camuflan con las piedras pero la mirada sigilosa de Silvana los descubre para que sintamos con mi compañera que la magia de la escuela rural no se termina cuando los niños se van sino que sigue latiendo en el milagro de la vida animal autóctona. Si, porque la alquimia no termina nunca ya que cuando la familia de mi alumno Matías nos esperaba a las maestras para que acariciáramos a la burra que todos los días veíamos a lo lejos, la alegría de ellos y la nuestra se amalgamó junto a la serenidad del animal para que conectáramos sentires y afirmó los vínculos entre los presentes, porque la escuela rural como dije antes no se termina cuando los niños regresan a sus hogares sino que el tiempo, el lugar, las personas, los sentimientos generan una sinergia incomparable. El amor por la escuela rural y por los animales hacen que trabajar no sea un trabajo y que la contemplación, admiración y el respeto a la biodiversidad formen parte de honrar la vida y la profesión.