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VICHAMA
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Created on March 14, 2022
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Transcript
El mito de Vichama
El mito de Vichama
Pachacamac, para que nadie se quejase de que no había alimentos y se volviese a pedir ayuda al Sol, sembró los dientes del difunto y nació el maíz; sembró las costillas y los huesos y nacieron las yucas. De la carne nacieron los pepinos, pacaes, y demás frutos de árboles. Desde entonces no hubo hambre ni necesidad alguna. Al dios Pachacamac se le debió la fertilidad de la tierra, el sustento y los dulces frutos.
Entonces el Sol bajó risueño. La saludó amable. Condolido de sus lágrimas oyó sus quejas. Le dijo palabras amorosas. Le pidió que depusiera el miedo y esperase días mejores. Le mandó que continuase sacando raíces. Cuando estaba ocupada en esto, le infundió sus rayos y ella concibió un hijo que al poco tiempo nació
Un día ella salió a buscar raíces entre las espinas para poderse sustentar, alzó los ojos al Sol y, entre quejas y lágrimas, le dijo así. - Amado creador de todas las cosas, ¿para qué me sacaste a la luz del mundo? ¿para matarme de hambre? ¿Por qué si nos criaste nos consumes? Y si tú repartes la vida y la luz en toda la extensión ¿por qué me niegas el sustento? ¿por qué no te compadeces de los afligidos y de los desdichados? Permite, oh padre, que el cielo me mate de una vez con su rayo o la tierra me trague.
En el principio Pachacamac crió un hombre y una mujer. Todo era eriazo, la lumbre del sol secaba los campos y parecía que la vida se extinguía. Murió el hombre y quedó sola la mujer.
Sin embargo, a la madre no la aplacó ni consoló la abundancia. Cada fruta era un testigo de su agravio y, cada día, le recordaba a su hijo. Clamó, pues al Sol y pidió castigo a remedio a sus desdichas. Bajó el Sol, conmovido, hacia la mujer y le preguntó dónde estaba la vid que había surgido del ombligo del hijo difundo. Al mostrársele, le dio la vida, crió otro hijo y se lo entregó diciéndole que lo envolviera. Le dijo que su nombre era Vichama.
Mientras tanto, el dios Pachacamac mató a la madre que ya era vieja. La dividió en pequeños trozos e hizos comer a los gallinazos y a los cóndores. Solo guardo los huesos y cabellos escondidos en las orillas del mar. Entonces crió hombres y mujeres para que poseyeran el mundo. Nombró curacas y caciques que los gobernaban y así empezó el orden y la organización.
Viendo Vichama el mundo sin hombre, sin que nadie adorase al Sol rogó a su padre que criase nuevos hombres. El sol le envió tres huevos: uno de oro, otro de plata y un tercero de cobre.
El dios Pachacamac, indignado de la intervención del Sol y sobre todo que no se le diera la adoración que se le debía a él, miro con odio al recién nacido. Sin atender a las clemencias y gritos desesperados de la madre, que pedía socorro al Sol, lo mató despedazándolo en menudeas partes.
De plata salieron sus mujeres.
Así, todas las criaturas que formó Pachacamac se convirtieron en cerros, rocas y moldes inmensos; todo quedó desolado y no se pudo deshacer el castigo. Curacas, caciques, nobles y valerosos fueron arrastrados a la costa y playas del mar y quedaron convertidos en huacas, en peñones, arrecifes, ripios e isletas e islas, que hasta hoy se observa en las playas de Pachacamac.
El niño creció hermosísimo, bello y gallardo mancebo. A imitación de su padre quiso dar vueltas por el mundo y ver lo creado en él.
Vichama se dispuso entonces a aniquilar a Pachacamac. Solo la venganza podría aplacar su furor. Lo supo el dios, huyó y se metió en el mar, en el valle que lleva su nombre, donde ahora está su templo. Bramando, Vichama encendía los aires y centellando recorría los campos. Se volvió contra los de Végueta culpándoles de cómplices. Pidió al Sol, su padre, los convirtiese en piedras.
Del huevo de oro salieron los curacas, los caciques y los nobles.
Después de un tiempo volvió el semidios Vichama a su tierra, Végueta, valle abundante en árboles y flores que está a una legua de Huaura, deseoso de ver a su madre pero no lo halló. Supo del cruel castigo. Su corazón arrojaba llamas de odio y fuego de furor sus ojos. Preguntó por los huesos de su madre y al saber donde estaban los recogió. Los fue ordenando como solían estar en vida y la resucitó.
Del huevo de cobre salió la gente plebeya, los mitayos, sus mujeres y familia. Se poblaron así nuevamente los valles de la costa. Desde entonces los habitantes adoran los cerros y huacas, en homenajes a sus antepasados, a su origen.
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