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LECTURA:EL ABEJERO DE LAS BARBAS DE ORO
mardelgado
Created on December 10, 2021
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Transcript
El abejero de barba de oro
Cuento ecuatoriano
Hace mucho tiempo atrás, en una de las comarcas de la serranía ecuatoriana, cuando las familias estaban integradas por muchos hijos y más parientes cercanos y se dedicaban a la agricultura y al cuidado de pocos animales domésticos.
Cuando las casas estaban asentadas a varios kilómetros, y cuando tenían que comunicarse en casos de emergencia, se subían a los cerros para gritar o tocar el cacho. Las parcelas eran lo suficientemente amplias y la producción muy bien avanzaba para la supervivencia de todos y de todas.
El ambiente estaba aromatizado por la presencia de infinidad de flores en épocas de verano. Los pájaros eran abundantes y el trinar era una verdadera sinfonía durante las tardes y las madrugadas.
La población masculina de este vecindario a mas de dedicarse a la agricultura, practicaba ciertos oficios: había un carpintero que se ocupaba de la construcción de las casas especialmente en los veranos, un herrero dedicado a la producción de herrajes para los caballos y mulos, un peluquero que además hacía de sombrerero,
un sastre, un remendón de zapatos y un tejedor de ponchos, chalinas y cobijas con hilos de lana de borrego, este personaje era de tez muy blanca, pelo castaño y las barbas muy abundantes y de color oro.
La casita en donde vivía “el barbas de oro”, era de madera, con cubierta de cadi, tenía un amplio corredor en donde estaba instalado su telar para el servicio a la vecindad.
Tenía la costumbre de servirse una porción de maíz tostado en tiesto de barro que lo preparaba su esposa; con un tostado hecho de panela, de repente recibió la vista de una abejita que atraída por el olor fragante de aquella golosina volaba y volaba con su característico zumbido.
A los pocos días, mientras buscaba unos cajones viejos, de aquellos que servían para embalar jabones se encontró con la agradable sorpresa de que precisamente en el mejor cajón se había albergado una colonia de abejas reales, muy rubias y que entraban y salían sin cesar durante el día, en sus patas traseras llevaban unas bolitas de colores que el tejedor no podía dar explicación alguna.
Al paso de algunas semanas, el olor a la miel era tan fuerte que la gente podía percibir al paso por el camino. Como el tejedor no sabía leer ni escribir le pidió a su nieto que estaba en la escuela que le leyera una de las revistas que tenía guardada en su baúl, en la cual había algunas fotografías de abejas.
Pero el niño tenía dificultades para deletrear, esto provocó una fuerte decepción al abuelo que estaba ansioso de información. En estas circunstancias, el tejedor se orientó por las fotografías y tratando de interpretar con la lógica, entendió que el humo era bueno para ahuyentar a las abejas y así evitar la picada.
Una mañana soleada, se lanzó a la aventura, para lo cual, en una teja de barro puso un poco de fuego para hacer humo, se cubrió el rostro y la cabeza con una tela blanca y sigilosamente se acercó al cajón en donde trabajaban presurosas las abejitas.
Dirigió al humo hacia la colmena soplando insistentemente y así pudo ver como las abejitas habían construido unos panales de cera en donde estaba la miel,
unos gusanitos blancos, y unos panales tapados con cera oscura, eran las crías de las abejas. No resistió la tentación de la miel y con la ayuda de un cuchillo de cocina cortó unos trozos de panal que lo disfrutó con su esposa y su nieto querido.