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Don Quijote, segunda parteCapítulos 44 & 45
XLIV
44
h, querido lector!
En esta segunda parte no encontrarás historias o episodios separados de las aventuras, como sí ocurrió en la primera parte de la novelita "El curioso impertinente" y la historia del capitán cautivo...
Y a propósito de esto, yo te pregunto: ¿Se leyeron estas historias con demasiada prisa o con enfado, por querer estar más atentos a lo que le pasaba a don Quijote? En fin, te pido que aprecies mi trabajo en este capítulo no por lo que escribo, sino por lo que he dejado de escribir. Continuemos nuestra historia:
Los duques siguieron con sus burlas y enviaron a Sancho al lugar que él creía ser la "ínsula" prometida tantas veces por don Quijote. Sancho salió de casa de los duques acompañado de mucha gente; iba vestido como los estudiosos de las leyes, con gorro y abrigo de pelo de cabra leonado.
Detrás de él, por orden del duque, iba el rucio con jaeces y flamantes ornamentos de seda. Al despedirse de los duques, con lágrimas en los ojos, les besó las manos y recibió con pucheritos la bendición de su afligido señor.
Deja, amable lector, ir en paz a Sancho; espera dos sacos de risa cuando sepas cómo se portó en su cargo, y atiende a lo que le pasó a don Quijote aquella noche. Si no te ríes con ello, por lo menos desplegarás los labios con mueca de simia, porque los sucesos de don Quijote o se han de celebrar con admiración o con risa.
Don Quijote agradeció los ofrecimientos de la duquesa pero le rogó que le dejaran servirse solo en ausencia de Sancho.
uando Sancho ya había partido, don Quijote 'sintió su soledad', y si tuviera la oportunidad de revocar el gobierno de Sancho, lo haría sin pensarlo dos veces. La duquesa advirtió su melancolía y después de preguntarle por qué se sentía triste, dijo que en la casa de ella había escuderos, dueña y doncellas para reemplazar a Sancho.
Para hacerle sentir mejor, la duquesa comenzó a alabar la grandeza de Dulcinea del Toboso y de don Quijote diciendo:
"Viva mil siglos la gran Dulcinea del Toboso, y sea su nombre estendido por toda la redondez de la tierra, pues mereció ser amada de tan valiente y tan honesto caballero..."
enaron juntos y de nuevo, don Quijote le dio la gracias a la duquesa. Después, se retiró a su aposento solo, sin consentir que nadie entrara con él a servirle, pues temía encontrar ocasiones que le movieran o forzaran a perder el honesto decoro que a su señora Dulcinea guardaba. Para tal propósito, la bondad de Amadís, flor y espejo de los andantes caballeros, siempre guardaba en su imaginación.
A él le hacía mucha falta Sancho. Apagó las velas: hacía calor y no podía dormir. Levantóse del lecho y abrió un poco la ventana de una reja que daba sobre un hermoso jardín, y al abrirla, sintió y oyó que andaba y hablaba gente en el jardín. Se puso a escuchar atentamente...
Debajo de la ventana,Emerencia le estaba suplicando a su amiga, Altisidora, que cantara, porque no había duda de que don Quijote estaba escuchando. "¡Oh, Emerencia!" Respondió Altisidora, "no me pidas que cante porque no querría que mi canto descubriese mi corazón y fuese juzgada como doncella antojadiza y liviana por los que no tienen noticia de las fuerzas poderosas de amor. Pero venga lo que venga que venir. Más vale cara sonrojada que llaga en el corazón."
Y en esto, se oyó tocar un harpa suavísimamente, oyendo lo cual quedó don Quijote pasmado, porque en aquel instante se le vinieron a la memoria las infinitas aventuras semejantes a aquella, de ventanas, rejas y jardines, músicas, requiebros y desvanecimientos que en los sus desvanecidos libros de caballerías había leído. Luego imaginó que alguna doncella de la duquesa se había enamorado de él y que su honestidad le obligaba a ocultar sus sentimientos.
Don Quijote temió caer en la tentación y se propuso no dejarse vencer. Se encomendó de todo corazón a su señora Dulcinea y decidió escuchar la música de Altisidora; para darle a entender que estaba allí, fingió estornudar, y Altisidora y Emerencia se alegraron muchísimo de oírlo, puesto que lo único que querían era que don Quijote les prestara atención. Una vez afinada el harpa, Altisidora dio principio a este romance:
Trocárame yo por ellay diera encima una saya ¡Oh, quién se viera en tus brazos o, si no, junto a tu cama, rescatándote la cabeza y matándole la caspa!Niña soy, pulcela tierna;mi edad de quince no pasa:No soy renca, no soy coja, ni tengo nada de manca;los cabellos, como lirios,que, en pie, por el suelo arrastran, y aunque es mi boca aguileñay la nariz algo chata, ser mis dientes de topaciosmi belleza al cielo ensalzaEstas y otras gracias míasson despojos de tu aljaba; desta casa soy doncella y Altisidora me llaman.
-¡Oh tú, que estás en tu lechoentre sábanas de Holanda,durmiendo a pierna sueltade la noche a la mañana,caballero el más valienteque ha producido la Mancha,más honesto y más benditoque el oro fino de Arabia!Oye a una triste doncellabien crecida y mal lograda, que en la luz de tus dos soles se siente abrasar el alma.Muy bien puede Dulcinea,doncella rolliza y sanapreciarse de que ha rendidoa un tigre y fiera brava.Por eso será famosa, desde Henares a Jarama,desde al Tajo a Manzanares,desde Pisuerga hasta Arlanza.
Así terminó el canto Altisidora, la "malferida" de amores, y don Quijote, lleno de asombro, dijo entre sí: "¡Qué desdichado andante soy: no hay doncella que de mí no se enamore! ¡Qué breve la felicidad de la sin par Dulcinea del Toboso, que no la dejan gozar de la incomparable firmeza mía... Para mí sola Dulcinea es la hermosa, la discreta, la honesta, la gallarda y la bien nacida, y las demás, las feas, las necias, las livianas y las del peor linaje...Que yo tengo de ser de Dulcinea, 'cocido o asado, limpio, bien criado y honesto, ¡a pesar de todas las potestades hechiceras de la tierra."
Y con esto, 'cerró de golpe la ventana, y despechado y pesaroso, como si le hubiera acontecido alguna gran desgracia, acostó en su lecho, donde le dejaremos por ahora, porque nos está llamando el gran Sancho Panza, que quiere dar prinicipio a su famoso gobierno.
XLV
45
h, ojo del cielo, Timbrio, Febo, médico, padre de la poesía, ¡inventor de la música! ¡Tú, que siempre sales y nunca te pones! A ti te digo — ¡Oh, sol! — que me favorezcas y alumbres la oscuridad de mi ingenio para que pueda narrar puntualmente el gobierno del gran Sancho Panza; sin ti, mi pluma se siente débil y confusa.
igo, pues, que los duques eligieron una de sus mejores villas, de mil vecinos, para presentar a Sancho. El mayordomo del duque acompañó al nuevo gobernador al lugar que se llama “la ínsula Barataria ”.
l pueblo de la ínsula recibe alegre a Sancho, con los brazos abiertos. Tocan las campanas, llevan a Sancho Panza a dar gracias a la iglesia y le dan las llaves del pueblo en una ceremonia ridícula.
l traje, las barbas, la gordura y pequeñez del nuevo gobernador tienen admirada tanto a la gente que no sabe de la burla como a la que sí está advertida del engaño. Después de salir de la iglesia el mayordomo del duque lleva a Sancho a la silla del juzgado donde le explica las costumbres locales. El nuevo gobernador tiene que responder a una pregunta que sea dificultosa para demostrar su capacidad para gobernar. Sancho acepta el desafío.
os hombres entran, un labrador y un sastre. El sastre cuenta que el labrador le llevó un pequeño paño y le preguntó si podía hacer una caperuza con él. El sastre le dijo que sí. El labrador le preguntó entonces si podía hacer dos caperuzas con el mismo paño, y el sastre, nuevamente, le dijo que sí.
El número de caperuzas sigue aumentando con cada pregunta, y el sastre sigue añadiendo síes hasta llegar a cinco caperuzas. A petición de Sancho, el sastre muestra las cinco caperuzas del encargo, las cuales son tan pequeñas que solo caben en los dedos de una mano.
El número de caperuzas sigue aumentando con cada pregunta, y el sastre sigue añadiendo síes hasta llegar a cinco caperuzas. A petición de Sancho, el sastre muestra las cinco caperuzas del encargo, las cuales son tan pequeñas que solo caben en los dedos de una mano.
El labrador se niega a pagar, reclamando el paño de vuelta, y el sastre quiere que se le pague por su trabajo. Todos los presentes se ríen del caso. Sancho resuelve:- El sastre no cobrará el trabajo. El labrador perderá su paño. Las caperuzas se llevarán a la gente que está en prisión. Nada más.Esta solución hace reír a los presentes, pero la decisión del gobernador se respeta.
continuación, se presentan ante Sancho dos hombres ancianos: uno de ellos lleva una caña como báculo. El anciano sin báculo explica:- Presté diez escudos a este hombre, pero no quiere devolvérmelos. Lo que es peor, él niega que haya recibido tal dinero. Yo exijo que jure delante de Dios que me ha devuelto el dinero. Si lo hace, le perdonaré la deuda.
continuación, se presentan ante Sancho dos hombres ancianos: uno de ellos lleva una caña como báculo. El anciano sin báculo explica:- Presté diez escudos a este hombre, pero no quiere devolvérmelos. Lo que es peor, él niega que haya recibido tal dinero. Yo exijo que jure delante de Dios que me ha devuelto el dinero. Si lo hace, le perdonaré la deuda.
Es la verdad. Este hombre me había prestado diez escudos, pero yo ya se los he devuelto. - ¿Qué tienes que decir a esto, buen hombre? — Pregunta Sancho al otro anciano - No dudo de la palabra de este hombre porque es un buen cristiano. Tal vez me haya olvidado de cómo y cuándo me devolvió el dinero.
l gobernador pregunta al anciano con báculo si acepta la demanda y este acepta. Justo antes de poner su mano sobre la cruz para pronunciar el juramento, el anciano le da el báculo al demandante para que no le estorbe mientras hace su confesión. Y jura:
espués de estas palabras, el anciano que hizo el juramento toma su báculo, baja la cabeza y se va. Sancho se queda pensativo, manda que le hagan llamar, le pide el báculo y se lo da al otro anciano, diciendo a este último:- Id con Dios, pues habéis sido pagado.- ¿Pagado yo, señor? ¿Esta caña vale diez escudos de oro?- ¡Sí! Y si no es así, yo soy el mayor necio del mundo ¡Romped la caña y lo veréis!
Encuentran con asombro que los diez escudos están escondidos en el interior del báculo: todos quedan admirados con su gobernador, a quien consideran un nuevo Salomón.- Señor gobernador, ¿cómo ha sabido que los diez escudos de oro estaban en el interior del báculo?
- Porque observé que el anciano que hizo el juramento le dio el báculo al otro antes de hacer su confesión, y luego le pidió de vuelta el báculo cuando terminó de jurar, así que este detalle me llevó a pensar que el dinero estaba dentro del báculo. Yo tengo muy buena memoria, y recuerdo que el cura de mi pueblo una vez contó un caso similar. ¿Será que a los que gobiernan, aunque sean necios, Dios les ayuda a tener buen juicio?Los dos ancianos se van, uno pagado y el otro avergonzado. El resto de los presentes queda admirado y el mismo cronista de las palabras y hechos de Sancho no acababa de decidirse si debe retratar al nuevo gobernador como necio o como discreto .
espués de este juicio, entra una mujer que tiene agarrado fuertemente a un hombre con aspecto de ganadero rico. Dicha mujer se dirige gritando a Sancho:- ¡Justicia, señor gobernador! Este mal hombre me ha sorprendido en el campo y se ha aprovechado de mi cuerpo. ¡Me ha robado mi más preciosa joya!
ancho pregunta al hombre si es verdad. El hombre dice:- Señor, yo soy un pobre ganadero. Por la mañana fui a vender mis puercos y al regreso me encontré a esta mujer. Nos acostamos y la pagué. Ella, descontenta, dice ahora que yo la forcé.
ancho pregunta al ganadero:- ¿Cuánto dinero lleváis?- Unos veinte ducados en esta bolsa. - Dadle la bolsa a la señora.El ganadero, con lágrimas en los ojos y temblando, obedece a Sancho.
ancho espera un poco y ordena:- Ahora buen hombre, andad tras la mujer y quitadle la bolsa. El ganadero corre tras ella y trata de quitarle la bolsa, pero no puede porque la mujer se defiende con ferocidad. Ambos vuelven a donde está Sancho, agarrándose y forcejeando mucho más que la primera vez, y la mujer grita:
- ¡Justicia de Dios y del mundo! Qué poca vergüenza tiene este hombre. Mire, señor gobernador, este hombre ha tratado de quitarme la bolsa que está obligado a darme.El gobernador pregunta si el hombre tuvo éxito- ¡Claro que no! ¡Antes la muerte que dejarme quitar esta bolsa! ¡Bonita es la niña! Me defiendo como una leona.
lla tiene razón —agrega el hombre— me rindo: no tengo fuerzas para quitársela.Oyendo estas palabras, Sancho le dice a la esforzada y no forzada mujer: - Hermana mía, si hubiérais defendido vuestro cuerpo con la misma fuerza que habéis defendido vuestra bolsa, ni el mismo Hércules podría con vos. Andad con Dios y abandonad la ínsula o recibiréis doscientos azotes. En cuanto a vos, buen hombre, volved a casa con vuestro dinero. Y no se os vuelva a ocurrir acostaros por ahí con nadie.
a mujer se va cabizbaja y descontenta y el hombre le da torpemente las gracias a Sancho. Todos admiran al nuevo gobernador, cuyos juicios y sentencias son escritos por el cronista para que el duque pueda leerlos. Y aquí dejamos a Sancho porque don Quijote nos pide atención, perturbado por la música de Altisidora.
Pasa el ratón sobre el elemento interactivo para comprender como navegar en la adaptacion
Cómo navegar por la adaptacion
****
Fin
cÓmo navegar
Elige el personaje del cual quieres seguir las aventuras
uando Sancho ya había partido, don Quijote sintió su soledad, y si tuviera la oportunidad de revocar el gobierno de Sancho, lo haría sin pensarlo dos veces. La duquesa advirtió su melancolía y después de preguntarle por qué se sentía triste, dijo que en la casa de ella había escuderos, dueña y doncellas para reemplazar a Sancho. Don Quijote agradeció los ofrecimientos de la duquesa pero le rogó que le dejaran servirse solo en ausencia de Sancho.
Don QuijoteCapitulos 44 & 45
como navegar
XLIV
44
h, querido lector! En esta segunda parte no encontrarás historias o episodios separados de las aventuras como sí ocurrió en la primera parte del novelito "El curioso impertinente" y la historia del "Capitán cautivo".
Y a propósito de esto, yo te pregunto: Se leyeron estas historias con demasiada prisa o con enfado, por querer estar más atentos a lo que le pasaba a don Quijote? En fin, te pido que aprecies mi trabajo en este capítulo no por lo que se escribe, sino por lo que he dejado de escribir. Continuemos nuestra historia:
Los duques siguieron con sus burlas y enviaron a Sancho al lugar que él creía ser la "ínsula" prometida tantas veces por don Quijote. Sancho salió de casa de los duques acompañado de mucha gente; iba vestido como los estudiosos de las leyes, con gorro y abrigo de pelo de cabra leonado. Y detrás dél, por orden del duque, iba el rucio con jaeces y flamantes ornamentos de seda. Al despedirse de los duques, con lágrimas en los ojos, les besó las manos y recibió con pucheritos la bendición de su afligido señor. Deja, amable lector, ir en paz a Sancho;
espera dos sacos de risa cuando sepas cómo se portó en su cargo, y atiende a lo que le pasó a don Quijote aquella noche, porque, si no te ríes con ello, por lo menos desplegarás los labios con mueca de simio. Porque los sucesos de don Quijote o se han de celebrar con admiración o con risa.
uando Sancho ya había partido, don Quijote 'sintió su soledad', y si tuviera la oportunidad de revocar el gobierno de Sancho, lo haría sin pensarlo dos veces. La duqesa advirtió su melancolía y después de preguntarle por qué se sentía triste, dijo que en la casa de ella habían escuderos, dueña y doncellas para reemplazar a Sancho. Don Quijote le respondió que no es que él estuveria triste o que los ofrecimientos de la duquesa no fueran buenos, sino que solo quería arreglarse solo en ausencia de Sancho.
uando Sancho ya había partido, don Quijote 'sintió su soledad', y si tuviera la oportunidad de revocar el gobierno de Sancho, lo haría sin pensarlo dos veces. La duqesa advirtió su melancolía y después de preguntarle por qué se sentía triste, dijo que en la casa de ella habían escuderos, dueña y doncellas para reemplazar a Sancho. Don Quijote le respondió que no es que él estuveria triste o que los ofrecimientos de la duquesa no fueran buenos, sino que solo quería arreglarse solo en ausencia de Sancho.
Para hacerle sentir mejor, la duquesa comenzó a alabar la grandeza de Dulcinea del Toboso y de don Quijote diciendo, "Viva mil siglos la gran Dulcinea del Todoso, y sea su nombre estendido por toda la redondez de la tierra, pues mereció ser amada de tan valiente y tan honesto caballero..."
enaron juntos y de nuevo, don Quijote le dio la gracias a la duquesa. Después, se retiró en su aponsento solo, sin consentir que nadie entrara con él a servirle, pues temía encontrar ocasiones que le movieran o forzaran a perder el honesto decoro que a su señora Dulcinea guardaba. Para tal propósito, la bondad de Amadís, flor y espejo de los andantes caballeros, siempre guardaba en su imaginación.
A él le hacía mucha falta Sancho. Apagó las velas: hacía calor y no podía dormir. Levantóse del lecho y abrió un poco la ventana de una reja que daba sobre un hermoso jardín, y al abrirla, sintió y oyó que andaba y hablaba gente en el jardín. Se puso a escuchar atentamente...
Debajo de al ventana,Emerencia le estaba suplicando a su amiga, Altisidora, que cantara porque no cabía duda de que don Quijote estaba escuchando. "¡Oh, Emerencia!" Respondió la Altisidora, "sino en que no querría que mi canto descubriese mi corazón y fuese juzgado de los que no tienen noticia de las fuerzas poderosas de amor por doncella antojadiza y liviana. Pero venga lo que venga que venir. Más vale cara sonrojada que llaga en el corazón."
Y en esto, se oyó toar un harpa suavísimamente, oyendo lo cual quedó don Quijote pasmado, porque en aquel instante se le vinieron a la memoria las infinitas aventuras semejantes a aquella, de ventanas, rejas y jardines, músicas, requiebros y desvanecimientos que en los sus desvanecidos libros de caballerías había leído. Luego imaginó que alguna doncella de la duquesa se había enamorado de él y que su honestidad le obligaba a ocultar sus sentimientos.
Don Quijote temió caer en la tentación y se propuso no dejarse vencer. Se encomendó de todo corazón a su señora Dulcinea y decidió escuchar la música de Altisidora; para darle a entender que estaba allí, fingió estornudar, y Altisidora y Emerencia se alegraron muchísimo de oírlo, puesto que lo único que querían era que don Quijote le prestara atención. Una vez afinada el harpa, Altisidora dio principio a este romance:
Trocárme yo por ellay diera encima una saya ¡Oh, quién se viera en tus brazos o, si no, junto a tu cama, rescatándote la cabeza y matándole la caspa!Niña soy, pulcela tierna;mi edad de quince no pasa:No soy renca, no soy coja, ni tengo nada de manca;los cabellos, como lirios,que, en pie, por el suelo arrastran, y aunque es mi boca aguileñay la nariz algo chata, ser mis dientes de topaciosmi belleza al cielo ensalzaEstas y otras gracias míasson despojos de tu aljaba; desta casa soy doncella y Altisidora me llaman.
--¡Oh tú, que estás en tu lechoentre sábanas de Holanda,durmiendo a pierna sueltade la noche a la mañana,caballero el más valienteque ha producido la Mancha,más honesto y más benditoque el oro fino de Arabia!Oye a una triste doncellabien crecida y mal lograda, que en la luz de tus dos soles se siente abrasar el alma.Muy bien puede Dulcinea,doncella rolliza y sanapreciarse de que ha rendidoa un tigre y fiera brava.Por eso será famosa, desde Henares a Jarama,desde al Tajo a Manzanares,desde Pisuerga hasta Arlanza.
Así terminó el canto Altisidoram, la "malferida" de amores, y don Quijote, lleno de asombro, dijo entre sí: "¡Qué desdichada andante soy: no hay doncella que de mí no se enamore! ¡Qué breve la felicidad de la sin par Dulcinea del Todoso, que no la dejan gozar de la incomparable firmeza mía...Para mí sola Dulcinea es la hermosa, la discreta, la honesta, la gallarda y la bien nacida, y las demás, las feas, las necias, las livianas y las del peor linaje...Que yo tengo de ser de Dulcinea, 'cocido o asado, limpio, bien criado y honesto, ¡a pesar de todas las potestades hechiceras de la tierra."
Y con esto, 'cerró de golpe la ventana, y despechado y pesaroso, como si le hubiera acontecido alguna gran desgracia, acostó en su lecho, donde le dejaremos por ahora, porque nos está llamando el gran Sancho Panzam que quiere dar prinicipio a su famoso gobierno.
XLV
45
h, ojo del cielo, Timbrio, Febo, médico, padre de la poesía, ¡inventor de la música! ¡Tú, que siempre sales y nunca te pones! A ti te digo — ¡Oh, sol! — que me favorezcas y alumbres la oscuridad de mi ingenio para que pueda narrar puntualmente el gobierno del gran Sancho Panza; sin ti, mi pluma se siente débil y confusa.
igo, pues, que los duques eligieron una de sus mejores villas, de mil vecinos, para presentar a Sancho. El mayordomo del duque acompañó al nuevo gobernador al lugar que se llama “la ínsula Barataria ”.
l pueblo de la ínsula recibe alegre a Sancho, con los brazos abiertos. Tocan las campanas, llevan a Sancho Panza a dar gracias a la iglesia y le dan las llaves del pueblo en una ceremonia ridícula.
El traje, las barbas, la gordura y pequeñez del nuevo gobernador tiene admirada tanto a la gente que no sabe de la burla como a la que sí sabe. Después de salir de la iglesia el mayordomo del duque lleva a Sancho a la silla del juzgado donde le explica las costumbres locales. El nuevo gobernador tiene que responder a una pregunta que sea dificultosa para demostrar su capacidad para gobernar. Sancho acepta el desafío.
os hombres entran, un labrador y un sastre.
l sastre cuenta que el labrador le llevó un pequeño paño y le preguntó si podía hacer una caperuza con él. El sastre le dijo que sí. El labrador le preguntó entonces si podía hacer dos caperuzas con el mismo paño, y el sastre, nuevamente, le dijo que sí. El número de caperuzas siguió aumentando con cada pregunta, y el sastre siguió añadiendo síes hasta llegar a cinco caperuzas. A petición de Sancho, el sastre muestra las cinco caperuzas del encargo, las cuales son tan pequeñas que solo caben en los dedos de una mano. El labrador se niega a pagar, reclamando el paño de vuelta, y el sastre quiere que se le pague por su trabajo. Todos los presentes se ríen del caso. Sancho resuelve:- El sastre no cobrará el trabajo. El labrador perderá su paño. Las caperuzas se llevarán a la gente que está en prisión. Nada más.Esta solución hace reír el público, pero la decisión del gobernador se respeta.
continuación, se presentan ante Sancho dos hombres ancianos: uno de ellos lleva una caña como báculo. El anciano sin báculo explica:
Es la verdad. Este hombre me había prestado diez escudos, pero yo ya se los he devuelto. - ¿Qué tienes que decir a esto, buen hombre? — Pregunta Sancho al otro anciano - No dudo de la palabra de este hombre porque es un buen cristiano. Tal vez me haya olvidado de cómo y cuándo me devolvió el dinero.
resté diez escudos a este hombre, pero no quiere devolvérmelos. Lo que es peor, él niega que haya recibido tal dinero. Yo exijo que jure delante de Dios que me ha devuelto el dinero. Si lo hace, le perdonaré la deuda. El gobernador pregunta al anciano con báculo si acepta la demanda y este acepta. Justo antes de poner su mano sobre la cruz para pronunciar el juramento, el anciano le da el báculo al demandante para que no le estorbe mientras hace su confesión. Y jura:
espués de estas palabras, el anciano que hizo el juramento toma su báculo, baja la cabeza y se va. Sancho se queda pensativo, manda que le hagan llamar, le pide el báculo y se lo da al otro anciano, diciendo a este último:- Id con Dios, pues habéis sido pagado.- ¿Pagado yo, señor? ¿Esta caña vale diez escudos de oro?- ¡Sí! Y si no es así, yo soy el mayor necio del mundo ¡Romped la caña y lo veréis!Encuentran con asombro que los diez escudos están escondidos en el interior del báculo: todos quedan admirados con su gobernador, a quien consideran un nuevo Salomón.
- Señor gobernador, ¿cómo ha sabido que los diez escudos de oro estaban en el interior del báculo?- Porque observé que el anciano que hizo el juramento le dio el báculo al otro antes de hacer su confesión, y luego le pidió de vuelta el báculo cuando terminó de jurar, así que este detalle me llevó a pensar que el dinero estaba dentro del báculo. Yo tengo muy buena memoria, y recuerdo que el cura de mi pueblo una vez contó un caso similar. ¿Será que a los que gobiernan, aunque sean necios, Dios les ayuda a tener buen juicio?Los dos ancianos se van, uno pagado y el otro avergonzado. El resto de los presentes queda admirado y el mismo cronista de las palabras y hechos de Sancho no acababa de decidirse si debe retratar al nuevo gobernador como necio o como discreto .
espués de este juicio, entra una mujer que tiene agarrado fuertemente a un hombre con aspecto de ganadero rico. Dicha mujer se dirige gritando a Sancho:- ¡Justicia, señor gobernador! Este mal hombre me ha sorprendido en el campo y se ha aprovechado de mi cuerpo. ¡Me ha robado mi más preciosa joya!Sancho pregunta al hombre si es verdad. El hombre dice:Sancho pregunta al hombre si es verdad. El hombre dice:- Señores yo soy un pobre ganadero. Por la mañana fui a vender mis puercos y al regreso me encontré a esta mujer. Nos acostamos y la pagué. Ella, descontenta, dice ahora que yo la forcé.Sancho pregunta al ganadero:
ancho pregunta al ganadero:- ¿Cuánto dinero lleváis?- Unos veinte ducados en esta bolsa. - Dadle la bolsa a la señora.El ganadero, con lágrimas en los ojos y temblando, obedece a Sancho. La mujer, muy feliz, se asegura de que el dinero está, efectivamente, en la bolsa, agradece con mil reverencias a Sancho que ayude a huérfanas y doncellas y sale del juzgado. Sancho espera un poco y ordena: - Ahora buen hombre, andad tras la mujer y quitadle la bolsa. El ganadero corre tras ella, trata de quitarle la bolsa, pero no puede porque la mujer se defiende con ferocidad. Ambos vuelven a donde está Sancho, agarrándose y forcejeando mucho más que la primera vez, y la mujer grita:
- Ella tiene razón —agrega el hombre— me rindo: no tengo fuerzas para quitársela.Oyendo estas palabras, Sancho le dice a la esforzada y no forzada mujer:
- ¡Justicia de Dios y del mundo! Qué poca vergüenza tiene este hombre. Mire, señor gobernador, este hombre ha tratado de quitarme la bolsa que está obligado a darme.El gobernador pregunta si el hombre tuvo éxito- ¡Claro que no! ¡Antes la muerte que dejarme quitar esta bolsa! ¡Bonita es la niña! Me defiendo como una leona.
ermana mía, si hubiérais defendido vuestro cuerpo con la misma fuerza que habéis defendido vuestra bolsa, ni el mismo Hércules podría con vos. Andad con Dios y abandonad la ínsula o recibiréis doscientos azotes. En cuanto a vos, buen hombre, volved a casa con vuestro dinero. Y no se os vuelva a ocurrir acostaros por ahí con nadie. La mujer se va cabizbaja y descontenta y el hombre le da torpemente las gracias a Sancho. Todos admiran al nuevo gobernador, cuyos juicios y sentencias son escritos por el cronista para que el duque pueda leerlos. Y aquí dejamos a Sancho porque don Quijote nos pide atención, perturbado por la música de Altisidora.
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Fin