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La lengua oral en el aula

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Created on April 20, 2020

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LA LENGUA ORAL EN EL AULA

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LA LENGUA ORAL EN EL AULA

Compartir con el grupo en el foro: "Recuperación de saberes previos", en un breve párrafo, las respuestas dadas a las preguntas anteriores.

Las experiencias con la lengua oral son, en general, muy diversas. Deténgase un momento a pensar en las propias:

  • ¿Qué contacto ha tenido con la lengua oral hoy?
  • ¿Qué discursos orales produjo o escuchó?
  • ¿Cuándo aprendió a comprender y producir textos orales?
  • ¿Cómo los aprendió a usar?
  • Cree que se debe enseñar lengua oral en la escuela, ¿por qué?

LA LENGUA ORAL EN EL AULA

Las personas que saben escuchar de un modo receptivo y saben hablar bien han adquirido unas cualidades que son necesarias para establecer buenas relaciones personales, profesionales y sociales. En cambio, los alumnos con dificultades expresivas se encontrarán limitados en su desarrollo académico y en su futuro profesional. La competencia oral es, pues, un factor de integración social de los jóvenes y un elemento facilitador del progreso profesional. Por ello, la enseñanza de la lengua oral ha de ocupar un lugar relevante dentro de la clase de lengua, también cuando se trata de la lengua materna. (Vilà i Santasusana, 2001:3)

Al ingresar al sistema educativo, los niños ya saben hablar porque lo han aprendido en su entorno familiar y, por lo tanto, los docentes no se plantean la necesidad de enseñar a producir textos orales, y menos aún a escucharlos. Por esta razón, la enseñanza de la comunicación oral continúa siendo la gran ausente en las aulas de Lengua. Al respecto, Pinilla Padilla & Grau Vicente sostienen que :

los educadores hemos asumido que las destrezas orales se desarrollan de manera natural. Además, aunque quisiéramos no hacerlo, parece también demostrado que tendemos a enseñar de forma parecida a como hemos sido enseñados. El profesorado actual no aprendió destrezas orales cuando estudiaba, al menos de manera explícita y, por lo tanto, dudamos sobre la mejor manera de llevar adelante la formación en este ámbito. (2001: 390)

Estas representaciones previas llevan a que las actividades escolares relacionadas con la oralidad sean esporádicas, inconexas y no respondan a un plan previo. En general, los docentes consideran que se ocupan de su desarrollo porque en las clases interactúan con los estudiantes.

De esta manera, los contenidos de oralidad propuestos en los documentos curriculares no se trabajan de manera progresiva y continua, ni se abordan reflexivamente; tampoco se evalúan con el suficiente criterio ni la necesaria sistematización ya que los docentes, al no enseñarlos, evalúan lo que los niños aprenden en casa; es decir: su origen social. Es así como, los estudiantes con capital lingüístico pobre, interactúan en desventaja con sus compañeros y, sobre todo, con los adultos.

La enseñanza de la comunicación oral es fundamental para dar igualdad de oportunidades puesto que, por un lado, la comprensión y producción adecuada de discursos orales permiten ejercer una ciudadanía democrática; y, por otro, la oralidad es un instrumento prioritario para el desarrollo de los aprendizajes escolares.

Entender y producir textos orales y saber intervenir en los intercambios de la clase garantizan una escolaridad exitosa.

Es tarea de la escuela lograr que los estudiantes se conviertan en hablantes competentes. Hospitalé afirma que un hablante competente:

maneja habitualmente una variedad histórica (la variedad contemporánea), una o dos variedades dialectales (su propio dialecto como “dialecto materno” y tras la escolarización el dialecto “estándar”), una variedad propia de su estrato social o cultural [...] y varios registros (al menos, los registros familiar, coloquial y formal). (2000:23)

Por otra parte, Hymes (1972) sostiene que la competencia comunicativa es la capacidad de un hablante nativo que le permite saber cuándo hablar y cuándo callar, sobre qué hablar y con quién, dónde, cuándo y de qué modo hacerlo.

De lo enunciado por estos autores, se desprende la necesidad de que en el proceso de desarrollo de la competencia comunicativa oral, la escuela enriquezca la lengua adquirida en el hogar y enseñe la lengua estándar y sus usos formales, a partir de prácticas espontáneas y sistemáticas en las que los estudiantes comprendan el efecto que lo paralingüístico y lo extralingüístico producen en su interlocutor u oyente y cómo varían de una situación a otra.

Paralingüísticos: elementos no verbales que se unen a los verbales para comunicar o matizar el sentido de los enunciados: intensidad o volumen de la voz; velocidad de emisión de los enunciados; tono y variantes de entonación y duración de las sílabas. Extralingüísticos: elementos visuales que acompañan el mensaje verbal: gestos faciales, movimientos, posturas; vestimenta o proxemia.

En tal sentido, los estudiantes deben experimentar prácticas de oralidad que necesiten ejercer como ciudadanos y constituirlas en objeto de análisis, para perfeccionarlas.

Para ello, el aula debe convertirse en un escenario en el que construyan adecuadas herramientas lingüísticas para la plena interacción social, en una gran variedad de situaciones, tanto propias de la escuela como externas a ella.

El docente propondrá instancias de comprensión y producción orales que oscilen entre las comunicaciones cotidianas más inmediatas, espontáneas e informales como: saludos, despedidas, agradecimientos y presentaciones; e intercambios más elaborados en cuanto a su contenido, más formales y planificados como: conferencias, entrevistas, debates, etc. (Avendaño, 2007). Para ello, facilitará el contacto con discursos orales propios de distintos ámbitos: familia, escuela, espectáculos públicos, lugares de compra, medios de comunicación, etc.; promoverá la producción e interpretación de los mismos y guiará la reflexión sobre los recursos fónicos, morfosintácticos, léxicos y semánticos que ofrece la lengua para alcanzar distintas metas comunicativas. La lengua oral debe ser considerada, entonces, simultáneamente como instrumento de comunicación presente en todas las interacciones sociales y situaciones de aprendizaje propias del aula y como objeto de enseñanza; es decir, tanto de manera espontánea como sistemática.

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Las actividades espontáneas relacionadas con la lengua oral se vinculan con los momentos en los que el docente -antes de introducir un tema- moviliza y detecta saberes previos e intereses, enseña a pensar, resuelve conflictos, corrige, comenta ejercicios, da y aclara consignas, crea expectativas sobre el conocimiento, plantea problemas, formula interrogantes, solicita interpretar un texto leído o una experiencia realizada, pide intercambiar informaciones, narrar, describir, exponer, explicar, confrontar ideas y argumentar, propone trabajar en pequeños grupos o realizar discusiones colectivas, etc. En todas estas instancias, su tarea es mediar para que los estudiantes respeten los turnos de habla, aprendan a escuchar, expresen y controlen emociones y usen un registro lingüístico adecuado al contexto. En cuanto a la enseñanza sistemática, el docente propondrá tareas destinadas a comprender y producir clases textuales concretas, usándolas en situaciones comunicativas reales o simuladas, en las que puedan descubrir las características propias de cada una de ellas y reflexionar sobre las estrategias perceptivas y lingüísticas que se ponen en juego en su producción correcta.

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Para ello, planteará situaciones, con diferentes intenciones comunicativas, en las que se incorporen la lengua estándar y los protocolos o convenciones propios de cada instancia comunicativa concreta y, a la vez, facilitará el análisis, discusión y revisión de las participaciones para flexibilizarlas, corregirlas, enriquecerlas y hacerlas más eficaces. Los discursos dialógicos constituirán, en primer lugar, el material de base de la enseñanza de la lengua oral ya que la misma se adquiere y desarrolla a partir de situaciones de interacción cotidianas. En estas situaciones los participantes escuchan y hablan de manera simultánea. Sin embargo, la comunicación oral no se limita a los discursos dialógicos puesto que habitualmente las personas, narramos sucesos, exponemos temas, describimos lugares, objetos y personas, argumentamos en favor y en contra, damos instrucciones; es decir hacemos uso de numerosos discursos monológicos. Por ello, además de enseñar a interactuar es necesario que la escuela enseñe a escuchar y a hablar.

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Escuchar es un proceso cognitivo que implica comprender tanto textos dialógicos como monológicos. Requiere prestar atención de manera activa y sostenida para poder brindar respuestas adecuadas al interlocutor, en el caso de las conversaciones, y registrar ideas importantes usando o no listados u organizadores, en los discursos unipersonales. Para comprender, el oyente necesita prestar atención a elementos: lingüísticos, paralingüísticos y extralingüísticos tales como: palabras, tono, ritmo, pausas, entonación, gestos, posturas, distancias, etc.; y, por lo tanto, deberá centrar la vista, el oído y la mente en los sonidos y en los gestos de quien habla para construir el sentido del mensaje. Una buena escucha requiere capacidad tanto para percibir sensorialmente lo que trasmite otra persona como para tomar conciencia de las posibilidades de tergiversación de los mensajes”; diferenciar los hechos de las suposiciones y las opiniones; evaluar la importancia y validez en determinado contexto de lo escuchado y responder al mensaje del interlocutor. (Victoria Ojalvo,1999)

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Existen diferentes modos de escuchar, que involucran múltiples habilidades, relacionados con los diferentes discursos, la unidireccionalidad o reciprocidad entre hablante y oyente, la comunicación cara a cara o a distancia, la mayor o menor atención prestada a quien habla. Escuchamos de manera distinta una conversación espontánea que una asimétrica formal, una conferencia que un programa radial, etc. Las estrategias que se emplean cuando ambos interlocutores están presentes, son visiblemente diferentes a las que emplea el oyente en una escucha no recíproca. También, la escucha es distinta si se da simultaneidad temporal pero no local como en el caso de una conversación telefónica. (Pérez Fernández, 2008) Por otra parte, el oyente puede asumir la escucha con diferentes niveles de atención: distraída, atenta, creativa y crítica, entre otros.

Por su parte, hablar es intervenir en conversaciones, entrevistas o debates o emitir discursos monológicos en forma oral. Hacerlo de manera comprensible requiere de: articulación, pronunciación, entonación, volumen y ritmo pertinentes; lenguaje gestual y corporal adecuados; empleo de vocabulario apropiado al tema, de sintaxis convencional y de estructuras textuales requeridas por la situación comunicativa concreta. Al enseñar a escuchar y a hablar en la escuela, es necesario tener en cuenta el contexto del estudiante y sus propias necesidades para proporcionar dinamismo y funcionalidad a la actividad productiva. En este sentido, el docente además de proponer comprender y producir textos reales, con finalidades sociales concretas, planteará desafíos teniendo en cuenta el importante papel del componente afectivo-emocional puesto que, como sostiene Solé “Solo cuando comprendemos el propósito de lo que vamos a hacer, cuando lo encontramos interesante, cuando desencadena una motivación intrínseca y cuando nos sentimos con los recursos necesarios para realizar una tarea, le encontramos sentido y, entonces, le podemos atribuir significado.” (1993:25):