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El emilio de Rousseau

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El emilio de Rousseau

Emilio, o De la educación es un tratado filosófico sobre la naturaleza del hombre escrito por Jean-Jacques Rousseau en 1762, quien la creía la “mejor y más importante de todas sus obras.”1 El texto aborda temas políticos y filosóficos concernientes a la relación del individuo con la sociedad, particularmente señala cómo el individuo puede conservar su bondad natural (Rousseau sostiene que el hombre es bueno por naturaleza), mientras participa de una sociedad inevitablemente corrupta. En el Emilio, Rousseau propone, mediante la descripción del mismo, un sistema educativo que permita al “hombre natural” convivir con esa sociedad corrupta.2 Rousseau acompaña el tratado de una historia novelada del joven Emilio y su tutor, para ilustrar cómo se debe educar al ciudadano ideal. No suele señalarse, sin embargo, que se excluye de este ideal a las mujeres, cuya educación ha de referirse a satisfacer a los hombres (libro V). Por otro lado, Emilio no es una guía detallada, aunque sí incluye algunos consejos sobre cómo educar a los niños.3 Hoy se considera el primer tratado sobre filosofía de la educación en el mundo occidental.

Rousseau

Filósofo suizo. Junto con Voltaire y Montesquieu, se le sitúa entre los grandes pensadores de la Ilustración en Francia. Sin embargo, aunque compartió con los ilustrados el propósito de superar el oscurantismo de los siglos precedentes, la obra de Jean-Jacques o Juan Jacobo Rousseau presenta puntos divergentes, como su concepto de progreso, y en general más avanzados: sus ideas políticas y sociales preludiaron la Revolución Francesa, su sensibilidad literaria se anticipó al romanticismo y, por los nuevos y fecundos conceptos que introdujo en el campo de la educación, se le considera el padre del pedagogía moderna.

Como surgio Emilio de Rousseau

Obligado por su maestro a sofocar durante algún tiempo sus sentimientos, durante dos años Emilio conoce, a través de diversos viajes, a distintos hombres, pueblos y países. Sólo entonces, luego de haber adquirido esa experiencia, puede formar una familla con la compañera que le ha sido predestinada. Emilio posee, en la intención del autor, una personalidad propia y un carácter nacional; pero en realidad, excepto en unas pocas páginas, no es más que una figura abstracta, subordinada al principio que debía encarnar. Por ello la historia de Emilio puede despojarse fácilmente de los pocos elementos fantásticos y ser reducida a un sistema educativo propiamente dicho. "Educación natural" es, según Rousseau, no la basada sobre las formas de la sociedad o sobre las tradiciones de la escuela, sino sobre el conocimiento de la verdadera naturaleza del hombre y, por tanto, sobre una rigurosa investigación acerca de la naturaleza del niño. Este último punto de vista pedagógico, de gran importancia, fue también proclamado modernamente por Locke, en quien Rousseau reconoce, puede decirse, a su único precursor. Según Rousseau los instintos naturales, las primeras impresiones y los sentimientos y los juicios sencillos y espontáneos que nacen en el hombre en contacto con la naturaleza son la mejor guía de cómo se debe comportar, y la enseñanza más preciosa. De ello se deduce que es preciso respetar y promover el desarrollo de tales fenómenos instintivos en el niño, en lugar de reprimirlos con una educación mal entendida. Surge así el concepto de la "educación negativa", y la polémica contra la "educación positiva" de sus tiempos, la cual, según el autor, "tiende a formar prematuramente la inteligencia y a instruir al niño en los deberes del hombre maduro". Rousseau, en cambio, quiere "perfeccionar los órganos del saber antes de suministrarlo directamente, preparar el camino de la razón con un buen ejercicio de los sentidos... La educación negativa no da la virtud, pero protege del vicio; no inculca la verdad, pero preserva del error. Dispone al niño a tomar el camino que le llevará a la verdad, cuando esté en situación de comprenderla, y al bien, cuando haya adquirido la facultad de conocerle y amarle".

El fin de Rousseau

El 2 de julio de 1778, hace 235 años, falleció Jean-Jacques Rousseau, músico y filósofo, uno de los principales escritores del siglo XVIII y uno de los pensadores universales por excelencia, cuyas ideas políticas influyeron en la Revolución Francesa, que estalló once años después de su muerte. Rousseau expiró a los 66 años de edad, según parece debido a un infarto cerebral, aunque las circunstancias de su muerte no están claras. El filósofo francés de origen suizo (Ginebra, 1712) hacía dos meses que se había instalado junto a su mujer en un pabellón de la mansión del marqués de Girardin, un admirador suyo, en Ermenonville, al nordeste de París. Rousseau pasaba los días meditando en una cabaña retirada, que aún se conserva, o recogiendo hierbas por los campos de los alrededores, ya que era muy aficionado a la botánica. Sus restos fueron enterrados bajo un monumento, en un islote poblado de álamos en mitad de un lago que circunda la mansión, aunque en 1794 fueron trasladados al Panteón de París, donde yacen junto a los de Voltaire, que fue coetáneo suyo. Los jardines de la mansión o castillo de Ermenonville actualmente forman parte del parque Jean-Jacques Rousseau. El hombre es bueno por naturalezaRousseau vivió en plena Ilustración francesa, pero arremetió contra la idea de progreso que divulgaban los ilustrados. El filósofo creía que el hombre es bueno por naturaleza, en un estado salvaje y primigenio en el que convive en armonía con sus semejantes y con la propia naturaleza. El hombre moderno, en cambio, es un ser desfigurado, perverso, que se ha alejado de su estado de naturaleza originario y se ha vuelto malvado, por lo que no hay lugar para el optimismo. La civilización, las instituciones, la propiedad privada e incluso las ciencias y las artes corrompen al individuo y provocan el egoísmo, el odio, los vicios y las guerras. «El primero al que, tras haber cercado un terreno, se le ocurrió decir esto es mío y encontró personas lo bastante simples para creerle, fue el verdadero fundador de la sociedad civil. Cuántos crímenes, guerras, asesinatos, miserias y horrores no habría ahorrado al género humano quien, arrancando las estacas o rellenando la zanja, hubiera gritado a sus semejantes: "¡Guardaos de escuchar a este impostor!; ¡estáis perdidos si olvidáis que los frutos son de todos y que la tierra no es de nadie!"», escribe en el Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres, II. Sin embargo, sabía que este estado natural era ideal e imposible de restaurar por lo que se debía establecer un contrato social entre los hombres, una voluntad general que asegurara el bien de todos.

Jesús de la Puerta Muñoz

Trabajo Realizado por: Jesús de la Puerta Muñoz

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